Cena en familia. Aurelio (3/3)

Aviso: este relato es la continuación de Paula, así que aconsejo leerlo antes de llegar a éste. ¿Aún no lo has leído? Haz clic aquí ;-D




III.Aurelio

Qué desagradecidas… vaya hatajo de desagradecidas… cría cuervos, ya lo dicen, eso, lo de cría cuervos. Menos mal que he logrado hacer vida de vosotras. Siempre quise tener un varón. Pero algo tuve que hacer mal, rehostia, que el único que salió estaba muerto. Algo de brujería, fijo. Una brujas sois todas, ¡unas brujas! Y eso que nunca os faltó de nada. Siempre traje comida a esta mesa, ¡y de la buena! Que bien que presumíais esos domingos, bajo el ginkgo de la plaza Duro, del arroz que habíais comido bien cargadito de matanza y del pollo que cenaríais esa noche. Pero nada. Todo el día rezungando. Me volvíais loco. Ni ganas de volver a esta casa tenía. Y eso que si no llega a ser por mí os hubieseis muerto de hambre, si lo sabré yo. ¡Yo! Yo saqué adelante a esta familia. Con mano firme y voz recta.

¡Ah!, hoy en la partida de brisca dijeron que van a plantar más ginkgos en Duro. Al alcalde comunista que hay ahora le ha gustado tanto la historia del árbol que ha mandado poner cuatro más. La recordáis, ¿no? La contaba vuestro tío a cada rato. La de que cuando cayó la bomba ésa, la que parecía una seta sobre el Japón, fue el único que sobrevivió. Qué cosas… la gente cayendo como moscas y los gingkos ahí en pie, resistiendo. Claro, por eso a los rojos, les gusta tanto. Como nos descuidemos nos plantan uno aquí, al lado del nuestro.

¿Qué? ¿No decís nada? Con lo que os gustaba hablar, rehostia, que no callábais. Y mira ahora, qué tranquilas que estáis. Y eso que os consentí todo. Hasta vuestro tío me llamaba calzonazos a la cara. ¡Calzonazos! ¿Qué, Rosalía? ¿No piensas decir nada de tu tío? Mira que te gustaba cuchichear sobre él… Pues voy a decirte una cosa que nunca te he dicho antes. Fíjate tú. Voy a pedirte perdón por la tunda que te llevaste cuando viniste con la historia aquella del granero. Debe ser que estoy viejo, rehostia. Vaya cuento nos trajiste... Pero aquello me dio que pensar y empecé a recordar cosas. Una vez le pillé fisgando por la ventana del baño de nuestra casa del pueblo. Me dijo que es que había oído gritos y que se había preocupado. Al asomarme vi que estabais allí las tres, desnudas en el barreño, jugando a quitarle la muñeca a Rosalía, y vuestra madre riéndose mientras os regañaba por hacer rabiar a la pequeña. En ese momento me dije, ¡pobre Tomás, y él sin poder tener hijos porque su mujer está seca! Así que decidí mandaros a pasar temporadas con ellos. Vuestra tía no quería, fíjate, yo que pensaba que le haría ilusión. Pero vuestra madre la convenció. Y siempre volvíais felices y más cebadas. Bueno, tú no Rosalía. Volvías titiritaina y llorona, repitiendo a todas horas que no querías volver. Pero hija, es que eras muy rara. Siempre con tus libros y tus historias. Nada te gustaba, todo el mundo te estorbaba. Y cuando contaste lo del granero, rehostia, ¿qué querías que hiciese? Pero me dio que pensar. Cuanto tu tía murió, pobre, acorralé a tu tío y, alebronado, lo confesó todo. Pero no te preocupes… yo me ocupé del tema. Tú tío no se volvió a meter contigo, ¿verdad? Ni contigo ni con nadie... Y me llamaba calzonazos el muy cantamañanas. ¿Qué? ¿No vas a decir nada? ¿Lo barruntabas? Pues ya podías habérmelo agradecido y no largarte. Que mira que os gustaba estar todo el día de jarana. A cada rato: me voy a casa de fulanita, me voy a casa de menganita. Y, claro, tenía que ponerme firme, qué remedio, si no llega a ser por mí…

