Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma - Herta Müller


Lo que más me ha gustado: La escritura de Herta Müller es un auténtico canto a la libertad. Frente al totalitarismo dictatorial de Ceausescu, donde todo estaba reglado y cada movimiento era vigilado, Müller mantiene su autonomía a través de sus libros, no renuncia a ser ella misma y se niega a entrar en esa rueda del sistema desplegando una poesía narrada plagada de imágenes y con una estructura que podríamos denominar anárquica. Sin embargo, tras las primeras páginas logramos captar el sentido de su narración y no nos perdemos en ella, al contrario, conseguimos seguir el hilo de Ariadna y logramos entrar y salir de su laberinto, eso sí, no salimos indemnes sino fascinados e incluso tocados por su historia que además de la denuncia política también hace hincapié en otra cuestión: la diferencia de los roles sociales entre hombre y mujer (los hombres mandan, beben, gritan y golpean, salen y entran; las mujeres obedecen, se quejan en silencio, esperan, si pueden seducen y, cuando se hartan, huyen) que repercute en sus caracteres y en la forma en la que cada uno intenta salir adelante.  

Lo que menos me ha gustado: Es un libro complicado sin una estructura clara, una intriga y un desenlace. Por el contrario, exige la participación activa de quien la lee, toda su atención y emoción para poder seguir este ejercicio narrativo que puede recordar el flujo de conciencia de Woolf o Joyce. Müller coloca a su protagonista (un avatar de ella misma) en un tranvía, símbolo del espacio público y también del ambiente político, camino de un interrogatorio. Durante ese trayecto irá describiendo a los personajes que suben y bajan de él, cada uno de los cuales representa a un sector de la población, al mismo tiempo que recuerda pasajes de su vida relativos a su infancia, a su anterior marido (violento), a su actual (alcohólico) y a la muerte de su mejor amiga. No es una novela de acción sino una obra introspectiva con un claro simbolismo social e individual en el que se activa el compromiso político y de denuncia de Müller. 
«Entre el bebedor y la botella ocurre lo mismo que entre las parejas en las fotos de bodas, se destruyen mutuamente y no se sueltan»
Es innegable que la historia personal de una autora influye siempre en mayor o menor medida en suobra. Sin embargo, en el caso de Herta Müller, sus vivencias no sólo influyen en sus historias sino también en su estilo y esta obra es un claro ejemplo de ello. Nacida en Rumanía en 1953, pertenece a la comunidad alemana que vivía en ese país pero que conservaba sus propias tradiciones sajonas así como el alemán como idioma vehicular. Este grupo social fue especialmente perseguido durante el régimen comunista y también tras la llegada al poder en 1965 de Ceausescu, con torturas, interrogatorios, expropiaciones y deportaciones a Baragan (la llamada Siberia rumana, donde eran abandonados en medio de la nada, muriendo más de quinientas mil personas). Herta Müller también sufrió esa represión por pertenecer a un grupo de intelectuales comprometidos y críticos y, especialmente, tras negarse a colaborar con la Securitate. En 1987 consiguió el permiso para dejar Rumanía e irse a Alemania occidental, donde vive desde entonces.En 2009 recibió el Premio Nobel de Literatura porque «con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, describe el paisaje de los desposeídos» convirtiéndose en la duodécima mujer en conseguirlo de las catorce que lo han obtenido en total (apenas el 12% de los laureados con este premio son mujeres).
«Poder quedarse como los zapatos se quedan ahí, como la alacena sigue en la cocina, y un rayo de sol afilado y brillante reposa en el respaldo de la silla y crece y más tarde acabará sobre la mesa. (...) No quedarse ahí, como algo comprado en el mercado de las pulgas, pensé, mejor marcharse, quien se va siempre puede regresar». 
