Ochenta y siete escalones



"Rayo de luz en la escalera".
Foto de Chus Martin @lankara
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  Cincuenta y ocho mil cuatrocientas son las veces que aproximadamente he subido y bajado las maravillosas escaleras de mi casa a lo largo de mi vida. Los primeros escalones que subí gateando fueron éstos, con el consiguiente chichón en la cabeza producto de mi piel acariciando el suave y frío mármol. A fin de evitar ulteriores caídas, tanto mías como de otros vecinos, en la siguiente Junta de Propietarios se aprobó por unanimidad la instalación de tiras antideslizantes.

   A los dieciséis años me rompí el brazo izquierdo al querer volar por ellas propulsada por la alegría de mi primera cita con Mario mezclada con el miedo a llegar un segundo tarde. A fin de evitar ulteriores intentos de emular a Ícaro, en la siguiente Junta de Propietarios se aprobó por unanimidad la instalación de una barandilla dorada.

  A los diecinueve años estas escaleras fueron testigos de cómo perdí la virginidad galopando con Javier frenética y apasionadamente, salvándonos del escalabro las tiras antideslizantes y la barandilla dorada que se clavaba en mis lumbares a cada embestida. Doña Lourdes, la vecina del sexto piso, nos pilló en pleno trote y sus manos tapándose sus escandalizados ojos no impidieron que llegásemos a la meta. Como consecuencia de este incidente, a fin de preservar la seguridad y decencia del decimonónico y señorial edificio, en la siguiente Junta de Propietarios se aprobó por unanimidad la instalación de cámaras de seguridad.

  A los treinta años Doña Lourdes se rompió la cadera como consecuencia de un desagradecido tobillo que decidió un día dejar de obedecerla mientras descendía las escaleras. El estrépito de la caída fue tal que resonó en todo el edificio. Ni las tiras antideslizante ni la barandilla sirvieron para prevenir la desgracia si bien evitaron un mal aún mayor. A fin de facilitar la accesibilidad de Doña Lourdes a su casa, en la siguiente Junta de Propietarios se aprobó por unanimidad la colocación de un ascensor.

  Hoy tengo ya cuarenta años y subo estas históricas y hermosas escaleras por última vez. Las asciendo lentamente, contando, como siempre suelo hacer, los escalones que me llevan hasta mi piso: setenta y nueve en total. Son las diez de la noche y mañana a primera hora llegarán Ellos, portando armas relucientes y rostros sombríos, hastiados de cumplir órdenes de varios psicópatas demasiado cobardes para dar la cara y a los que códigos y leyes convierten en intrépidos valientes.


  Mis vecinos opondrán resistencia, llamarán a medios de comunicación, levantarán pancartas y entonarán consignas mientras Ellos, resignados, agacharán las miradas y levantarán las esposas. No les daré el gusto de verme humillada, de sentirme derrotada por haber perdido la herencia de mis padres, los recuerdos de mi vida en esta casa, en estas escaleras.  Antes de que lleguen yo ya me habré ido. Creerán encontrarme tumbada en la cama, eternamente dormida y mientras algunos llorarán y otros respirarán aliviados, mi espíritu seguirá subiendo y bajando estas escaleras libre y ligera. 

Comentarios

  1. Desde luego un medio efectivo de atraer la atención de los medios, y no sus vecinos con sus tímidas protestas.

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  2. Eso si, se ciñe a la foto con rotundidad

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  3. Eso si, se ciñe a la foto con rotundidad

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  4. La desesperación puede llevar a las personas a límites desconocidos.

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