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Mostrando entradas de febrero, 2015

El cazador cazado.

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"El hijo del hombre" (1964). René Magritte. "No me guardes rencor" dijo la mujer del sombrero rojo a la persona con la que estaba hablando por teléfono, y fue lo último que dijo. A continuación guardó el móvil en el bolso, sacó un billete de diez euros que depositó cuidadosamente sobre la barra del bar y se fue sin esperar ni siquiera a que le devolviesen el cambio. Fue en ese momento, cuando ella se dirigía hacia la puerta, cuando sus miradas se cruzaron. Ella desvió la mirada con un gesto entre coqueto y soberbio mientras que él la veía alejarse hasta que se decidió a ir detrás. Si le hubiesen preguntado él no habría sabido decir con exactitud qué fue lo que le llamó la atención de esa mujer, porqué la eligió ese día entre las decenas de personas que llevaba observando, todas solas, todas fáciles de seguir. No era especialmente guapa ni atractiva, no había ningún atributo en ella que llamase la atención hasta el punto de que incluso podría decirse que e

Él sólo quiso volar

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  "Carrusel o el tiovivo de cerdos" (1904-1905). Kees Van Dongen Nunca a nadie se le ocurrirá que quiso volar, como antes de que se firmase la paz, surcando los cielos con su planeador a la caza del enemigo, poderoso, heroico, valiente, atrevido. Siempre había sido un hombre miedoso, de los que miran dos veces a ambos lados antes de cruzar de acera o caminan mirando de reojo por si alguien se acerca a atacarle por la espalda. Para más inri, era uno de esos hombres que no saben dar órdenes, pero sí recibirlas. Órdenes de su padre, órdenes de su madre, de su hermano mayor, de su hermana mayor, y ¡hasta de su hermano pequeño!. Por ese motivo, cuando un día volviendo de la escuela vio en la plaza del pueblo a los soldados reclutando voluntarios, decidió alistarse. No lo hizo por un sentimiento patriótico, ni por defender unos ideales o por amor a una bandera sino para sentir que su vida tenía un sentido, aquél que otras personas le ayudaran a encontrar. Como aquella ocasi

Un par de centímetros

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" Miss Lala au cirque Fernando ". Degas. (1879) Le faltarán, al menos, un par de centímetros para alcanzar la barra del trapecio. Siempre supo que ese momento llegaría. Lo sabía con la misma certeza con la que se saben muy pocas cosas en la vida como que cuando llueve en la calle te mojas si caminas sin paraguas o como que la tarta de manzana de su madre era la mejor del mundo. Aún así decidió un día unirse al circo por amor, como no podía ser de otra manera, y cuando le preguntaron qué sabía hacer, ella contestó sin vacilar: "quiero ser trapecista". Y lo consiguió. Ya desde pequeña había demostrado una habilidad innata para los equilibrios, para el cálculo de distancias, para el dominio de su cuerpo en las alturas, lo que sumado a su disciplina férrea hizo que se catapultase en poco tiempo en la figura principal del circo. Estaba segura de que lograría ascender pero también estaba segura de que algún día pasaría lo que estaba pasando hoy. Sin red y a un par