Las sangres - Audrée Wilhelmy


Lo que más me ha gustado: Los diarios de las siete mujeres de Barba Azul tienen una cualidad que no abunda en la literatura y que por ello se reconoce en cuanto se ve y nos hace dar un grito de emoción porque Audrée consigue algo realmente único: sorprendernos. Una sorpresa que además baila en un rango muy amplio que va desde la estupefacción hasta el sobrecogimiento pasando por la fascinación, la repulsa, el horror y el embeleso. La amoralidad, hilo conductor de todos los diarios, así como de las anotaciones posteriores del propio Féléor «Barba Azul», es un tema difícil de tratar sin caer en el esperpento y Audrée consigue cruzar la cuerda como una auténtica equilibrista.

Lo que menos me ha gustado: La versión original recogida por Perrault fue poco a poco cayendo en el olvido debido a que esa escena del cuarto prohibido con los cadáveres de las anteriores esposas de Barba Azul no era considerada apta para los tiernos oídos infantiles según la moral de la época  puritana posterior. Sin embargo, poco a poco se ha ido reivindicando no solo por su vigencia a la hora de estudiar la normalización del maltrato en la esfera doméstica hasta hace poco tiempo sino también por su final apoteósico en el que la última esposa evita morir asesinada gracias a la intervención de sus hermanos y se hace así justicia. Por el contrario, Audrée Wilhelmy (Québec, 1985), da un paso atrás en esta versión y cierra la puerta para cualquier salida posible.
«Creo que cuando soñamos mucho tiempo con el peligro y el mal, ya nada, ni siquiera la verdadera violencia de la vida real, nos parece auténtica o grave. Lo mismo pasa con el amor, las esperanzas, los miedos...»
Barba Azul. Litografía de Gustave Doré (1862)
Érase una vez un hombre muy rico y poderoso que tenía numerosas propiedades y una hermosa y enorme casa decorada con hermosas telas, grandes chimeneas, costosos muebles, suntuosos cuadros, vajillas de oro y plata... Ese hombre se llamaba Barba Azul y todas las mujeres le temían porque había estado casado en numerosas ocasiones y sus mujeres habían desaparecido de forma misteriosa. Un día una joven accede a contraer matrimonio con él y, tras desobedecer la orden de no abrir la puerta misteriosa, descubre tras ella una estancia en la que cuelgan los cadáveres de las anteriores esposas. En 1697, Charles Perrault publica este cuento infantil que recupera de la tradición oral. Es tal el realismo del cuento que sumado a la ausencia de elementos mágicos ha propiciado numerosas teorías sobre si está basado en hechos reales. La autora canadiense Audrée Wilhelmy le da una vuelta de tuerca para, en primer lugar, dar voz a las siete mujeres de Barba Azul y, en segundo lugar, contestar a la siguiente pregunta: ¿y si hubieran sido ellas mismas las que hubiesen pedido que las matasen?
«No pienso escribir en ninguna parte que quiero que me maten». 
A lo largo del libro leemos los diarios de cada una de las siete mujeres y, al final de cada uno, una anotación a posteriori del propio Barba Azul que aquí es llamado Féléor Barthélémy Rü. A diferencia de Barba Azul, temido y odiado, Féléor es un joven apuesto, atractivo y rico, descendiente de la noble estirpe de los Rü, plagada de generaciones y generaciones de hombres fuertes, luchadores y cazadores, amantes de la sangre y con un concepto de la masculinidad muy enraizado en la violencia y la dominación. De niño, dedicaba el tiempo libre a estudiar los retratos de su casa y localizar a sus ascendentes en el prolijo árbol genealógico. Le fascinan los retratos en los que aparecen escenas de caza y desarrolla una pasión por la carne cruda, la sangre, el dolor infligido, las experiencias al límite que poco a poco desarrollará con sus distintas compañeras.
«El plato está cubierto por una campana de plata. La pequeña sirvienta la levanta y descubre una pechuga de pato que está sin cocinar y el costillar crudo y despeinado de un cordero. Féléor sonríe y da las gracias con mucha delicadeza».
