Canción dulce - Leila Slimani


Título original:  Chanson Douce
Traducción: Malika Embarek López
Edición: cabaret Voltaire (1ª edición. Marzo 2017). 
Páginas: 278
ISBN: 978-84-944434-8-0
Precio: 19,95€
Calificación: 8/10

Lo que más me ha gustado: la voz con la que Slimani nos cuenta esta historia impacta de forma hermosa, floreada, francesa, con todas esas metáforas y esa forma de contar tanto con tan poco, de hacerlo todo tan bonito a pesar de la dureza de lo que nos cuenta. 

Lo que menos me ha gustado: el tratamiento de los personajes. Slimani se centra en la figura de la niñera, Louise, ahondando en su pasado que ha ido abonando hasta dar como fruto un presente perturbador. Sin embargo, presenta a los padres y a los niños de refilón, al contraluz. Esa figura del narrador parcial pesa a lo largo del relato.
«Louise se mueve entre bambalinas, discreta y poderosa. Es la loba a cuyos pechos ellos acuden a beber, la fuente infalible de la felicidad del hogar». (Pág. 72)
No se engañen por el título. La canción que nos canta Leila Slimani es de todo menos dulce. Partiendo de un tema que se ha repetido de forma incansable en películas (inevitable recordar esos dramones típicos de sábado a las cuatro de la tarde), a saber, niñera que entra al servicio de una idílica familia formada por matrimonio bien avenido, niña pizpireta y despierta, niño-bebé dulce y amoroso, Slimani rompe con los tópicos no sólo a través de una narración con voz propia, serena, analítica, que trata con amor cada frase y párrafo, cada idea, sino también en la forma de enfocar la historia. Ganadora del Premio Goncourt 2016 esta novela reviste una historia turbia y tenebrosa con un estilo lírico, armonioso y susurrante; una anti-canción de cuna
«El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes». (Pág. 13)
Leila Slimani
Así, a quemarropa, el libro comienza con el asesinato de los dos niños a manos de su niñera, Louise. Paul y Myriam, un matrimonio joven con dos hijos pequeños, deciden contratar una niñera a fin de que Paul pueda dedicarse sin remordimientos a su profesión musical y Myriam pueda retomar su carrera como abogada, aparcada tras la maternidad. Louise, como si de una Mary Poppins se tratara, aparece en ese hogar entrando por la ventana agarrada a su paraguas con el cual salvará esa armonía familiar a punto de colapsar. Louise no sólo cuidará de los niños con un mimo y una dedicación envidiables sino que también pondrá lavadoras, planchará camisas, cocinará maravillosos platos en honor de ese matrimonio y sus amigos, organizará fiestas infantiles, ordenará armarios. En definitiva, la niñera perfecta, la señora de la limpieza perfecta, la secretaria perfecta. Myriam logra escapar de las garras de esa maternidad claustrofóbica que la condena a una rutina de pañales y biberones, aislamiento social, parálisis de su vida laboral mientras que observa cómo su marido se despide cada mañana para triunfar en su profesión, rodearse de gente interesante, y volver a casa con una vida encauzada y el recuerdo en cada frase de que ella está sacrificándolo todo mientras él no ha sacrificado apenas nada. Un reparto injusto ante el que la llegada de Louise es un regalo caído del cielo. 
«Por la noche, el matrimonio, con la sensación de frescor de las sábanas limpias, ríe, incrédulo de su nueva vida. Como si hubieran encontrado un mirlo blanco o les hubieran echado una bendición». (Pág. 41)
El comienzo no puede ser más armonioso, con viaje de vacaciones de toda la familia, niñera incluida, a las islas griegas. Paul y Myriam no se pueden creer la suerte que han tenido. Louise no entiende de horarios, no se queja si tiene que quedarse más tiempo con los niños y hacer horas y días extra, asiste encantada al despegue profesional de los dos miembros de la pareja y a la estabilidad madurativa de los dos niños. Louise ha encontrado en esa familia el anclaje que necesitaba en su vida, su lugar en el mundo. Y Paul y Myriam han encontrado la persona de confianza ideal quien se ha convertido en imprescindible para ellos, una más de la familia. Y todos felices.
«Louise espera. Los observa como quien estudia la agonía de un pez recién capturado, con las agallas ensangrentadas, el cuerpo presa de convulsiones. Un pez que colea sobre el suelo del barco, chupando el aire con la boca agotada, un pez sin oportunidad alguna de salvarse». (Pág. 61)

¿Todos felices? No. A medida que vamos avanzando en la lectura vemos que hay algo que falla en la mente de Louise, que bajo su pátina satinada y brillante, impoluta, impecable, hay una madera resquebrajada que comienza a quebrarse. Las polillas del recuerdo hacen un festín. El pasado de Louise, misterioso, escondido debajo de una máscara, comienza a hacerse un hueco por salir, respirar, escapar del atolladero. Y es entonces cuando todo se complica. Y es entonces también cuando comienza mi "PERO" a esta novela: Slimani nos presenta a Paul y Myriam como dos padres superficiales y egoístas a los que parece que les importa más poder disponer de su tiempo para llevar a cabo sus proyectos y retomar su vida de antes de ser padres que el bienestar de sus hijos. Ese maniqueísmo queda sin pulir. No profundiza en el porqué de su comportamiento. ¿Por qué si han visto comportamientos extraños en la niñera no se deciden a prescindir de ella, a buscar otra? ¿Son también ellos culpables, o al menos responsables de lo sucedido? Da la sensación, por lo que se desprende de la narración, de esa voz, como decía antes, parcial y subjetiva, que Slimani sí les hace responsables, cargándoles de una inconsciencia inmadura y egocéntrica, lo cual el lector podría entender si hubiese profundizado un poco más en esos personajes. El miedo a resultar clasistas, a que Louise crea que ellos, como empleadores, están por encima de ella, a que piense que la están explotando, hace que no sepan reaccionar a tiempo a todas esas grietas que la niñera empieza a mostrar. El bien contra el mal. Al final resulta que Louise, El Mal, no es tan malo, mientras que Paul y Myriam, y los dos niños, El Bien, no es tan bueno. Y es ese caminar de puntillas sobre el bien mientras se nada a pulmón en las profundidades del mal lo que me rechina de esta novela.
«Alguien tiene que morir. Alguien tiene que morir para que seamos felices». (Pág. 260)
No obstante, a pesar de ese pero, tengo que reconocer que es un libro cuya lectura merece la pena por la forma de escribir de su autora que consigue atrapar los grandes problemas de nuestra sociedad contemporánea sobre la educación, los prejuicios culturales y de clase, la visión moderna de la maternidad y de la paternidad de una forma aguda, penetrante y directa creando al mismo tiempo una atmósfera misteriosa y siniestra en la que incluso cuando el sol brilla radiante sobre las calles parisinas o las playas griegas se perciben nubes negras en el alejado horizonte. La catástrofe, ya instalada desde el primer párrafo, sobrevuela toda la narración sobrecogiendo al lector página tras página, párrafo tras párrafo. La delicadeza con la que Slimani nos cuenta la historia, su preciosismo, la elección de cada anécdota que nos cuenta, va hilando un estilo dulce y acompasado que contrasta con los conflictos de sus personajes que bailan una danza macabra al ritmo de una canción dulce. 


Comentarios

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