Siempre tuve que ir yo detrás arreglando vuestros líos. Arreglé lo del tío igual que arreglé lo de la cría. Ninguna lo sabéis porque vuestra madre prefirió no saber, y yo tampoco quise que supiera, pero la niña se la di a Teresa, la solterona de aquí enfrente. ¿Os acordáis? Y ella la colocó bien, en casa de su sobrina de la capital, otra que también estaba seca. Esa Teresa… ¡qué buena mujer era! Mira, no me mires así, Lidia, no me vengas con pamplinas, ya lo hemos hablado muchas veces. Sí, me llevaba con Teresa, y nunca te falté al respeto. No como otros que iban paseándose por la Alameda con la querida del brazo, delante de las narices de todos. Yo eso nunca lo hice, ¿verdad? ¿De qué te quejas entonces? ¡Discreción! Le decía a Teresa. ¡Discreción! Y más discreta no podía ser la mujer. Además, piénsalo. Así también tenía noticias de la nieta. Que si tocaba el piano, que si estudiaba para Jueza, que si era dura como ella sola... Padres, abuelos, tíos, primos… unos flojos todos, fueron muriendo a la roda de una cosa u otra, nunca me quedó claro, y la nieta ahí, como el ginkgo ése, resistiendo.

Cuando Teresa acuñó el ojo, no os lo voy a negar, sentí pena por ella pero, sobre todo, por no volver a saber de la nieta. Pero fíjate, qué cosas tiene la vida. Va el destino y nos la pone ahí, justo enfrente. A tiro para que yo pudiera traérosla. Para que por fin estuviésemos todos juntos. Para que pudiéseis conocerla. ¿No dices nada Lidia? ¿Y tú, Rosalía? ¿No piensas abrazar algún día a tu propia hija? ¿Tanto que me echabas en cara que te la había quitado? ¡Estamos aviados! Vaya hatajo de desagradecidas, rehostia. ¡Desagradecidas! ¡Pendejas! ¡Maleducadas! ¿Eso os he enseñado en esta casa? Mira, Paula, no se lo tengas en cuenta. A pesar del tiempo que llevas aquí aún no se han hecho a la idea, las pobres. Más setonas no pueden ser... Ya sabes que tenemos fama de cerrados pero ya verás, ya verás cómo se les pasa el soponcio y te acogen como una más de la familia. Y entonces no callarán, ya verás. 

¡Paula, ¡Paula! ¡Como empieces a gritar te amordazo de nuevo! ¿Es eso lo que quieres? ¿No, verdad? Venga, mujer. Venga, no llores más. Mira, escucha. Calla y escúchame. Me decía Teresa que hacías unos asados para chuparse los dedos, con setas que recogías tú misma allí, en la capital. En nuestro pueblo, en Aliste, salen unas setas de muerte. De hecho, con estas lluvias, seguro que ya han empezado a salir. Si te portas bien te llevaré. Iremos a por setas. Y así nos preparas uno de esos asados tuyos. ¿Eh? ¿Qué te parece? ¿Sí? Te gusta la idea, ¿verdad? Ese portento tuviste que heredarlo del tío, porque mira que por más que lo intenté yo nunca conseguí distinguir las buenas de las malas... Venga, pues prométeme que se acabaron los berrinches y te llevo. Mañana mismo. Antes de que amanezca. Entenderás que tendré que tomar mis medidas para que no te me escabullas. Ya. Ya sé que quieres quedarte con nosotros. Que somos tu única familia. Pero bueno... de vosotras uno aprende a no fiarse. En fin, ¿quieres? Pues mañana mismo vamos, a que te dé el aire, que tengo ganas de probar tu asado. Tanto comistrajo, tanto pollo... 

Mujer, ¿por fin una sonrisa? ¡Qué feliz me haces! Ya tenía yo ganas de cumplir como abuelo, rehostia. ¡A recuperar el tiempo perdido! Qué bien. Toda la familia reunida. Con lo que me ha costado. Pero ha merecido la pena. ¿No creéis? Qué bonita familia somos, sobre todo cuando estáis todas calladitas. Como ahora. Y mañana, una cena en familia como Dios manda, con asado y todo. Una familia unida. Como debe ser. Rehostia.

Comentarios

  1. Uff...cómo me gusta el final. Ese intercambio de papeles de verdugo y víctima. Muy guay el utilizar distintas voces para cada una de las partes del relato. Creo que funciona muy bien.

    ResponderEliminar
  2. Buceando en técnicas experimentales, ya sabes, Carlos, hay que obedecer al profe que de esto sabe mucho ;-) Estoy contenta con el resultado, la verdad, sobre todo porque parece que se ha entendido muy bien y que ha gustado. ¡Ahora a por nuevos retos!
    Gracias por leerme y comentar.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Un millón de gracias y de abrazos, mi Mara. ;***

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Retrato de un amigo - Natalia Ginzburg

Él y yo - Natalia Ginzburg

Invierno en los Abruzos - Natalia Ginzburg

Puñal de claveles - Carmen de Burgos «Colombine»