Leche caliente - Deborah Levy


LECHE CALIENTE: EL AMOR FEROZ DE UNA MADRE

Lo que más me ha gustado: el estilo narrativo onírico, como si estuviésemos en un sueño, plagado de imágenes borrosas, de personas descritas como negativos de foto, de blancos nucleares, blancos como la leche materna que, como halos de luz, rodean edificios (esa clínica con forma de cúpula blanca que asemeja un seno), nos impiden la visión hasta que de repente todo aparece claro. Es como si Sofía, la protagonista, harta de vivir en estado de duermevela, dócil, secuestrada emocionalmente por el amor a su madre y por la culpa, decidiese romper las cadenas y despertar de un sueño.

Lo que menos me ha gustado: en algunas opiniones se considera este libro como «raro». No estoy de acuerdo. Más bien yo lo calificaría como «original» por ese constante uso de metáforas y recursos literarios que como andamios construyen la atmósfera de la novela para que nos sumerjamos en ella y sintamos en toda su plenitud la picadura de las medusas, el trote del caballo dirigiéndose hacia nosotras, el deseo de querer amputarnos esos pies (inevitable acordarnos de la Sadie de Verity Bargate en «Con la misma moneda») que, como a Rose, la madre de Sofía, nos acaban doliendo también, la frustración por sabernos manipuladas por personas que, supuestamente, nos aman, y abandonadas por personas que, supuestamente, deberían protegernos. 
«Mi amor por mi madre es como un hacha. Hiere en lo más hondo». (Pág. 126)
Deborah Levy
Deborah Levy (Johannesburgo, 1959) declaró en una entrevista a The Guardian: «Si no leemos libros escritos por mujeres, estamos perdiéndonos información esencial». La relación madre-hija es uno de esos temas que tradicionalmente apenas se han abordado en la «literatura clásica» dominada por los autores masculinos. Así mismo, cuándo éstos se han decidido ha hablar de su madre, se han movido en dos extremos, o bien, la madre-diosa-perfecta, creadora, generosa, sacrificada, resignada y amorosa (véase la mítica Jacinta de Pérez-Galdós o el ancestral modelo de referencia de la virginal María) o la  madre-castradora-egoísta, interesada, fría, malamadre y pérfida (véase la Bernarda Alba de Lorca o el prototipo clásico de Medea). Ante esos polos opuestos sólo había dos opciones, o someterse a ellas y adorarlas o rechazarlas y abandonarlas. Afortunadamente, a medida que las mujeres fueron haciéndose por fin un hueco en la literatura, empezaron a surgir títulos que rompían con esa rígida dicotomía con un registro más variado personalidades maternas. La relación materno-filial está a día de hoy que dando tanto de sí que los títulos que están surgiendo al respecto está aumentando de forma espectacular no sólo en cantidad sino también en calidad. «Leche caliente» de Deborah Levy es un claro ejemplo de ello  y es tanta su calidad que en un artículo que se escribió sobre ella en The Guardian se decía que Deborah «ha sido rechazada por las editoriales de corte comercial por considerarla "demasiado literaria"». (No, no se asusten. Su calidad literaria es exquisita pero su estilo es fácilmente aprehensible). El punto de partida es el siguiente: ¿hasta dónde está dispuesta a llegar una madre por evitar que la hija viva su propia vida sin ella? Ante esta situación, ¿qué hay que hacer: ser «buena hija» y someterse o «ser mala hija» y abandonarla?:
«¿Qué es peor? ¿Estar todo el día encadenado junto a un cuenco de agua o ser libre morir de sed? » (Pág. 53)
Playa de los Muertos. (Carboneras. Almería) 
Sofía, una joven de veinticinco años, mitad griega por parte de padre y mitad inglesa por parte de madre, se sumerge en las cálidas aguas del Mediterráneo cuando sufre la picadura de una medusa. Desconoce que ese es el hombre que recibe ese animal en castellano y por eso hizo caso omiso a la bandera que, con la imagen de la mujer cuyos cabellos son serpientes, ondeaba en la playa. La amenaza impregna la atmósfera desde esta primera escena con la que comienza la novela y ya sabemos que nos encontramos ante una novela cargada con un fuerte simbolismo y que nos va a contar una potente historia de relación maternofilial. El motivo por el que Sofía se encuentra en ese paraje almeriense de Cabo de Gata repleto de cactus cargados de higos chumbos, cuyo terreno se ve cubierto por el plástico blanco de los invernaderos y cuyas agradables aguas están plagadas de peligrosas medusas es el acompañar a su madre, Rose, a la consulta del doctor Gómez, un prestigioso médico del que esperan un diagnóstico para las enfermedades mutables y misteriosas que sufre la madre. Poco a poco, el doctor Gómez en compañía de su hija Julieta, irán poniendo en evidencia lo que Sofia ya sabía: Rose, la madre-medusa que convierte a quien le mira en sal, la madre-Deméter que ama en exceso a la hija, es hipocondríaca y se