La mujer habitada - Gioconda Belli


Lo que más me ha gustado: la voz de Itzá, la indígena que luchó contra los invasores españoles. Su prosa es pura poesía atemporal. Nos habla de la identidad, del amor, de la vida. Ahonda en qué implicaba en su época ser mujer y cómo, a pesar del paso del tiempo, estas implicaciones no han cambiado tanto como deberían. Nos habla de maternidad, de libertad y de apego. De la ternura, de la lucha y de la sangre. Cada frase es una perla de sabiduría que nos permite deleitarnos con esa filosofía tan esencial como necesaria que nos reconcilia con nuestras raíces pero que también nos empuja a avanzar, a comprometernos con nuestros ideales hasta el final, de forma incansable porque, tarde o temprano, se podrá recoger lo que una vez se sembró.

Lo que menos me ha gustado: la narración de Lavinia, una joven que vive en los años ochenta, es menos poética que la Itzá y, dado que las comparaciones son odiosas pero inevitables, a ratos me ha resultado más repetitiva. Por ejemplo, insiste en numerosas ocasiones en cómo de pequeña se sintió abandonada por sus padres, más pendientes de escalar en sus estatus social y de disfrutar de su juventud que de cuidarla; o de cómo su mejor amiga, Sara, lleva la vida a la que ella también estaba predestinada, la cual le parece monótona y aburrida. Ambos temas son interesantes, sin duda, pero insistir tanto en ideas sin profundizar en ellas hace que el ritmo, en ocasiones, se estanque por momentos.
«Nadie puede decir cuál habría sido nuestra historia si tanta tribu no hubiese sido aniquilada. Los españoles decían que debían civilizarnos, hacernos abandonar la barbarie. Pero ellos, con barbarie, nos dominaron, nos despoblaron.
¿Y de todo eso, qué de bueno quedó? Me pregunto.
Los hombres siguen huyendo. Hay gobernantes sanguinarios. Las carnes no dejan de ser desgarradas, se continúa guerreando.
Es lo único de nosotros que permaneció: la resistencia
».
Una mujer despierta tras cientos de años dormida. Es un naranjo. Su sangre es la salvia y, gracias a la vida que renace en ella, el árbol, aun siendo época de frutos, comienza a florecer. Se encuentra en un patio amurallado que le recuerda a las construcciones de los españoles. ¿Dónde está? ¿Quién es ella? Poco a poco descubrimos su nombre, Itzá, su origen, una guerrera indígena que luchó hasta la muerte contra los conquistadores, y su historia, una historia de amor, de pasión, de ruptura con su propio género para poder incorporarse a la persecución de sus sueños, la defensa de su tierra, su religión, sus costumbres y su cultura aunque eso supusiera enfrentarse de forma incansable a esos españoles blancos con bastones de fuego que arrebató a su pueblo su razón de ser. También, poco a poco, descubriremos a la mujer que vive en esa casa del naranjo. Es Lavinia, una joven de familia acomodada que, tras su regreso de estudiar arquitectura en Europa, regresa a Fraguas (nombre que esconde inconfundiblemente a Managua, la capital nicaragüense) para retomar allí su vida, una vida en la que, al igual que Itzá, también rompe con todo, familia incluida, para asentarse como una mujer libre e independiente. Son los años ochenta y todavía está mal visto que una chica soltera de clase alta no viva con sus padres, que no aspire a casarse, que no vea en el hogar su lugar de futuro. Lavinia conoce a Felipe, un compañero de trabajo que milita en el Movimiento de Liberación Nacional pero que, a pesar de sus ideas avanzadas se resiste a que ella sea algo más que su oasis, «el reposo del guerrero». Lavinia duda sobre si unirse o no al movimiento, sobre si realmente la lucha armada es la vía posible, sobre si eso servirá o no para algo, sobre si lo mejor no sería seguir con su vida como si nada...
«¡Ah! ¡Cómo duda! Su posición se lo permite. Piensa demasiado. Son tupidas las vendas sobre sus ojos. En nuestro tiempo, cuando llegó la guerra, muchas mujeres hubo que debieron despertar, reconocer la desventaja de haberse pasado tanto tiempo cultivando el ocio y la docilidad».
