Puñal de claveles - Carmen de Burgos «Colombine»


«No era raro en la comarca que un antiguo novio robase a la desposada en su boda, en el momento supremo de ir a perderla, y de que una boda preparada con alegría, terminase con sangre». 
Carmen de Burgos.
En 1928 un suceso recogido por la prensa de la época tuvo repercusión en todo el país: el crimen del Cortijo del Fraile. La noche del 22 de julio, Francisca Cañadas, hija pequeña del encargado del Cortijo de dicho nombre, uno de los más ricos de toda Almería, se subió a lomos de una mula para huir con su primo Francisco Montes, su gran amor. Abandonaba así en plena víspera de boda a su prometido. Comienza entonces una persecución de los amantes que acabó en una tragedia de tal magnitud que el propio García Lorca, al leer la noticia en el periódico días después, exclamó a sus amigos: «¡Leed esta noticia! Es un drama difícil de inventar». Como ya habrán podido intuir, radica aquí el germen de esa gran obra de nuestra literatura que es «Bodas de sangre». Pero no fue solo Lorca quien quedó conmocionado por esta noticia sino también una mujer adelantada a su época considerada la primera periodista de nuestro país: Carmen de Burgos. Nacida en Rodalquilar, Almería, en 1867, es probable que se sintiese fuertemente identificada con Francisca Cañadas no sólo por ser paisanas sino por su mismo destino de mujer. Carmen de Burgos contrajo matrimonio muy joven, con dieciséis años, «como mandaba la época», con un hombre doce años mayor que ella del que se creía enamorada. Sin embargo, pronto descubrió que estaba atrapada. La atrapaba ese paisaje árido almeriense que la impelía a soñar con huir pero la atrapaba también un marido que la sometió a malos tratos mientras ella veía morir a tres de sus cuatro hijos. Harta de esta situación, Carmen cogió a su única hija y huyó a Madrid donde se sacó el título de maestra. En 1902 comienza sus primeras colaboraciones periodísticas y en 1905 obtuvo una beca para estudiar los sistemas de enseñanza de otros países. A su regreso retomó su actividad docente y periodística, empezando a especializarse en la reivindicación de los derechos de la mujer, consolidándose como una de las primeras figuras de nuestro feminismo. Comienza a rodearse de intelectuales en las tertulias, entra así en el grupo de la Generación del 98 y empiezan a conocerla por su pseudónimo, «Colombine», la de La Commedia dell´arte, primera formación profesional italiana del teatro. Fallece en Madrid en 1932 y la posterior llegada de la dictadura franquista borró de los libros de historia su nombre y su obra... hasta hoy. 
«Pura apareció en la puerta del solitario cortijo, puso la mano derecha como toldo a los ojos y tendió la vista a lo largo del camino, que se extendía zigzagueando entre los declives de las montañas». 
Seguramente Pura se preguntaría qué habría al final de ese camino, a dónde llevaba. Igualmente es seguro que Colombine se lo preguntaría alguna vez al observar algún solitario camino de su Rodalquilar desierto, como también lo haría Francisca y muchas más mujeres encerradas en sus pueblos. Leyendo la biografía de esta excepcional mujer no es difícil imaginar la impresión que el crimen del Cortijo del Fraile debió causarle. Francisca Cañadas era ella, pudo haber sido ella, la joven hermosa, pretendida por los solteros de la zona, deseosa de libertad, a la que ese entorno le parecía desolador, cuyo silencio la ahogaba, pero presionada para no poder salir de allí y contraer un matrimonio que preservase su buen nombre y su posición social. Así, Colombine crea el personaje de Pura, de nombre limpio, reputación intachable, que accede casarse con un contrabandista, Antonio el Peneque, soltero empedernido, mayor que ella, que pone el mundo a sus pies. Ella se engaña soñando con «el lujo que va a desplegar en la boda, la envidia que iba a despertar», y sustituye la falta de atracción que él le suscita por el sentimiento de triunfo al haber conseguido que un hombre al que todas querían se haya fijado en ella. Le regala anillos, vestidos, sábanas, muebles. Le prepara el mejor ajuar de la zona, le promete un futuro en el que no le faltará de nada. Pero pronto Pura descubre que sí carecerá de dos cosas: de pasión y de libertad. 
«Su cautividad le impedía ya salir a la calle. Una mujer amonestada no se presentaba en ninguna parte ni salía de su casa.
Le pareció que los ojos de Antonio la miraban con expresión distinta, con algo de amo, de vencedor, como si la valuase y tomase posesión de su cuerpo. Experimentaba algo doloroso, algo de vergüenza
».
Cubierta de la primera edición.
Colombine se zambulle en la narrativa costumbrista para mostrarnos con un ritmo ágil y un lenguaje sencillo pero lleno de simbolismo cómo de estrictas eran las normas que regulaban todo lo relativo a la vida de la mujer, normas que, por supuesto, no se aplicaban a los hombres. Esa doble vara de medir se constriñe aun más en ambientes tan conservadores como los de las pequeñas zonas rurales. Una vez alcanzada la adolescencia la vida de ella se reduce a la espera a que llegue el marido. Esas jóvenes recuerdan a las mujeres de Natalia Ginzburg que creen que con el matrimonio finalizará el aburrimiento de una vida cansada y monótona y por fin llegará la felicidad, la realización en la vida, todo lo que una mujer ha esperado y para lo que ha sido preparada. No se puede optar a nada más que eso. Todo es un revolotear de un encierro en la casa del padre a un futuro encierro en la casa del marido. Cuando Pura es amonestada por primera vez el círculo se constriñe. Ya no puede estar sola ni un solo momento, no puede ir a bailar a los pueblos, no puede salir de casa si no es con un pañuelo, toda la vida entorno a ella gira en un único objetivo: preservar su pureza. El prometido, él no. Él puede ir y venir, viajar o quedarse, salir, entrar, bailar, ir de farra e incluso echar alguna cana al aire. Su virtud no importa, es un hombre y ya se sabe cómo son.
«Era una sensación fuerte y poderosa: la poseían los claveles, con el aroma que la penetraba como un puñal. Entonces pesaba en un hombre».
Pura percibe rápidamente la cárcel en la que ha aceptado entrar porque era el único destino que tenía su camino. Nunca ha podido llevar las riendas de su vida y con un marido menos aún. Dos guardianes ha tenido, Antonia, su madre, quien quiere a través de ella alcanzar sus sueños irrealidades de juventud y Antonio, el prometido, un hombre de largo recorrido que ansia poseer a la mujer más deseada. No es casualidad que Colombine pusiese a ambos el mismo nombre. Y entonces aparece el ramo de claveles, fragante, revelador, hipnótico. Claveles rojos pasión pero también rojos como la sangre, con un olor que despierta los sentidos pero que es lacerante como el tacto de un puñal. Colombine recrea con gran viveza la pasión que viven sus protagonistas, las miradas furtivas, los pensamientos escondidos, las dudas que asaltan, el desasosiego, el sinvivir. Un relato corto de gran intensidad que es un fresco maravilloso de una época y de unas circunstancias y un alegato a la libertad de elección o, al menos, al derecho de la mujer a escoger su propio destino sin que por ello tenga que pagar con su vida. Ya era hora, sí, de que se recuperase a Colombine. 

Ficha técnica:
Edición: Descrito Ediciones (2ª edición, mayo 2018)
Páginas: 66
ISBN: 978-84-945519-7-0
Precio: 11,95€
Calificación: 9/10.

Comentarios

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