Lecturas de noviembre


Dice Angela Carter en su introducción a Cuentos de Hadas:
«Que yo y otras muchas mujeres vayamos buscando heroínas de cuento de hadas en los libros es otra versión del mismo proceso: deseo validar mi reivindicación a poseer una parte equitativa del futuro, y expreso para ello la exigencia de que me concedan la parte del pasado que me corresponde». 
En las lecturas de este mes no hay muchas heroínas, ni tampoco cuentos de hadas, pero sí mujeres que escriben, ya sea ficción, autoficción o biografía, deseando, no, mejor dicho, reivindicando, como diría Carter, su parte del pasado para revisarlo bajo su propio punto de vista y así recibir su parte del futuro, tomando las riendas de una vida construida a base de muchos errores y muchos aciertos, todos ellos suyos. Y son estas mujeres, tan reales y sensibles, las que pasan, tras ser leídas, a nuestro propio imaginario para que así podamos exigir también nuestra cuota de pasado y, por supuesto, de futuro. Y estas son mis «heroínas», entendidas por mujeres que luchan por (sobre)vivir de noviembre: 

1. Amor. Hanne Ørstavik. Hace unos días preguntaban por Twitter cuál era, en nuestra opinión, el mejor libro publicado este año. Es difícil elegir, dado que el número de libros que se están editando es inabarcable, pero si tengo que decir uno elegiría este «Amor» por la profundidad con la que esta autora noruega escarba en los recónditos resortes de las relaciones humanas, en su complejidad y su sutilidad. Y es que Ørstavik ha declarado que escribe «para aprender a amar» y con esa declaración de intenciones, ¿cómo resistirse a ella? En «Amor» una madre soltera y su hijo viven en un pequeño pueblo en el norte del país y la distancia que les separa es tan enorme como esos vastos bosques cubiertos de nieve que les rodea. El paisaje gélido y solitario es el escenario que les acompaña en ese deambular por el pueblo en que se cruzan sin verse. La madre, en la feria, intenta paliar su sentimiento de soledad y la necesidad de sentirse amada buscando a un hombre que le acompañe; el hijo, convencido de que su madre está en casa preparando su tarta, pues al día siguiente cumple nueve años, habla con desconocidos con los que se cruza intentando matar el tiempo. La incomunicación entre ellos es total, aunque lo peor de todo es que no son conscientes de ello. Un libro lento, profundo, repleto de tensión por malentendidos, sobrentendidos y silencios que invita a reflexionar sobre cómo damos por hecho muchas cosas y cómo también pensamos que el status quo es inamovible y la gente que amamos siempre estará ahí. Toda una #joyita.

2. Florescencia. Kopano Matlwa. La narrativa del continente africano sigue sorprendiéndome y este libro escrito a modo de entradas de diario de su protagonista, Masechaba, es todo un ejemplo de excelente calidad literaria unida al compromiso político. La autora, licenciada en medicina, afirmó en una entrevista que escribir Florescencia fue realmente duro por todos los temas que trata, de gran calado humano y social: xenofobia, machismo, suicidio, religión, maternidad... Temas que Matlwa une en torno a Masechaba, una joven negra que sueña con ser médico para salvar vidas y que se lanza al activismo para dejar una huella en su país, «la nación del del arco iris» tras la ilegalización del apartheid y la victoria de Nelson Mandela. Sin embargo, se encontrará con obstáculos en su camino: por un lado, los recursos sanitarios limitados que provocarán que tenga que insensibilizarse al ver cómo sus pacientes siguen muriendo; por otro lado, los prejuicios que se extienden no ya solo de blancos hacia negros sino de negros sudafricanos a negros de otros países que emigran allí en busca de oportunidades. Un relato que es un auténtico puñetazo en el estómago y que obliga a reaccionar pero siempre sin perder de vista la esperanza, la «florescencia» de la vida. El lirismo con el que Matlwa logra atrapar la complejidad de lo que sucede, ante la insuficiencia del lenguaje, es hermoso y contundente. Otra #joyita.

3. Cara de pan. Sara Mesa. Una niña de «Casi» catorce años se refugia detrás de los setos que rodean un árbol del parque en lugar de ir al instituto. Un «Viejo» de cincuenta y cuatro años descubre su escondite y acude a su encuentro cada mañana para hablarle de Nina Simone, de pájaros, de la historia de su familia... Mesa construye así, con dos personajes y un escenario casi teatral una historia compleja que sigue la estela de Cicatriz en su andadura por los límites. A Mesa hay que reconocerle (y agradecerle) su valentía al tratar temas desde lugares poco comunes, como una funambulista que busca el equilibrio entre lo que es correcto y lo que no y, lo que aun se agradece más, sin emitir ningún tipo de juicio moral. Eso se lo deja a los lectores. Somos nosotros quienes aportamos de serie nuestros prejuicios, nuestros miedos (una niña y un viejo, ¿cómo van a hacerse amigos? ¿qué es lo que él busca? ¿dónde están los padres o las amigas de esa niña para protegerla? etc, etc) mientras que ella, con esa prosa tan fluida y pulida que le caracteriza se embarca en un relato que nos atrapa por lo que dice y lo que no dice, las migas de pan que nos va dejando para que sigamos el rastro y no soltemos el libro. Para mí, Mesa es mi escritora de «segundas oportunidades»: Cicatriz no me gustó pero me quedaba la espinita clavada, sentía que me había perdido muchas cosas. Cara de pan me ha conquistado. Releeré Cicatriz. Sin duda. 