La belleza es en ocasiones compleja. Lo digo de otra manera. Hay circunstancias en las que encontrar la belleza es casi imposible. Müller lo consigue. Para ella, la realidad «no es más que un material» y el recuerdo, la memoria, «la materia prima que el lenguaje tiene que desmenuzar». En una entrevista aseguró que «una frase es como una obra de arte» y este libro es un majestuoso museo. En él encierra a su protagonista en un un tranvía que pasa sin horarios fijos, cuyo conductor para a su conveniencia para comprar bollos y que es obligado también a parar por la presencia de multitud de semáforos inútiles. La incertidumbre de no saber cuándo llegarás a tu destino y la impotencia de sentir que tu día a día dependa de otros, nos sumerge en un ambiente claustrofóbico que se enrarece por el aire viciado del tranvía. Se dirige a un interrogatorio, el enésimo ya, desde que descubrieron los papelitos que introdujo en el forro de varios traje de caballero con destino a Italia donde escribió, junto a su nombre y dirección: «Cásate conmigo». En su bolso lleva una toalla pequeña, un cepillo de dientes y dentífrico. No sabe si en esta ocasión la dejarán regresar a casa. 
«He mentido tanto por miedo y por otros que ya no puedo mentir sin miedo y por mí»
A pesar de este ambiente denso, en el que la protagonista aun se sorprende de que la dictadura no haya aprobado una ley que prohiba mirar al cielo para contemplar su belleza (esa luna con forma de huevo de oca que se va por un lado mientras el sol llega por el otro) logra evocar su pasado con una gran intensidad y lirismo recurriendo a objetos que se repiten de forma recurrente, como si fueran unos personajes más de la trama: dos camisas, la que crece y la que espera, unos botones que aparecen y desparecen, unas antenas clandestinas para captar programas extranjeros que luego son confiscadas, unas cerezas sangrantes y eróticas de duros carozos que se guardan en el bolsillo, unas ciruelas cuyas mejillas se besan y cuyo aguardiente destroza a las personas... Esa imaginación es una forma de rebelarse contra las imposiciones del sistema. Libertad para contar, libertad para soñar, libertad para creer en lo que uno quiera, por muy absurdo que sea. Así, antes de cada interrogatorio, la joven desayuna una nuez. Convierte esto en un ritual. Quizá así las preguntas sean más sencillas de responder, el inspector deje de acosarla, la deje marcharse a casa...
«Tú no crees realmente que la nuez sirva para algo.
Por supuesto que no lo creo realmente, como tampoco creo de verdad en todas las cosas a las que me he ido acostumbrando. Y soy tanto más testaruda.
Déjame creer lo que quiera
».
Evadirse de ese mundo gris es sólo posible con la imaginación, pues intentar hacerlo físicamente puede suponer morir acribillada a balazos, como la joven y hermosa Lilli, la mejor amiga de la protagonista, cuyo cuerpo recordaba a amapolas sangrantes. Lo que cuenta Müller en esta novela tiene tintes autobiográficos como se percibe a través del tono angustioso de la narración que a menudo es roto por carcajadas histriónicas, resultado de la tensión que se palpa. Por lo tanto, no es en los recuerdos ni en la pequeña trama donde despliega esa imaginación sino en la forma de enlazar los detalles, como si crease una de esas colchas de patchwork en las que cada parche tiene un significado y cosidos todos forman la historia de una vida. Mi recomendación: relájense, pongan toda su atención en esta novela, disfruten de su narrativa densa comiendo unas deliciosas ciruelas (o cerezas)  y déjense cubrir por esta manta patchwork tan maravillosa. 

Ficha técnica
Puntuación: 9/10
Título original: Heute wär ich mir lieber nicht begegnet (1997)
Traducción: Juan José del Solar
Editorial: Siruela (1ª edición, 2010)
Páginas: 195
ISBN: 978-84-9841-461-5
Precio: 17,95 €

Comentarios

Entradas populares de este blog

Él y yo - Natalia Ginzburg

La invitada - Simone de Beauvoir

Invierno en los Abruzos - Natalia Ginzburg

Lecturas de abril y mayo