Prestigio - Rachel Cusk


Lo que más me ha gustado: La fluidez con la que la autora encadena un testimonio tras otro. Leer a Rachel Cusk es como navegar por los canales de Amsterdam, vas por uno y de repente desembocas en otro; lo navegas y llegas sin darte cuenta a uno diferente; y luego a otro y a otro. Parecen diferentes pero pronto te das cuenta de que empiezas a moverte por terreno conocido, que ya otro personaje anterior mencionaba las campanas que retumbaban en la ciudad y que el compañero de avión anteriormente había hablado de los triángulos en una relación. Los temas se repiten y Cusk demuestra su talento magistral para relacionar, escuchar y transcribir al ahondar en el leit motiv de su obra: el punto de vista. 

Lo que menos me ha gustado: Todo me ha gustado, absolutamente todo. Eso sí, un aviso a navegantes que no conozcan a la autora: por lo que leo por las redes, debido a su original voz narrativa y a que no es una novela al uso con una trama, una típica estructura de planteamiento-nudo-desenlace ni giros, su obra provoca dos tipo de reacciones extremas: o la amas o la odias. Yo la amo porque a pesar de que no genera un suspense, una vez que abro el libro no puedo soltarlo pues todo lo que cuentan en él me parece tan sumamente interesante y cercano que sé que es un libro que me va a enriquecer y, como no, darme otros puntos de vista; de nuevo, el punto de vista. 
«Betsy afirmaba que la mayoría de las cosas que decía la gente eran falsas, hipócritas, y cuando él le preguntaba cómo podía saberlo, contestaba que lo sabía por el sonido». (Pág. 23)
Rachel Cusk. Foto: gettyimages
Rachel Cusk, nacida en Canadá en 1967 pero asentada en el Reino Unido desde 1974, consiguió un gran reconocimiento como escritora gracias a la publicación de dos libros autobiográficos (desgraciadamente no editados aun en castellano, guiño a las editoriales) en los que habla sin tapujos de su maternidad, A Life´s Work (2001) y de su divorcio, Aftermath (2012). Ambos fueron controvertidos no sólo por lo que contaba en ellos sino por la forma en la que rompe con el Yo autobiográfico para narrar su historia. Rachel Cusk descubre ahí la que será su gran pasión literaria: la exploración del punto de vista. Esta exploración la continuará en la trilogía que forman las tres novelas editadas en nuestro país por Libros del Asteroide: A contraluz (2014), Tránsito (2016) y Prestigio (2018).  
«La historia avanza como una apisonadora, señaló, aplacando todo lo que encuentra en su camino, mientras que la infancia mata las raíces. Y ese es el veneno que se filtra en el suelo». (Pág. 59)
Prestigio sigue la misma estructura de los dos títulos anteriores. Si en A contraluz, Cusk iba narrando las conversaciones que mantenía con las personas que se encontraba durante su viaje a Grecia y en Tránsito las de aquellos con los que se cruzaba tras su regreso o a Londres, en Prestigio, como si quisiera cerrar el círculo, aprovecha el viaje que hace a un país de Europa (por las pistas que nos va dando podemos intuir que se trata de Motosinhos, Portugal, donde estuvo en mayo de 2017 en un festival literario) y a través de una serie de personajes vuelve a desdoblarse hasta el punto de que intuimos que muchas de las historias que éstos le cuentan son realmente experiencias vividas por Cusk en primera persona. Es como si ella se viese a sí misma desde fuera y pusiese en boca de otros sus propias palabras y cubriese con su propia piel otros cuerpos. 
«Podría ser que solo cuando ya es demasiado tarde para escapar nos demos cuenta de que siempre hemos sido libres». (Pág. 98)
Una de las cosas que más me llamó la atención de este libro fue precisamente su título. Comencé a leerlo buscando el porqué del mismo con gran curiosidad, sobre todo porque Cusk es una autora que no deja absolutamente nada al azar y todos y cada uno de los detalles que menciona son de gran trascendencia, máxime el título. La respuesta me la dio Hermann, un joven que va a estudiar matemáticas en la universidad y que hace de guía de Rachel Cusk por la ciudad, quien le pregunta en un momento de la conversación: «¿Era posible dar un premio a quien no lo merecía, aun cuando se hiciera sin mala intención?» Con otras palabras, ¿es posible que el «Prestigio», Kuros en griego, de una persona sea injusto y que realmente corresponda a otra? ¿Es posible que la persona que se lleva el «Prestigio» lo haga dando por hecho que es lo justo, que corresponde a ella exclusivamente y sin valorar que lo ha conseguido gracias a terceras personas invisibilizadas? 
«Mamá le dije, tu caso es diferente, porque papá siempre se ha ocupado de todo y no has tenido que trabajar. Y me dijo que sí, y que pensara a dónde me había llevado a mí tanta igualdad. Los hombres ya no te respetan, dijo. Te tratan como a la porquería que se pega a la suela del zapato». (Pág. 191)
Joan Eardley. Boy sleeping in blue. Foto: The Scottish Gallery
