Papá se ha ido de caza - Penelope Mortimer


Lo que más me ha gustado: antes de que Betty Friedan hablara en 1963 en su «Mística de la feminidad» del «malestar que no tiene nombre», y muchísimo antes de que se colara por las grietas de la vida idílica matrimonial la queja de «Mujeres desesperadas», Penelope Mortimer nos mostró la frustración con la que muchas mujeres se encontraban de bruces tras hacer lo que les habían dicho que debían hacer para realizarse y ser felices, es decir, casarse, tener una casa y criar hijos. Una auténtica adelantada a su época que, venciendo el pudor y la inseguridad, creó relatos muy bien construidos desde un momento anterior al impacto de la nueva ola feminista, la que cambiaría todo bajo la bandera de la liberación de la mujer. Una voz que nos recuerda de dónde venimos.

Aviso: No es Mortimer una escritora a la que acudir si queremos «desconectar» o «pasar un rato agradable». Aunque en apariencia pueda parecer una autora «ligera» por centrar sus tramas en la clase media británica, basta leer unas líneas para darnos cuenta de que es una autora que incomoda y que tras un sentido del humor cáustico no deja títere con cabeza. Su dedo acusador pone en tela de juicio todas las convenciones típicas relativas a ese mundo claustrofóbico en el que durante generaciones se ha querido encerrar a la mujer. El resultado es una auténtica metáfora sobre su aislamiento emocional profundo.
«Las mujeres (...) como pequeños icebergs, mantienen su cara despierta y rutilante por encima del agua; bajo la superficie, sumergida a muchas brazas de ociosa profundidad, retienen su propia personalidad»
Penelope Mortimer
Sí, les echará de menos. La locomotora grande, potente y cruel que lleva de vuelta a sus dos hijos al internado marca el fin del «verano de la insuficiencia». El camino de regreso a casa sola le resulta insoportable. Vuelve a «un mundo exento de disciplina o propósito» y para paliar su vacío hace antes unas compras. Tiene prisa por llegar a su preciosa casa, situada en un idílico suburbio londinense de clase media, llevando en el maletero del coche esos abarrotados paquetes, «desenvolverlos y colocarlos en su sitio, darles un uso en los días posteriores» pues es su «garantía para el futuro». Todo ha llegado a su fin, los niños, el verano, se han marchado. Su marido dentista duerme en Londres los días laborables así que llegará a su preciosa casa y ésta estará vacía. Bueno, no, menos mal que está Angela, su hija universitaria. El paisaje otoñal de la campiña inglesa azuza su melancolía y ella se consuela pensando que quizá Angela haya encendido la chimenea. Así se la imagina, agachada, prendiendo el fuego, cogiendo el carbón. El peso de la soledad se esfuma, pisa el acelerador y se pone a cantar hasta que, llegando a la casa, se cruza con una motocicleta conducida por un muchacho que lleva una enorme bufanda enrollada al cuello y con una chica que viaja de paquete con la melena al viento. Es Angela. Definitivamente, cuando llegue, la preciosa casa estará sola y ella, de nuevo, se refugiará en us mundo de fantasía, repleto de escondrijos, hablará consigo misma y regresará a su costumbre de beber a solas.
«Unas son felices, otras están emponzoñadas de aburrimiento; unas beben demasiado y otras, por debajo de la línea de demarcación, están un poco desequilibradas; unas aman a sus maridos y otras agonizan por la ausencia de amor; unas pocas tienen talento, que les es tan inservible como una extremidad paralizada». 
Así nos presenta Penelope Mortimer (Reino Unido, 1918-1999) a la protagonista de esta historia que tras años dedicada al cuidado de su familia se enfrenta al conocido como «síndrome del nido vacío» como lo denominó en los años setenta la socióloga Lillian Rubin. Así, esta socióloga llegó a la conclusión de que si una mujer se deprime cuando sus hijos se van de casa no es tanto porque eche de menos toda la rutina de cuidados sino porque vuelven a relucir problemas no resueltos de identidad. Y eso es lo que le sucede a Ruth, una mujer que al igual que la Señora Armitage de «El devorador de calabazas» (1962) nunca se ha preocupado por saber realmente quién es o qué quiere en la vida porque desde siempre le han enseñado a ocuparse de los demás, a vivir a través de ellos y no por y para ellas mismas. La nota de ingenuidad que a veces distingue a esta mujer se percibe en muchos de sus discursos y estructuras mentales. Pero Penelope no nos engaña y ya desde el mismo título nos avisa de con qué nos vamos a encontrar. Si «El devorador de calabazas» toma su nombre de una popular canción infantil inglesa «Peter, Peter, Pumpkin Eater» que cuenta la historia de un hombre que ante la imposibilidad de «hacer vida» de su díscola mujer la encierra en una calabaza, «Papá se ha ido de caza» lo toma de otra canción infantil, en este caso, «Bye, baby Bunting» en el que cuenta la historia del papá que va a cazar un conejo para envolver con su piel al bebé. El papá de caza y la mamá en casa, ya se sabe.
«¿Es que nunca va a pasarnos nada?, se preguntó. ¿De veras vamos a seguir así para siempre? ¿Es posible que nada vaya a cambiar jamás?»
Nunca pasa nada... hasta que a mitad de la novela salta el detonante que pone a Ruth en acción. Penelope pone en práctica aquí la misma estructura narrativa que luego repetiría en «El devorador de calabazas». Tras una primera parte lenta en la que Mortimer nos va presentando a los personajes viene una segunda en la que tras apretar el botón rojo todo estalla. No debemos pensar que esa primera parte es superflua o prescindible, sino todo lo contrario, es el pilar sobre el que la autora va construyendo todo el entramado que dará consistencia y verosimilitud a la historia. Así, en ella vamos conociendo a los protagonistas, línea a línea los va diseccionándoles hasta dejarlos en carne viva, descubriendo su personalidad a través de diálogos biliosos rebosantes de malestar, demostrándonos las dificultades que tienen todos ellos para comunicarse y encontrar puntos en común. ¿Cuántas veces a lo largo del libro creemos que por fin el milagro se va a producir y Ruth conseguirá sincerarse con su hija Angela? ¿Cuántas ocasiones tiene de preguntarle a su marido si le está siendo de nuevo infiel y no lo hace por temor a provocar una discusión sin fin? Ese ambiente enrarecido dominado por el miedo que aísla a cada personaje de quienes les rodean incluso viviendo en el mismo barrio, en la misma casa, compartiendo fiestas, té y cotilleos es el punto de partida para entender después por qué pasa lo que pasa y por qué Ruth despierta y toma las riendas de la situación. 
«No era que ella hubiese dado un paso; la habían empujado, y en el tropiezo se había encontrado con la responsabilidad encajonada en los brazos, comprometida sin saber cómo había ocurrido. Porque una no podía permanecer quieta; porque no podía seguir los acontecimientos como mera presencia, preocupándose en secreto; porque no había otra forma de hacerlo». 
En esa relación madre-hija, tan apropiada para mis #MaternidadesLit, vemos a una madre preocupada, luchando contras sus propias convicciones y al mismo tiempo aliviada porque por fin ha pasado algo y tiene un problema con nombre del que ocuparse. Puede ejercer de nuevo de madre, hacer gestiones y llamadas, desenvolverse en lo único que ella cree que sabe hacer. Envidia a su hija porque ella querría volver a ser joven y ser madre de nuevo. Se pregunta qué pasaría si pudiese volver atrás en el tiempo y cómo actuaría sabiendo todo lo que sabe ahora (¿quién no se ha preguntado eso alguna vez en la vida?) pero está resuelta a actuar para que si su hija tiene que lanzarse a la vida lo haga con mayor libertad y más oportunidades de elección que con que lo hizo ella. Un relato en el que es inevitable encontrar paralelismos entre Ruth y la propia Penelope (para quien quiera saber más de su vida aconsejo la lectura de «El devorador de calabazas» donde narra la historia en primera persona apenas escondida detrás de la señora Armitage) y que nos demuestra una vez más que esta mujer enfadada, sometida a un auténtico maltrato psicológico que la ha convertido en una mujer frágil que no sabe enfrentarse a la vida, sí es capaz de escribir auténticas parábolas que critican al ángel del hogar (que Virginia Woolf tuvo que matar para ser escritora), auténticas acusaciones del papel que la sociedad asigna a la mujer y un ataque frontal que con furia se lleva por delante todas las costumbres de la clase media británica. Imprescindible. 