4. Cuentos de Hadas. Angela Parker. Estos cuentos no son para dormir. Son para despertar. En estos cuentos no aparecen hadas. Aparecen brujas. Y mujeres valientes. Muchas mujeres valientes que cuentan con sus propios recursos para romper las cerraduras de las puertas de su celda, para engañar al monstruo que quiere devorarlas, para sortear la crueldad de los hombres hermosos, los reyes avaros y las madrastras psicópatas que la vida les ha puesto en el camino. En esto radica la diferencia y la belleza de este libro en el que Angela estuvo trabajando hasta su muerte, incluso en la cama del hospital. Ella sentía que nos lo debía y de ahí el mimo con el que se dedicó a recopilar cuentos de todos los países y pueblos (desde los Inuit hasta los Swahili, pasando por Egipto, Rusia y Japón), despojándolos del discurso misógino de los cuentistas del siglo XIX para regresar a la voz original, conformada en su mayoría por mujeres que narraban historias para entretener y educar a la luz de la lumbre hilando la rueca o contemplando las estrellas. Un libro para regalar y para regalarse; para disfrutar; para depositar en nuestra mesita y leer antes de dormir y soñar con cómo despertar. 

5. Basada en hechos reales. Delphine de Vigan. Tras el inesperado éxito que una escritora consigue con su último libro, se hunde en un bloqueo creativo al que se suma que sus dos hijos se van de casa y una relación con un hombre que viaja continuamente. Es en ese momento cuando L., una misteriosa y encantadora mujer, aparece en su vida. Poco a poco L. se convierte en indispensable para cualquier gestión, es su confidente, su consejera, como esas amistades de adolescentes apasionadas, absorbentes y exclusivas. Sin embargo, la escritora va descubriendo poco a poco que L. no es lo que parece ser y que bajo esa apariencia desinteresada hay una persona tóxica. A de Vigan se la conoce sobre todo por la inolvidable Nada se opone a la noche, una obra cuyo éxito le sobrepasó y que incluso le supuso problemas con su familia. Tras esa novela, de Vigan ha optado por arriesgar y dar un giro en su literatura a través de una historia que mezcla ficción con realidad, si es que no siempre están mezcladas (un tema que de Vigan discute ampliamente en esta novela) y que está formada por múltiples capas que lo hacen idóneo para disfrutar y también reflexionar. El estilo de Vigan es hermoso, natural, lo que contrasta con esta historia a ratos oscura e incluso de intriga o terror psicológico que nos atrapa. Me ha encantado comprobar que en de Vigan hay vida literaria, y muy buena, más allá de «Nada se opone a la noche». 

6. La chaise-longue victoriana. Marghanita Laski. Una mujer se recupera de una tuberculosis que se agravó tras haber dado a luz. Por fin el médico le permite abandonar la cama y continuar su reposo en otro lugar de la casa. Ella elige una chaise-longue victoriana adquirida en una tienda de antigüedades durante el embarazo. Se acuesta en ella, se queda dormida y al despertar descubre que ya es Melanie sino Milly y que ya no vive en 1953 sino en 1873; que no sufre tuberculosis sino tisis y que el hijo al que dio a luz le ha sido arrebatado. Laski construye un relato que por su terror psicológico recuerda en muchas ocasiones a El papel pintado amarillo de la excepcional Charlotte Perkins y que, al igual que esta obra, puede ser leída en dos capas: la primera, la tensión de estar atrapada en un sueño y la angustia de no poder escapar; la segunda, la denuncia de la situación de la mujer en dos épocas que, aun siendo muy distintas, siguen colocándola en un segundo plano, poniendo de relieve que son necesarios avances en el tema y que no se ha avanzado aun lo suficiente. Este es un título de esos que podrían considerarse «clásicos» pero que pasan desapercibidos y que maravillan por su reivindicación feminista así como por la narración tan oscura, casi gótica. 

