Yo misma, supongo - Natalia Carrero



Edición: :Rata_. Octubre 2016.
Páginas:160
ISBN: 978-84-944891-1-2
Precio: 18,00€
Calificación: 9/10

Lo que más me ha gustado: la originalidad y la cuidada enmaquetación de este proyecto. Dibujos, notas manuscritas, listados... dan una apariencia de borrador a la novela: una forma original de hablar de un tema tan tabú hasta hace poco como es el de la realización personal de la mujer- maternidad - creatividad.

Lo que menos me ha gustado: hay frases que podrían haber sido bofetadas y se han quedado en zarandeos. Creo que Natalia, al igual que su personaje, sigue teniendo miedo a profundizar en temas que resultan complicados de tratar y que requieren una mirada al espejo tan intensa que se corre el riesgo de que la imagen se resquebraje. Ese "quedarse a medio camino en algunas cosas" es lo que menos me ha gustado aunque se lo paso por alto porque estoy segura de que en próximos trabajos lo resolverá.
"Todo esto me pasa por pretender normalidad, normatividad, anulación, cuando debería haber sido yo misma". (Pág. 105)
Decía Virginia Woolf en su ensayo Un cuarto propio que la mujer para escribir necesitaba eso, un cuarto propio, y quinientas libras anuales, precisamente lo que no tiene Valentina Cruz, la protagonista de esta curiosa novela experimental y posmodernista en la que a modo de bocetos, borradores, antidiarios y carpetas nos va haciendo un recorrido sobre su caótica pero reflexiva vida. Hay dos temas que obsesionan a Valentina: escribir y vivir acorde a sus principios, dos reglas que a pesar de su aparente armonía chocan con la sociedad actual en la que para ser valorada has de ser productiva. Y no, no vale decir que eres ama de casa, que cuidas con devoción a dos hijas a las que alimentas, bañas, entretienes, educas y acuestas, porque eso no llena de ceros la cuenta corriente y, lo que es peor, choca con la admiración del entorno que más que ver en ello un trabajo no remunerado ven una obligación, un «haberlo pensado antes de tener hijos» o un «no te quejes, que tu marido trabaja hasta la extenuación soportando presiones, estrés y ansiedad mientras tú estás en casita», o un «todas las mujeres llevan generaciones haciéndolo sin quejarse» o un etcétera tan largo que necesitaría cuatrocientos posts para hablar de ello.  
"Pero ahora estoy aquí, viajo hacia la normalidad entendida como una adaptación, una sumisión al mundo que dicta que hay que ser alguien que me impone que para serlo debo dejarme explotar, dejarme la piel u otra parte de lo que me conforma en una oficina". (Pág. 40)
De eso trata básicamente Yo misma, supongo: de cómo la sociedad nos identifica a través de la forma en la que creamos dinero y cómo si esta riqueza no es visible, no se contabiliza en euros, la mujer, porque casi siempre es la mujer, se siente en deuda constante con ese hombre al que ama y que le llena la nevera. Clarice Lispector influyó a Carrero en su primera obra Soy una caja (Ed. Caballo de Troya, 2008) ; Virginia Woolf fue la influencia visible de Carrero en su segundo libro Una habitación impropia (Ed. Caballo de Troya, 2011). Aunque no haga mención expresa a ninguna de estas dos autoras están muy presentes a lo largo del relato, pero Natalia comienza una nueva etapa en la arriesgada propuesta editorial :Rata_ con un formato que puede atrapar o rehuir según lo dispuesto que esté el lector a explorar nuevos horizontes narrativos.
"Como si la taxista estuviera al corriente de mi envidia idiota y secreta, me mira por el retrovisor. Somos sospechadora mutuas; la vida de la otra podría ser mejor". (Pág. 81)
El primer intento por conseguir ese cuarto propio y esas quinientas libras lo hace Valentina sumergiéndose en el mundo de la prostitución, única manera que encuentra de huir de forma rápida y efectiva de un hogar que se deconstruye bajo la tiranía de un padre desempleado y alcohólico que disfrutó de una posición económica desahogada, de una madre sometida que hace tiempo que dejó de ejercer como tal y de un hermano enfermo que intenta hacerse invisible. Tras esa etapa en la que Valentina pasa a llamarse Susan, logra recuperar su nombre y comienza entonces una relación con Juan, un prometedor arquitecto que ante la incapacidad de ella de asumir un empleo como teleoperadora, contrario a sus expectativas de vida, se ofrece a mantener a la pareja para que ella se centre en la escritura. 
