Invierno en los Abruzos - Natalia Ginzburg
Título original: Inverno in Abruzzo. [Incluído en el libro Las pequeñas virtudes]
Edición: Acantilado. Febrero 2002 (1ª ed. Séptima reimpresión Junio 2016).
Traducción: Celia Filipetto
Traducción: Celia Filipetto
Páginas: 13-20
ISBN: 978-84-95359-66-7
Precio: 14,00€
Calificación: 10/10
«Existe una cierta uniformidad monótona en los destinos de los hombres. Nuestras existencias se desarrollan según leyes antiguas e inmutables, según una cadencia propia, uniforme y antigua. Los sueños no se hacen nunca realidad (...) En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias». (Pág.20)
Leone Ginzburg es condenado
en 1940 al confinamiento en Pizzoli, (pequeño pueblo de la provincia del Águila,
situado en la zona de Los Abruzos) al ser considerado como “persona peligrosa para la seguridad del Estado”. Allí se desplaza Natalia con los dos hijos del matrimonio, Carlo (con poco más de un año de edad) y Andrea (de pocos meses). Durante ese exilio, Natalia escribe su primera novela, El camino que va a la ciudad, en 1941, publicada con el pseudómino de Alessandra Tornimparte por la editorial Einaudi, en 1942. Natalia
tuvo que recurrir al uso del pseudónimo porque al ser judía por la rama
paterna se le aplicaba la prohibición existente durante el fascismo de
que los judíos pudiesen publicar cualquier tipo de obra literaria,
científica o artística. La elección de este pseudónimo viene de Sassa
Tornimparte, una región cercana a Pizzoli y en su honor llamará Alessandra a su tercera hija, nacida durante el confinamiento el 20 de abril de 1943.
A ese período de su vida regresa Natalia en este pequeño relato escrito en 1944, tan bello como emotivo, que comienza con un epígrafe de un verso de Virgilio: "Deus nobis haec otia fecit" (Dios nos ha proporcionado estos consuelos). Natalia nos introduce en esos parajes abrasados por el sol en verano y blanqueados por la nieve en invierno, en esas casas cuyas cocinas tenían siempre el fuego encendido, en esos fuegos que eran diferentes según el nivel económico de cada familia.
Nos presenta, breve pero gráficamente, a algunos de sus habitantes, como Giró, el tacaño tendero del pueblo; Rosa, la portera de la escuela, que estuvo días con el ojo vendado porque recibió un escupitajo de una vecina y esperaba recibir una indemnización; o Crocetta, la chica de la limpieza, de tan sólo catorce años, contratada porque se peinaba y no tenía piojos, y que contaba a los niños historias de miedo. Recuerda Natalia la indignación de los vecinos que, al ver que todas las frías mañanas de invierno, sacaba a sus hijos a pasear, exclamaban: "¿Qué pecado han cometido estas criaturas? ¿Qué pecado han cometido?". También recuerda cómo esos mismos vecinos, en su mayoría desdentados, entraban y salían a todas horas de su casa pidiendo y ofreciendo favores y cómo llamaban a Leone "el profesor", y acudían a él pidiéndole consejo sobre todo tipo de asuntos, desde dentales hasta burocráticos.
Natalia no tiene ningún miedo a mostrarse imperfecta. Habla sin tapujos, con humildad y humanidad, de la ambivalencia de sus sentimientos durante la estancia en ese pueblo. Cómo a pesar de que enseguida se integraron en él no podía evitar que la nostalgia de Turín le invadiera. Nostalgia, a veces dulce, pero a veces ruda, que la llevaba a odiar a esos mismos pueblerinos que minutos antes le habrían ofrecido ayuda. Pero es en esos momentos cuando Natalia saca a relucir el mismo carácter sereno y tranquilo que manifestaba desde la niñez, tal y como nos cuenta en Léxico familiar, y, conocedora de la injusticia de ese odio, se cuidaba muy mucho de manifestarlo; lo reprimía; lo controlaba.
