Menos mal que no te fuiste...



"Las espigadoras" Jean François-Millet 

- Como aquella vez... aquella vez sí que creí que te marchabas...
- Calla, mamá. Tienes que descansar.
- Aquella vez pensé que te perdía de verdad. Hiciste hasta las maletas y todo... ¿Qué he hecho mal? Pensaba una y otra vez. ¿Qué he hecho mal?
- Pero... ¿qué dices, mamá? Estás delirando. Cállate y duerme.
- Y tu padre como un loco, y tú como una loca también. Porque vale que él no llevaba razón, pero tú tampoco, tampoco la llevabas. Con ese carácter que tienes... Desde pequeña ya se te veía el carácter que tenías. Igualita a tu padre, aunque no lo reconozcas, igualita a él, aunque te duela, como dos gotas de agua sois...
- Mamá, por favor - supliqué cogiéndola la mano que yacía casi sin vida sobre la cama - como no te calles ya voy a llamar a la enfermera para que te traiga un somnífero o un calmante...
- ¡No!, ¡eso no! - gritó suplicante mirándome con más energía de la que pensaba que sería capaz de acumular en esos momentos a través de sus ojos achinados e hinchados por la medicación y el dolor.- No me quites estos últimos recuerdos o no te lo perdonaré jamás.
- Pues entonces cállate, mamá, que no entiendo nada de lo que dices...
- No puede ser que no te acuerdes, ¿lo has olvidado?. Yo me he acordado de ese día cada día que he vivido desde entonces. Fue terrible, no puede ser que no lo recuerdes... Era un domingo, lo sé porque estuve intentado entrar en tu habitación para convencerte de que fueses a misa conmigo y no me dejaste entrar. Te habías encerrado por dentro. Yo sabía que estabas ahí dentro porque te oía llorar y más de una vez me asomé al patio trasero para comprobar que no te habías escapado por la ventana. Cualquier cosa podrías haber hecho ese día, hasta las maletas hiciste, cualquier cosa. Hasta falté a misa, imagínate, yo que nunca he faltado ni una vez a misa cuando vamos al pueblo y ese día no fui por miedo a que al regresar ya no estuvieses y unas semanas después me llamases desde algún país por ahí perdido: Rusia o Argentina o América, a saber... de cualquier cosa eras capaz ese día...

Para mi madre Nueva York no era Nueva York, sino América. Igual que Miami o Estados Unidos eran América, Marruecos era África y Corea, Vietnam o Tailandia eran países "de por ahí, por China". La geografía no era su fuerte. La cultura general, en general, no era su fuerte, debido a su deber de cuidar de su hermana pequeña y ayudar a sus padres en las tareas de campo en las mismas horas en las que la maestra de la escuela del pueblo impartía sus clases a los cuatro privilegiados (cuatro, ni uno más, ni uno menos) que podían permitirse el lujo de sentarse en un pupitre, lapicero en mano, a leer y escribir mientras sus contemporáneos llevan el ganado a pastar, cavaban la tierra o segaban el trigo. Hay palabras que nunca mi madre ha pronunciado, palabras que no sé cómo suenan en su boca y con su voz: "Nueva York" es una de ellas, "formidable", "espectacular", "intelectual", "vehemente" o "gilipollas" son otras. Su lenguaje es simple, su vocabulario, limitado, pero aún así siempre me ha gustado oírla hablar. Tan comedida, tan educada, tan práctica.

- Ese día me imaginé vieja, recluida en una residencia, sin saber nada de ti porque te habrías ido. Y mira, mira donde estamos. Yo aquí, vieja, postrada en una cama, a punto de reunirme con tus abuelos, y tú a mi lado, refrescándome la frente y escuchando mis tonterías... Gracias... gracias por no marcharte aquel día... menos mal que no te fuiste... menos mal...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Él y yo - Natalia Ginzburg

La invitada - Simone de Beauvoir

Jesús Carrasco - Intemperie

El amor molesto - Elena Ferrante