Madre mía - Florencia del Campo


Edición: Caballo de Troya (1ª edición, 2017)
Páginas: 174
ISBN: 978-84-15451-79-2
Precio: 14,90 €
Calificación: 9/10.
«Sólo una cita precisa: "Quién no se ha preguntado: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona?"». Clarice Lispector, La hora de la estrella.»
Lo que más me ha gustado: lo que no se ha contado, lo que queda implícito en el aire, como una fragancia que deja alguien al pasar y persigues con tu olfato inconscientemente, buscándole un significado, un recuerdo que reaparece, un intento por comprender. Sin usar un lenguaje complicado ni enrevesado, Florencia transmite mucho más de lo que nos cuenta, sentimientos contradictorios pero profundos, ricos en intensidad y en color: amor, odio, rencor, añoranza, melancolía, arrepentimiento, reproches, determinación, dudas, blancos, negros, grises...
«En la vida hay un solo collar, siempre colgado al cuello, que se llama familia. el resto es la variable que la decora». (Pág. 76)
Lo que menos me ha gustado: arma de doble filo, el pudor a veces dificulta el acercamiento, la empatía, la comprensión a primera lectura. La falta de detalles (comprensible) nos obliga a rellenar los huecos. A pesar de la edición del libro, pequeña y manejable, no se puede (debe) leer del tirón sin profundizar en sus ideas y en sus metáforas pues en ese caso la fragancia se pierde entre la multitud y es imposible de recuperar. Reflexionar, canalizar y poner el corazón en la lectura, son requisitos imprescindibles para poder admirar esta joyita que incomoda y conmueve a partes iguales.
«20 de agosto de 2014. Empiezo a escribir. Quisiera utilizar un material distinto a las palabras. Escribir con tu pelo, por ejemplo. Con tus pómulos. Escribir sobre nada. Corregir una trenza en lugar de ortografía o repeticiones. Acumular tus rostros y que ellos revelaran sobre vos. Descubrir que tu cara no es calavera. Que todavía hubiera carne y piel. Color.» (Pág. 11)
Lo que me ha sucedido con este libro ha sido realmente curioso. Lo leí hace ya unas semanas pero he tardado todo este tiempo en escribir la reseña porque necesitaba procesar cuanto había leído. Lo primero que llamó la atención de él al verlo en la librería es que la edición corre a cargo de la autora de uno de mis libros favoritos, Lara Moreno, escritora de Piel de Lobo (adoro este libro; podéis leer la reseña, si os apetece, aquí). Lo segundo fue la portada con ese avión visto desde abajo rodeado de una especie de orla como si de algún símbolo religioso se tratase. Y no es para menos. Florencia del Campo desmitifica en esta novela uno de los grandes tabúes intocables: el amor incondicional. Esa madre, normalmente objeto de veneración y devoción, amor único, madre no hay más que una y hay que respetarla, cuidarla, adorarla, puede tener una cara oculta, de madre castradora y castigadora, chantajista, absorbente, interesada, egoísta. Esa cara oculta que Lorca supo reflejar tan bien en su magistral obra «La casa de Bernarda Alba». De hecho, así llama la autora a su madre: Bernarda. Un punto de encuentro, el cine, el único momento en el que madre e hija se entrelazan, se compenetran, se funden... hasta que de regreso a la realidad, pantalla en negro, la madre se transmuta y es «Bernarda», «Bernarda Alba». Silencio.
«Hablo de transfondos. De cuando ya no queda mermelada y el cuchillo suena sobre el vidrio, clinc, clinc, y resuena. Lo único maravilloso es que siempre alcanza para una última tostada. Pero luego, de verdad, llegará el momento de que no haya nada, nada. Entonces, ¿cómo es que siempre y luego nada?» (Pág. 24)
Pero empecemos por el principio. Nada más abrir el libro, empecé a subrayarlo. Frases y frases dignas de ser anotadas por la gran potencia de sus metáforas, reflejo del rico imaginario de Florencia del Campo. Desde el primer momento, nos damos cuenta de que este no va a ser uno de esos libros que leamos por cómo se desenvuelve la trama pues ésta es previsible desde el principio, sino por cómo se llega a ese final. El trayecto de la lectura es mucho más importante que la acción de la misma. Los personajes, en concreto las protagonistas, la propia Florencia, y su madre, y la compleja relación entre ambas. Con un lenguaje casi lírico percibimos el dolor con el que cada frase debió disgregarse del cuerpo de la autora, arrancada de cada recuerdo con gotas de sangre incrustadas. La consternación ante tanto sufrimiento disfrazado de belleza me obligó a parar la narración en más de una ocasión.
«Porque te fuiste a vivir. Mala Eso te pasa por vivir. Egoísta. Vivir mientras tu madre muere, ¿a quién se le ocurre?» (Pág. 21)
No la entendía, lo confieso. No entendía a Florencia. ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo fue capaz de abandonar a su madre en su Argentina natal, enferma de cáncer, para seguir con sus planes, venirse a Barcelona, volar a París, viajar a la India, sabiendo el imprevisible estado en el que ella se encontraba, sabiendo sobre «la coincidencia de su cáncer con su mudanza al exterior»? Como entonando un mea culpa, Florencia nos obliga a empatizar con su madre más que con ella misma aportando un anexo con los informes médicos, sus continuas entradas y salidas de urgencias y consultas, pruebas y análisis, los reproches que ella le hacía por no estar a su lado. Madre mía, le decía mentalmente a Florencia mientras la leía, madre mía...
«Pero soledad es también lo que se construye en compañía. Vos te construiste: un campo que fuiste sembrando con minas explosivas. Espiral de la trampa: cuanta más cosecha pretendías recoger, más minas conseguías.» (Pág. 30)
En ocasiones tuve que parar la lectura del libro. Incluso en más de alguna ocasión me propuse dejarlo de lado y pasar a otra cosa... Pero no lo hice. Algo me empujaba a seguir leyéndola hasta el final. ¿Por qué? ¿Es posible que una gran calidad narrativa fuese el único motivo por el cual me veía impelida a seguir leyéndola? Cuando nada más acabar el libro me preguntaron qué me pareció, yo contesté: «No me ha gustado nada. No he conseguido empatizar con ella. Demasiado duro». E incluso lo dejé de lado dispuesta a no reseñarlo. Pero no me lo quitaba de la mente. Volvía a él. Lo abría por los párrafos que había marcado y me seguía estremeciendo por su belleza y porque seguía sin encontrar una respuesta a mi pregunta: ¿por qué lo he leído hasta el final? ¿Qué es lo que me inquieta de él, lo que me incomoda? 
«Yo, que nunca estoy donde estoy, que siempre sospecho que en otro lugar está pasando algo mejor, que tengo la permanente sensación que hago mal presente, yo, que padezco la vida con esa certeza, había encontrado un momento en el que aquello dejaba de atormentarme, solo un momento: el del cine con vos.» (Pag. 30)
Y unas semanas después, aquí estoy, con mi respuesta finalmente encontrada: como cuando practicas una asana de yoga y, a pesar de sentirte incómoda, músculos doloridos, cosquilleos en los hombros, calambres en las fibras, insistes en respirar y mantener la postura, esta lectura atrapa tu mente y te obliga a mirarla de cerca, a tomar distancia, y acercarte de nuevo; y todo es porque Florencia consigue algo impresionante y difícil de lograr: derribar zonas de confort. El libro gira en torno a esta pregunta fundamental:
«La pregunta que yo estaba haciendo era: ¿tenemos (hijos e hijas) la obligación (moral) de cuidar a nuestros padres cuando enferman o es algo que puede elegirse (según los sentimientos, la historia, las circunstancias...)?» (Pág. 57)
Florencia del Campo. 
Y así logra echar por tierra muchas de las cosas que nos han inculcado y que pocas veces cuestionamos: el amor incondicional, aunque no sea correspondido. A la madre hay que amarla incondicionalmente, haga lo que haga, pase lo que pase; y a los hijos también; y al padre; carne de tu carne, sangre de tu sangre, dadores de vida, gracias a ellos no te ha faltado de nada, ropa, techo, comida. ¿Pero es eso suficiente? ¿Justifica eso que tengamos que renunciar a nuestra vida y volcarnos en cuerpo y alma con unas personas que no han correspondido a nuestro amor? Me costaba entenderlo. Desde mi visión egocéntrica he tenido la suerte de tener una madre amorosa que tengo como ejemplo en mi vida para vivir mi propia maternidad pero si la literatura tiene algo maravilloso es que nos permite viajar, no sólo a otros países, sino a las vidas de otras personas, ponernos en sus zapatos, que dirían los ingleses, y caminar con ellos.
«Ya te lo dije pero no iba a entenderse: separar el contenido de un frasco del frasco (su vidrios, su transparencia), y al verlos separados admitir que, en realidad, solo funcionan juntos. Que frasco por untado y contenido por otro no hacen sentido». (Pág. 73)
Por eso, sólo puedo decir que me alegro de haber leído este libro hasta el final. De haber descubierto, a través de él, el significado de la escritura como medicina, terapia no para olvidar sino para recordar y asimilar, píldora para reconciliarse con el pasado, cápsula para el perdón y el alivio. Y de haber conseguido, gracias a él, pararme a pensar sobre cuestiones que nunca me había planteado obligándome a salir de mi acogedora zona de confort vital. El desgarro con el que está escrito, el amor, a pesar de todo, de que la madre demandó lo que no enseñó, con el que Florencia habla de ella, «Bernarda Alba», es tan auténtico y conmovedor que traspasa incluso el lirismo del lenguaje con el que está escrito. Te daría un abrazo, Florencia, Madre mía...
«La familia puede ser a la persona lo que un tumor al cuerpo». (Pág. 171)