Título original: Daddy´s gone a-hunting (1958)
Edición: Impedimenta (1ª edición, 2018)
Traducción: Alicia Frieyro
Páginas: 310
ISBN: 978-84-1711-554-8
Precio: 22,50€
Calificación: 9/10.

Comentarios

  1. Me ha encantado tu reseña.
    Ay, esas mujeres de clase media que pensamos que por tener la vida resuelta ya lo tienen todo hecho. Cuánta infelicidad y falta de realización se esconde tras ese aparente mundo perfecto. Aún sigue habiendo muchas mujeres como Ruth, que tras criar a los hijos no saben darle sentido a su vida porque esa vida la tenían consagrada a la casa y la familia y no saben qué hacer para volver a sentirse útiles.
    Me apunto el nombre de Penélope Mortimer, cómo no. Espero que todo haya ido estupendo en la presentación y que hayas disfrutado la experiencia.
    Besos

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  2. Hola a todos, mi nombre es Fenna Thijs de Utrecht, Países Bajos.
    Estoy aquí para agradecerle al Dr. Elumelu por traer de vuelta a mi familia y a mí otra vez, pensé que ya había perdido todo antes de encontrar un comentario en Facebook sobre cómo el Dr., Elumelu ayudó a las personas a quedar embarazadas y a recuperar a sus ex.
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