"Eso transmito, haga lo que haga, con cualquier gesto: mataos vidas mías las unas a las otras, como yo os he matado al procuraros la vida". (Pág. 20)
Eran unos idealistas. Hasta que nacen las niñas. Natalia, que ya no disponía de quinientas libras, se queda también sin cuarto propio. Acecha la rutina, los problemas domésticos, las cuestiones pragmáticas (comprar pañales, ¿qué hago hoy para cenar?, ha llegado la factura de la luz), enemigos todos ellos de la creatividad de Valentina. Se encoge. Siente miedo a escribir, a poner palabras a sus sentimientos. Vergüenza, remordimientos, culpabilidad. Cuando leemos a escritoras consagradas como Joyce Carol Oates, Margaret Atwood o la propia Woolf, nos damos cuenta de que ellas ya superaron esa etapa y no sólo se sumergen en ese lado oscuro, en esos secretos que todos callamos y que no queremos mirar de frente, sino que nadan a croll, nadan a mariposa, bucean, chapotean, se introducen en fosas submarinas y disfrutan viendo cómo el lector se horroriza. Verónica, el personaje, aún no se ha acercado a esa fase: Natalia, la autora, ha empezado a tantear su agua en esta novela. 
"En más de una ocasión deseé descuartizar, ahogar, acuchillar, torturar a las niñas; ese clásico de la mujer arrebatada, fuera de sí, desquiciada, rota y, ya puestos calva. En más de una ocasión deseé no haber aprendido a leer, no haber iniciado este camino en el que, como una posesa, trataba de combinar la escritura de una novela con la vida según se daba". (Pág. 62)
La historia de Valentina es la historia de muchas mujeres que lucharon, y siguen luchando, contra el malestar propio que ocasiona compaginar expectativas con la vida real. ¿Cómo nos veíamos con veinte años? ¿Cómo nos vemos con cuarenta? ¿Cómo creíamos con veinte años que seríamos cuando tuviésemos cuarenta? Ahí está la valentía de Valentina, el afrontar su realidad, superar ese malestar. Por eso el libro se presenta como ese conjunto de bocetos que decía al principio, como algo improvisado, algo que has encontrado inesperadamente al abrir un cajón de la casa de tu madre o un cajón de la mesita de un hotel. Sin pulir, «en estado inacabado, tan en bruto y fronterizo con la sinrazón» (Pág. 108), como ese escrito que presentó a Juan y que éste lee despectivamente. 
"De haber sido tan valiente como pretende mi nombre, nunca hubiera escrito. Me hubiera entregado a gestas más reales. Me habría enfrentado a mi padre y al mundo en su momento, en lugar de salir corriendo". (Pág. 87)
En conclusión, Yo misma, supongo, podríamos incluirla en esa categoría tan en auge como es la autoficción pues la propia Natalia ha reconocido que no ha podido desprenderse de su biografía para escribir esta historia. Quizás por ello es un latigazo de realidad a veces insoportable, un ¡despierta! tan sincero que estremece. Natalia ya está aprendiendo a nadar y le seguiré la pista, porque estoy segura de que en su próxima novela nos dará una clase de natación espectacular.


Comentarios

  1. ¡Mi corazón duele! Me acostumbraré a leerte siempre que lo necesite y, claro, siempre que pueda; me fascina la conexión que siento con tus entradas. *_* Ahora mismo voy a apuntar su nombre en mi agenda-diario. Conozco de antemano los libros que harán que los ame y, sin duda, éste será uno de ellos.

    Muchas graaaaaaaaaaaaaaaacias por tu constante dedicación,
    ¡Un beso! :* *//////*

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    Respuestas
    1. Con Natalia Carrero dejará de dolerte, mi Diana, porque con ella vas a sentir realmente el refugio que suponen los libros, los testimonios de personas que se desnudan para compartir sus emociones, la comprensión. Natalia se siente sola pero, quizás por ello, hace que quienes la leen se sientan menos solas. Habla de maternidad pero no hace falta ser madre para entenderla porque el problema de la identidad no tiene edad ;-)
      Mi corazón salta de alegría porque te ha gustado la entrada y por leer tus amables y sensibles comentarios.
      Gracias mil
      Abrazos mil

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