Él sólo quiso volar

 "Carrusel o el tiovivo de cerdos" (1904-1905). Kees Van Dongen

Nunca a nadie se le ocurrirá que quiso volar, como antes de que se firmase la paz, surcando los cielos con su planeador a la caza del enemigo, poderoso, heroico, valiente, atrevido. Siempre había sido un hombre miedoso, de los que miran dos veces a ambos lados antes de cruzar de acera o caminan mirando de reojo por si alguien se acerca a atacarle por la espalda. Para más inri, era uno de esos hombres que no saben dar órdenes, pero sí recibirlas. Órdenes de su padre, órdenes de su madre, de su hermano mayor, de su hermana mayor, y ¡hasta de su hermano pequeño!. Por ese motivo, cuando un día volviendo de la escuela vio en la plaza del pueblo a los soldados reclutando voluntarios, decidió alistarse. No lo hizo por un sentimiento patriótico, ni por defender unos ideales o por amor a una bandera sino para sentir que su vida tenía un sentido, aquél que otras personas le ayudaran a encontrar. Como aquella ocasión en la que con trece años se unió a la pandilla de maleantes del barrio y se dedicó con ellos a intimidar a aquellos a los que el superjefe consideraba "inferiores" ya fuese negro, mujer, homosexual o cojo. Hasta que le echaron porque era tal la violencia con la que obedecía las órdenes que tuvieron miedo de poner a la policía sobre su pista y acabar todos detenidos. O aquella otra ocasión, con quince años, en la que comunicó a sus padres la intención de ingresar en un seminario demostrando así una devoción hasta ese momento oculta para todos. Pero de allí también acabaron expulsándole, tan pronto como se dieron cuenta de que veneraba a Dios de la misma manera que podría venerar una lámpara de queroseno o una bolsa de papel.
Las ojeras invaden sus ojos y el ansia de revancha conquista su enfermizo ego. Sin su uniforme no es nadie, sin las órdenes de su general se siente perdido. Al mando de su Hawker Hurricane era feliz, verdaderamente feliz. Cuando después de cada misión regresaba a la base británica sentía algo parecido a la emoción al escuchar los aplausos de sus compañeros recibiéndole, la aprobación tácita pero orgullosa de su general porque una vez más contabilizarían que su caza fue el más eficaz en la lucha contra el adversario. Era un héroe. Sus escuetos discursos de agradecimiento denostando el nacismo y enfatizando el orgullo de los aliados escondían una verdadera indiferencia ante esas cuestiones que él consideraba banales, superficiales. Lo importante era volar, ascender a los cielos, vislumbrar entre las nubes otro avión de la Luftwaffe y jugar con él, casi con sadismo, a sabiendas de que su general le daría un ligero toque en su hombro a su regreso. Ligero pero suficiente para él. No cabía duda alguna, era un hombre feliz.
Hasta aquel maldito día en el que ese grupo que se hace llamar "políticos y representantes del pueblo" decidieron cortarle las alas declarando el fin de la guerra. Era un complot contra él, ciertamente. Y si había alguna duda ésta se vio desvanecida cuando dos meses después su admirado general le convocó a su despacho para comunicarle que debía tomarse una excedencia forzosa. Hasta le sugirió que visitase a un loquero cuñado suyo, el muy cretino. ¿El motivo de tal complot? Solo había uno posible: nadie podía soportar tanta felicidad concentrada en una sola persona. En ese momento le habría estrangulado de no haber sido porque el general era dos veces su tamaño. Por eso algunas noches lograba conciliar el sueño imaginando las múltiples maneras en las que algún día lograría vengarse de él, combinando distintos venenos, armas o partes de cuerpo. Otras noches, en las que el sueño corría tanto que no lograba alcanzarlo, se escabullía al hangar donde reposaba su querido avión y le parecía oír el ruído de sus motores llamándole, reclamando que una vez más volaran al encuentro del sol para mirarle cara a cara, sin miedo, como tantas otras veces habían hecho anteriormente.
Pero hoy, al pasar como cada atardecer por Leicester Square, por fin su sufrimiento había llegado a su fin. Allí está el maravilloso Hawker Hurricane esperándole. No era SU Hawker Hurricane pero no importaba. Las luces le llamaban reclamando su atención y esta vez no estaba dispuesto a negársela. Ciñiéndose sus gafas de piloto, avanza hacia él a paso ligero esquivando a la multitud y empujando a alguna que otra persona. De un salto sube al biplano sentándose en él a horcajadas indiferente a las carcajadas que por momentos crecen a su alrededor. Los adultos le señalan con sorna, los niños lloran porque está ocupando su atracción favorita. No, grita un pequeño que llora, no quiero montar en el coche de carreras, yo quiero el avión. A él no le importa porque ese avión es suyo. Su vida es un tiovivo. Nunca mejor dicho.

Nota: con el permiso de la RAE, y sin su permiso también, tengo intención de seguir acentuando el sólo de solamente porque sí, porque me gusta, porque el acento enfatiza la palabra frente al solo de soledad que tan solo se encuentra que ni el acento le acompaña.

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