El amor platónico de Mércredi que le idealiza de tal manera que el propio Féléor lucha por convertirse en el hombre que ella soñó que él sería, una especie de Hannibal Lécter sin escrúpulos pero elegante, pausado, sereno, masculino. La dolorosa Constance que contrae matrimonio con él para olvidar a su difunto marido. La masoquista Abigaëlle que asocia el dolor que infringe a su cuerpo en sus prácticas de ballet clásico con el éxtasis sexual. La desolada Frida, una mujer madura que culpa a sus hijos y al paso del tiempo de su pérdida de juventud y de firmeza en su piel y que se siente tan halagada por que Féléor se haya fijado en ella que accede a casarse de nuevo. La fría y racional Phélie, que ve la muerte como algo tan natural que acepta como inevitable que Féléor la asesine. La bellísima Lottä, marcada por la profecía que le auguró su madre antes de morir, rota por su ausencia, busca en el taro el reencuentro con ella y en ese camino del destino, se une a Féléor en un intento de escapar del mismo destino sufrido por las mujeres de su familia. Y por último Marie, la curiosa, la que intenta ser todas las anteriores a la vez, y la más despreciada por un Féléor ya viejo pero aun imponente.
«Dice que le gusta mi deseo, pero que la muerte de ella fue un placer más fuerte, más intenso, aunque ella no lo amara nunca. Entonces comprendo que, mientras yo viva, esa otra mujer valdrá más que yo (...) Así es como se me ocurre la idea de dejarlo que me mate».
Audrée Wilhelmy
El placer que siente al someter a sus mujeres va en aumento con cada una de ellas, necesitando a cada paso más violencia, más erotismo, más estímulo, como el drogadicto que requiere cada vez de una dosis mayor. En un primer momento todas acuden a él por voluntad propia, por una supuesta libertad de elección (¿De verdad lo eligen con libertad? ¿Hasta que punto están condicionadas por sus antecedentes, por su historia personal?), atraídas por su riqueza, por las leyendas que se cuentan de él y por el deseo de pasar a la historia. Todas saben que tarde o temprano serán asesinadas, eso sí, cuando ellas decidan. Una de las cosas que más me han llamado la atención de este libro es la múltiple capas que lo componen. Si nos quedamos con una lectura superficial lo más probable es que nos quedemos con una mezcla a caballo entre el horror y la repulsión. Sin embargo, si profundizamos en lo que sus protagonistas nos cuentan, nos damos cuenta de que cuando la reseña del semanario francés L´Obs afirma que «bebe del medievalismo, del romanticismo y del freudismo», está dando en la clave del mismo. Así, en la más pura tradición medieval, Audrée nos sumerge en un mundo casi onírico de peligros que acechan, de aventuras y encierros que entrañan una moraleja más que moral, amoral. Siguiendo la estela del romanticismo todas las pasiones son llevadas al extremo: el amor exclusivo y absorbente, el mundo que gira en torno al otro, la búsqueda de la salvación o de la destrucción a través de sentimientos vehementes que toman el control de uno mismo. Y sus personajes, que habrían hecho la delicia de cualquier analista freudiano, se sumergen en un erotismo sin límites (Sade, por supuesto, es mencionado) y manejan sus instintos más salvajes, crueles incluso, cayendo en espirales de autodestrucción que escandalizan por su perversión y fascinan por el ímpetu de la pluma narrativa de Audrée.
«Soy la Luna. Es a mí a quien aúllan los animales. Los hombres son los animales y el cangrejo agazapado en el agua es la locura que los acecha».
Sin duda, estamos ante una obra arriesgada, un excelente ejercicio literario, de esos que no tienen término medio: o te atrapa o te repele. Leer «Las sangres» es romper la línea que separa emociones tan dispares como dolor y placer, amor y odio, repulsa y atracción, y puede llevar a quien la lee a sorprenderse por verse seducido, o por el contrario, escandalizado, por los relatos que contiene. Cada mujer entraña un estereotipo, tienen en común los celos y la inseguridad así como un aislamiento social, ahí, en la opulenta mansión rodeadas de lujos, sin más aspiraciones que vivir por y para Féléor, intentando colmar la copa vacía de su interior mediante la sensualidad, adictas a ella. Todas pueden ser analizadas y eso también es interesante: Audrée no nos da el trabajo hecho; somos las lectoras quienes tenemos que apartar las cortinas para descubrir qué esconden. Un libro excelente para que quien lo lea ponga a prueba sus propias reacciones. En todo caso, un libro que en ningún caso dejará a nadie indiferente. 

Ficha técnica
Puntuación: 8/10
Título original: Les Sangs
Traducción: Luisa Lucuix
Editorial: Hoja de Lata (1ª edición, 2018)
Páginas: 186
ISBN: 978-84-16537-39-6
Precio18,90€

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