aprovecha de sus dolencias para retener a Sofía a su lado. La relación de interdependencia entre ambas se retrotrae a cuando Sofía tenía cinco años y su padre las abandonó, momento en el que la madre se aferra a ella para huir de la soledad. Al mismo tiempo, Sofía está tan dominada por la culpa y la sensación de asfixia que Sofía renunció a terminar su doctorado en Antropología para trabajar en una cafetería y estar más cerca de Rose. De esa manera, toda su vida la una ha estado usando a la otra como escudo protector, escondiéndose para no enfrentar la realidad, viviendo la una la vida a través de la otra: Sofía se mimetiza con el cuerpo de Rose y siente sus dolencias, «su cabeza es mi cabeza (...) mis piernas son sus piernas»; Rose se mimetiza en el futuro de Sofía y querría volver a ser joven y con un futuro por delante como ella:
«Cuando era niña acostumbraba a taparme la cara con las manos para que nadie supiese que estaba allí. Después me di cuenta de que al taparme la cara me hacía más visible, puesto que hacía que todos sintiesen curiosidad por saber lo que yo intentaba ocultar». (Pág. 13)
Parque Natural Cabo de Gata.
Página tras página, con una prosa exquisita y un estilo que cautiva desde las primeras líneas, Deborah nos sumerge en esta historia y nos lleva de la mano ante el despertar ante la vida, despertar sexual incluido, de la joven Sofia que por fin se da cuenta de que ama a su madre con locura pero que «quería comenzar una nueva vida, totalmente diferente, pero no sabía qué significaba eso ni cómo conseguirlo». En ese camino van apareciendo varios personajes fundamentales que ayudarán a Sofía, a veces sin pretenderlo, a construir su propia identidad. Si algo les caracteriza a éstos es la difusión de las barreras de género. Así Juan, el estudiante del puesto de primeros auxilios que limpia una y otra vez las distintas picaduras de medusa que sufre Sofía a lo largo de la historia (un símbolo claro de ese despertar vital) resulta más femenino en su figura de «enfermero y dulce cuidador» que la exuberante Ingrid, una joven alemana antítesis de Sofía, hermosa y segura que, sin embargo, puede resultar agresiva e intimidante. El viaje de Sofía a Grecia, ese país en continua crisis económica cuyo mayor atractivo son sus ruinas (algo que recuerda al mismo viaje que Rachel Cusk en «A contraluz» realiza a ese mismo país para empezar una nueva etapa como divorciada) le servirá de revulsivo para tomar una decisión. Será en este viaje cuando se de cuenta también de que todo aquello con lo que ella había soñado por no haberlo tenido, esto es, la familia con el padre como sostén, la madre amorosa y devota y el bebé lleno de vida y amado, puede no ser tan perfecto. Esto lo descubre cuando tras pasar unos días en casa del padre con su nueva mujer (pocos años mayor que ella) y su bebé de pocos meses, comprueba que esta vida es aburrida, anula a la mujer, la apariencia de perfección es puro humo y que este matrimonio ya está tan resquebrajado como el Partenón. 
«La palabra "Querida" es como una herida. Duele. En ese sentido, Querida y Herida no son tan diferentes». (Pág. 192)
Deméter y Perséfone
Ante ese dilema que comentaba al principio sobre si someterse o abandonar, Deborah Levy presenta una vía alternativa: la del reencuentro. Sofía y Rose, Rose y Sofía, van alternándose en los roles de víctimas y verdugos, a ratos se apoyan y a ratos se humillan, a ratos son Deméter buscando desesperada a Perséfone y a ratos son Perséfone huyendo incansablemente de Deméter. Hay que tender puentes, mirarse a los ojos, empatizar, sentir el ansia de libertad de una y el dolor de pies de la otra. Y es que esta obra es un auténtico alegato a favor del amor entendido como una relación sana basada en el respeto mutuo y acompañamiento. Una novela de formación excepcional, ideal para leer este verano y que conforma un canto a la vida y al cuidado de una misma y de aquellas personas a quienes amamos. 


Título original: Hot Milk (2016)
Edición: Anagrama (1ª edición, 2018)
Traducción: Cecilia Ceriani
Páginas: 264
ISBN: 978-84-339-8002-1
Precio: 19,90€
Calificación: 9/10.

Comentarios

  1. ¡"Demasiado literaria!" Vaya tela... qué poco se aprecia lo verdaderamente literario. La literatura, vaya.

    Leí de Levy "Nadando a casa" y anoté mentalmente "seguir a esta escritora". Me la traes de vuelta, así que apunto este libro.

    Un abrazo

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    Respuestas
    1. ¿Viste? Yo me quedé anonada cuando leí que se le reprochaba su calidad. ¡Pero si eso es lo que debería primar en un libro! A mi me ha encantado su estilo.

      Me anoto «Nadando a casa» porque quiero leer más cosas suyas.

      Un abrazo, Ana y mil gracias por pasarte por mi rincón.

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