7. Serena Cruz o la verdadera justicia. Natalia Ginzburg. Poco a poco voy leyendo todo lo de #miNaty, mi autora de la iniciativa de twitter #Adoptaunaautora, y que cuanto más descubro más me gusta. Este pequeño ensayo recuerda a las reflexiones contenidas en Las pequeñas virtudes, ya que en él, a partir de un hecho real, profundiza en múltiples cuestiones de hondo calado social, político, económico y sentimental. Serena Cruz es una niña que vive en un orfanato de Manila (Filipinas). Los Giubergia, tras haber adoptado ya a un niño de esa nacionalidad, deciden adoptar otro pero ante la complejidad de las nuevas normas de adopción cometen irregularidades. Cuando las autoridades italianas se enteran comienzan una cruzada burocrática para arrebatarles la custodia de Serena. Ginzburg relaciona este caso con otros similares de la época y se plantea cuestiones peliagudas como en qué consiste realmente la ma/paternidad, cuáles son los vínculos que lo definen, hasta qué punto el estado debe intervenir en el ámbito de las familias y cómo es necesario que el sistema haga más hincapié en ayudar y apoyar, en humanizarse y empatizar, desde todas sus facetas (económica, jurídica, sanitaria, educativa) que en arrebatar y juzgar. Una obra que se lee con el corazón en un puño debido a que no sólo se trata de un caso real sino a que se percibe que la propia Ginzburg vivió de cerca esta historia involucrándose hasta el tuétano. Además la escribió en 1990, un año antes de su muerte y se acumula en él toda la sabiduría tanto humana como literaria de la autora. Es única, Ginzburg. 

8. Muerte de un silencio. Clemene Boulouque. Periférica se caracteriza por sus obras «huesudas», esto es, aquellas que narran una historia dramática que nos arranca la piel pero con un lenguaje que es un protagonista más de la novela, profundo, versátil, poético. En Muerte de un silencio, Boulouque empuña su pluma y rasga el papel con su historia enquistada, que es también la de su padre, un juez de la lucha antiterrorista de Francia en los años ochenta que se suicida ante la presión que sufre. A través de pequeñas anécdotas seleccionadas de su infancia (su padre murió cuando tenía trece años), vemos a una niña solitaria pero caprichosa, soñadora y feliz que observaba sin prestar demasiado atención a un padre idealista con un alto sentido de la justicia y la democracia que cada vez pasa más tiempo en su despacho y menos en casa. Párrafos cortos pero contundentes, repletos de imágenes de un gran calado emocional a pesar de su lenguaje minimalista al que no le sobra ni falta una coma, atraviesan este relato en el que no hay idealización sino solo un intento de acercarse a un padre del que empezó a saber más cosas cuando es adulta y cuya sombra le persigue toda la vida; hay también en el relato un intento de expiar, si es que eso es posible, la culpa de su madre, de su hermano y de ella misma y, sobre todo, un intento de curar la herida matando el silencio que siempre ha rodeado lo sucedido. Un libro desgarrador en el que cada hecho tiene un significado, cada anécdota un porqué.

9. El amante. Marguerite Duras. Cuando leí este libro hace unos quince años me quedé un poco decepcionada pues me pareció que no ahondaba en lo que se contaba. Sin embargo en esta relectura me he dado cuenta de que estaba equivoca pues hubo un factor que no tuve en cuenta: la condensación que Duras domina como pocos ya que se sirve de otros elementos que son más importantes que las descripciones o los largos párrafos explicativos como la atmósfera, las frases cerradas y contundentes, los recuerdos entretejidos, las elipsis. Dando saltos en el tiempo, Duras nos va narrando su vida en Indochina, y qué pasó después de esa época marcada por una madre compleja incapaz de saber amar a sus hijos (al mayor le absorbe, a los otros dos, les rechaza). Para huir de ese ambiente asfixiante y de una pobreza cada vez más angustiosa, Duras comienza, con quince años, una relación con un acaudalado chino de veintiséis. Ella intenta no aferrarse a él pues sabe que no hay futuro entre ellos, no sólo por las diferencias culturales, sino también porque la propia Duras huye de cualquier compromiso afectivo, consciente de que llegará el momento en el que tendrá que seguir su propio camino alejado de esa hermosa pero cruel Indochina colonial y también de su propia familia. Un relato que nos conmueve por su rabia y dolor, sólo atenuados por la pasión que desarrolla hacia su amante, y que nos habla de cómo las experiencias marcan los rostros de las personas, al verse éstas empujadas a tomar decisiones que en otras circunstancias no habrían tomado y cómo condicionan su vida posterior. 

10. Mujeres que compran flores. Vanessa Montfort. Este libro, un gran éxito de la narrativa conocida como feelgood se aleja del tipo de libros en los que suelo refugiarme pero la revista digital Asuntos de mujeres (que podéis seguir en su Instagram @Asuntosdemujeres) me propuso reseñarlo y no me pude resistir, especialmente porque tenía curiosidad por saber qué rumbo está tomando esas propuestas literarias y también porque de vez en cuando me viene bien leer algo ligero, que me permita sacudirme de la intensidad de las historias que suelen acompañarme. La lectura ha sido una agradable sorpresa pues cuenta la historia de cinco mujeres que rondan los cuarenta años y que tienen en común a Olivia, la peculiar propietaria de una floristería en El Barrio de Huertas de Madrid. Cinco mujeres, cada una con sus problemas, sus ocupaciones, su personalidad que buscan su lugar en el mundo y que se refugian en la amistad que las une para buscar soluciones y apoyo. Una novela que se lee del tirón, muy bien escrita, con unos personajes muy definidos (la autora es también dramaturga y eso se nota) y que deja un buen sabor de boca. 












Comentarios

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