Tras la lectura de esta obra de Cusk la respuesta es un rotundo SÍ. SÍ, es posible que unas personas se lleven el Prestigio mientras otras permanecen a la sombra, como es autor galés que confiesa que mientras su mujer se dedica en exclusiva a cuidar de los hijos y de la casa, él dispone del tiempo y del cuarto propio para dedicarse a escribir. SÍ, es posible que por el hecho de ser mujer tu trabajo como artista no sea tomado en serio, como le pasó a Joan Eardley, una brillante pintora galesa sobre quien la entrevistadora del programa de televisión hizo su tesis por ver en ella «un ejemplo de la tragedia de la autoridad femenina» y que fue cayó en el olvido tras su muerte. SÍ, es posible que muchos hombres autores logren fama internacional gracias a la tarea en las sombras de mujeres, como esa traductora que confiesa que su traducción de autores portugueses a otros idiomas ha hecho que traspasen sus fronteras. SÍ, es posible que los hombres quieran seguir adueñándose de la historia, como el exmarido de Sophia, que tras el divorcio se llevó todos los álbumes de fotos para que no volviese a verlos su hijo. SÍ, es posible que muchas mujeres por el mero hecho de serlo ocupen planos secundarios en comparación con los hombres debido a una sociedad en la que éstos ocupan las calles y los espacios públicos, como denuncian prácticamente todas las mujeres portuguesas que aparecen en esta obra pero que puede extenderse a las mujeres de casi todos los demás países. 
«En este país, el único poder que se les reconoce a las mujeres es el poder de la esclavitud, y la única justicia que entienden es la justicia fatalista del esclavo». (Pág. 121)
Louise Bourgeois. Ama. Foto: Museo Guggenheim
Y así, un ejemplo tras otro, un testimonio tras otro, Cusk va desgranando una multitud de temas. Cada uno de los personajes con los que se cruza se abre en canal, ese mismo por el que luego navegamos plácidamente, y van repitiendo imágenes, de tal manera que esta novela, al igual que pasaba con «A contraluz» y «Tránsito» parece más una serie de relatos encadenados tanto por los diferentes escenarios en los que se produce cada escena (un avión, un hall del hotel, un parque, un restaurante...), la heterogeneidad de sus personajes y el exquisito cuidado que pone en las imágenes y en los detalles, ninguno accesorio, todos importantes; si una palabra se repite, es por algo, si una idea se menciona, no es casual. Al igual que Cusk, asombrada por la estructura circular del hotel en el que se aloja, en el que para ir a un sitio tienes que pasar por todos los demás, a lo largo del relato vamos viendo cómo sus interlocutores nos hablan de justicia, divorcio, maternidad, creación, diferencias de género, literatura, libertad y la complejidad de las relaciones personales con un intimismo que conmueve y una cercanía que remueve. Sin duda, después de leer a Cusk nunca volveré a escuchar a una persona con los mismos oídos, caminaré por la conversación como si deambulara por esa arquitectura circula e intentaré aspirar, como uno de los periodistas con los que Cusk habla, ser más entrevistadora que entrevistada, tejiendo igual que las arañas tan típicas de la obra de Louise Bourgeois, otro ejemplo de mujer artista que se cita en el libro, y que vivió escondida gran parte de su vida. 
«El vino me está mareando —dijo, con una sonrisa maliciosa y torcida—, como cuando él me agarraba del pelo y me daba vueltas, solo que esto no duele». (Pág. 193)
Las historias que nos cuenta Cusk son como los fragmentos del espejo en el que ella vio su reflejo antes de tirar un ladrillo y romperlo. Cada fragmento se asigna a un personaje que narra su historia sorprendiéndonos por la sinceridad con la que la relata y que se une a las demás como en un mapa de canales, un entramado de vasos comunicantes que lejos de ser testimonios aislados se van uniendo formando un todo. Recomiendo prestar especial atención a la descripción del ambiente, fundamental para crear la atmósfera y preludio de lo que nos vamos a encontrar en cada escena (edificios en ruinas, auditorios construidos bajo tierra, muros grises y pesados de hormigón...). Leer a Rachel Cusk es nadar en la esencia humana. Leerla nos reconcilia también con la buena literatura. El tirón comercial no siempre va reñido, afortunadamente, con la calidad literaria y este libro es un buen ejemplo de ello. Puedo afirmar que se ha consolidado como una de mis escritoras favoritas contemporáneas (junto a Elena Ferrante, Pilar Adón o Maggie O´Farrell), lo que es una suerte pues eso me permite esperar con ansia su nuevo libro.

Ficha técnica
Puntuación: 10/10
Título original: Kudos
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Editorial: Libros del Asteroide (1ª edición, 2018)
Páginas: 200
ISBN: 978-84-17007-58-4
Precio18,95 €

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Él y yo - Natalia Ginzburg

La invitada - Simone de Beauvoir

Invierno en los Abruzos - Natalia Ginzburg

Retrato de un amigo - Natalia Ginzburg