Comentarios

  1. ¡Hola, Raquel!

    Qué menos que empezar el año lector que con tu reseña. Por lo que nos pintas, parece una historia impresionantemente humana que te deja los sentimientos a flor de piel.

    Me encanta todo lo que nos has comentado, y repito lo de siempre, corro serio peligro al entrar en tu blog cada vez que publicas una reseña...

    Sin duda, una novela para tener en cuenta.

    ¡Un abrazo y feliz Año Nuevo!

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    Respuestas
    1. ¡Hola Santiago!

      Gracias, gracias, gracias por pasarte por aquí. Con amigos twitteros como tú da gusto compartir la pasión por los libros... sobre todo por aquello que aportan algo nuevo como es este caso. Si te decides a leerlo ya me contarás. Te dejará los sentimientos removidos, eso seguro.
      Un abrazote

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  2. No es un libro nada fácil de leer y mucho menos de escribir. Me gusta (necesito) salir de la zona de confort y en ese sentido este libro ha sido una buena sacudida.

    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Una buena sacudida... lo has definido a la perfección, Ana. Ideal para salir de la zona de confort literaria y para plantearnos preguntas que dejamos apartadas o para las que no hemos encontrado respuesta, otro de esos milagros de la literatura.

      Te animo a que lo leas, sobre todo si necesitas salir de ahí. Es uno de esos libros que no dejan indiferente y además está realmente bien escrito.

      Un abrazo

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