Gioconda Belli
A medio camino entre el realismo mágico y la novela histórica, Gioconda Belli construye una historia bellísima pero también dura en la que con gran sensibilidad y realismo nos recrea dos épocas, la de la conquista de los españoles y la de la oposición del Movimiento de Liberación a la dictadura draconiana del «Gran General». La propia Belli, nacida en Managua en 1948, no es sólo una poeta de reconocido prestigio premiada en innumerables ocasiones, sino que también conoció de primera mano la situación política de su país al militar activamente en el Frente Sandinista de Liberación Nacional que finalmente derrocaría a Anastasio Somoza y que la obligó a exiliarse a México y Costa Rica. Belli nos hace viajar en el tiempo a un pasado en el que los invasores españoles arrebatan el futuro a los indígenas, imponiéndoles por la fuerza todo un nuevo orden social y lo alterna con el relato de una dictadura que hace lo mismo en pleno siglo XX. Casi cinco siglos han pasado desde entonces pero la situación parece ser la misma: la crueldad del fuerte frente al intento de rebelarse del débil, la injusticia como hilo conductor de la historia de la humanidad, la desigualdad como una lacra de la que es difícil deshacerse. 
«Muchos asuntos me son incomprensibles, debido al tiempo que ha recorrido el mundo. Pero hay cantidad de relaciones inmutables; lo primario sigue siendo esencialmente semejante. Comprendo sin temor a equivocarme, la paz y el desapego, el amor y la inquietud, el anhelo y la incertidumbre, la vitalidad y la pesadumbre, la fe y la desconfianza, la pasión y el instinto. Comprendo el calor y el frío, la humedad y lo áspero, lo superficial y lo profundo, el sueño y el insomnio, el hambre y la saciedad, el acurruco y el desamparo».
El tiempo ha pasado pero no parece que las cosas hayan realmente cambiado. Lavinia está rodeada de mujeres y, a través de ellas, Belli aprovecha para reivindicar la desigualdad de género, los prejuicios sociales, los micro y macro machismos y la necesidad de que el feminismo sigan trabajando activamente. Está Sara, la mejor amiga de Lavinia que vive la vida que le habría tocado vivir a Lucrecia y que encarna la perfecta ama de casa intentando justificar ese rol como el espacio propio de muchas mujeres, el «reino de atrás»; está Flor, una enfermera firme y decidida que será la puerta de entrada de Lavinia en el Movimiento de Liberación y en la lucha armada, representando a esas mujeres que no se conforman con lo que la sociedad espera de ellas y que abandonan la dicotomía casarse o no casarse, tener hijos o no tener hijos por otra: «Patria libre o morir»; está Lucrecia, la asistenta de hogar, una chica de clase muy humilde que representa esa realidad que Lavinia desconocía, que pasaba ante sus ojos sin prestarla atención, y que sufre la desigualdad, la injusticia y la tiranía en toda su tragedia; y está también, aunque no lo sepa, la voz de Itzá, que cual gota de rocío le inspira, le susurra, le aconseja a través de sueños, de ráfagas de viento, del hervor de la sangre. 
«Ella le respondió ciando un soneto de Vinicius de Moras, el poeta y músico brasileño, sobre el amor: "que no sea inmortal puesto que es llama, pero que sea eterno mientras dure", defendiendo la belleza del instante, de vivir el presente». 
Gracias a ellas Lavinia se va construyendo como persona y su personaje crece incansablemente, con sus dudas, sus inseguridades, sus avances y sus retrocesos, a través de todo el libro. Radica aquí uno de los grandes logros de Belli: la construcción de sus personajes tan llenos de vida, con contradicciones tan humanas, que salen de las páginas para permanecer en nuestro imaginario literario. En definitiva, una lectura apasionante, a caballo entre la novela de amor y de aventuras, entre la novela histórica y el activismo político, que por su carácter trascendental hace que sea una obra entretenida al mismo tiempo que conciencia y moviliza. Maravillosa.

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