Este texto, uno de mis favoritos, rebosa filosofía de vida por todos sus puntos y comas. En él Natalia a la vez que nos habla, como es propio de su estilo, de la cotidianiedad de su vida, reprocha al ser humano esa incapacidad para valorar la grandeza de los momentos. Cómo en ocasiones nos quejamos de nuestro presente, pero cómo cuando éste se convierte en pasado, lo recordamos con nostalgia y lamentamos no haber sido más felices en ese momento. El invierno en los Abruzos siempre se veía como el posible inicio de un cambio, como el principio del final del exilio.
Nunca llama a Leone por su nombre sino que se refiere a él como "mi marido" (Mio marito) y Natalia se pregunta si de verdad paseó con él por la nieve; si de verdad compraba con él naranjas en la tienda de Giró; si de verdad era él ese hombre familiar, tranquilo y apacible con el que fue tan feliz. Ese hombre con el que pudo disfrutar de pocos años de convivencia y escasos momentos de paz. Torturado por la GESTAPO, Leone fallece la noche del 4 al 5 de febrero de 1944. Tras su arresto ni Natalia ni sus hijos pudieron verlo de nuevo.
Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?
Nos presenta, breve pero gráficamente, a algunos de sus habitantes, como Giró, el tacaño tendero del pueblo; Rosa, la portera de la escuela, que estuvo días con el ojo vendado porque recibió un escupitajo de una vecina y esperaba recibir una indemnización; o Crocetta, la chica de la limpieza, de tan sólo catorce años, contratada porque se peinaba y no tenía piojos, y que contaba a los niños historias de miedo. Recuerda Natalia la indignación de los vecinos que, al ver que todas las frías mañanas de invierno, sacaba a sus hijos a pasear, exclamaban: "¿Qué pecado han cometido estas criaturas? ¿Qué pecado han cometido?". También recuerda cómo esos mismos vecinos, en su mayoría desdentados, entraban y salían a todas horas de su casa pidiendo y ofreciendo favores y cómo llamaban a Leone "el profesor", y acudían a él pidiéndole consejo sobre todo tipo de asuntos, desde dentales hasta burocráticos.
Natalia no tiene ningún miedo a mostrarse imperfecta. Habla sin tapujos, con humildad y humanidad, de la ambivalencia de sus sentimientos durante la estancia en ese pueblo. Cómo a pesar de que enseguida se integraron en él no podía evitar que la nostalgia de Turín le invadiera. Nostalgia, a veces dulce, pero a veces ruda, que la llevaba a odiar a esos mismos pueblerinos que minutos antes le habrían ofrecido ayuda. Pero es en esos momentos cuando Natalia saca a relucir el mismo carácter sereno y tranquilo que manifestaba desde la niñez, tal y como nos cuenta en Léxico familiar, y, conocedora de la injusticia de ese odio, se cuidaba muy mucho de manifestarlo; lo reprimía; lo controlaba.
Este texto, uno de mis favoritos, rebosa filosofía de vida por todos sus puntos y comas. En él Natalia a la vez que nos habla, como es propio de su estilo, de la cotidianiedad de su vida, reprocha al ser humano esa incapacidad para valorar la grandeza de los momentos. Cómo en ocasiones nos quejamos de nuestro presente, pero cómo cuando éste se convierte en pasado, lo recordamos con nostalgia y lamentamos no haber sido más felices en ese momento. El invierno en los Abruzos siempre se veía como el posible inicio de un cambio, como el principio del final del exilio.
«El final del invierno despertaba en nosotros una especie de inquietud. Quizá alguien vendría a visitarnos: quizá por fin ocurriría algo. Nuestro exilio tenía que acabar alguna vez». (Pág. 19)Durante el confino el ansia de Natalia y su familia era que éste acabase, que pudiesen regresar por fin todos a Turín y disfrutar de un futuro prometedor y pacífico. Sin embargo, cuando ese momento llega, cuando por fin el exilio se acaba, lo que viene a continuación es terrible, una tragedia. Y de esta manera, vueltas que da la vida, el confino, el duro castigo que supuso para ellos alejarse de su Turín, de sus amigos y de su familia y vivir con la incertidumbre de no saber qué pasaría a continuación, es después recordado por Natalia como una época plena: Leone estaba vivo; los dos disfrutan de sus hijos; los dos tenían grandes esperanzas depositadas en un futuro.
Nunca llama a Leone por su nombre sino que se refiere a él como "mi marido" (Mio marito) y Natalia se pregunta si de verdad paseó con él por la nieve; si de verdad compraba con él naranjas en la tienda de Giró; si de verdad era él ese hombre familiar, tranquilo y apacible con el que fue tan feliz. Ese hombre con el que pudo disfrutar de pocos años de convivencia y escasos momentos de paz. Torturado por la GESTAPO, Leone fallece la noche del 4 al 5 de febrero de 1944. Tras su arresto ni Natalia ni sus hijos pudieron verlo de nuevo.
Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?
Con cada uno de tus posts aumentan mis ganas de leer a Ginzburg. Me han parecido preciosas las reflexiones de Natalia sobre la nostalgia y lo que supone la adaptación a una nueva vida en un lugar desconocido. ¡Qué terrible el final de Leone!
ResponderEliminarEn estos días en los que la región de los Abruzzos está de triste actualidad por el hotel sepultado por el alud de nieve, me ha conmovido aún más leer esta entrada. Saludos.
Pilar
Cierto, Pilar. La zona de los Abruzos, a la que Ginzburg nunca quiso regresar, debe ser, objetivamente hablando, una región preciosa, de las más bellas de Italia, y, como bien dices, de triste actualidad. El libro en el que se encuentra este corto relato, Las pequeñas virtudes, es una obrita preciosa, una recopilación de algunas de sus reflexiones y ensayos. Si finalmente te animas a conocer a Ginzburg te animo a que empieces por él ya que recoge la esencia de la autora con toda su fragancia.
EliminarGracias por leerme! Un abrazo
Nostalgia, melancolía y tristeza me ha transmitido esta reseña, el último párrafo es sobrecogedor...y cobra más sentido lo que comentas más arriba, que Natalia se da cuenta de lo incapaces que somos las personas para valorar el momento presente...siempre preocupándonos por un futuro ¿incierto? desconocido y cuando nos damos cuenta del valor del presente, ya es pasado.... un círculo vicioso este nuestro...
ResponderEliminarYa me dejo de poner intensa jejeje y te digo que una vez más me tientas con Ginzburg, últimamente me estoy interesando bastante por las historias reales (Maya Angelou ya está en mi lista prioritaria, no te digo más!) jejej y bueno Italia siempre llama...Por cierto que tengo una duda, pones arriba el título del libro y luego que está incluido en Las pequeñas virtudes, ¿es un relato Invierno en los abruzos? o forma parte de alguna recopilación?? ^^
Un abrazoo!!
¡Hola Ana! Este relato es el primero de la recopilación que bajo el nombre "Las pequeñas virtudes" recoge varios de los relatos y ensayos que escribió Ginzburg antes de 1962. Iré reseñando cada uno de ellos uno a uno porque, aunque son tan cortitos, me transmiten tanto y tienen un contexto y un porqué tan determinante que me ha parecido interesando comentarlos por separado.
Eliminar¡Qué bien que te estén interesando las historias reales! Fíjate que te entiendo porque yo también tuve una época que tiré más hacia la ficción y ahora, no sé por qué, me interesan cada vez más las experiencias personales, la autoficción o las autobiografías. Aunque eso no significa que deje la ficción de lado, y ni mucho menos a nuestra amada Atwood ;-)
Gracias por leerme.
Un abrazo fuerte
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