El camino que va a la ciudad - Natalia Ginzburg


Título original: La strada che va in città (Einaudi Editore - Torino. 1942 y 1975)
Edición: Bassarai.1997 (actualmente descatalogado)
Páginas:117 (contiene un pequeño apunte autobiográfico de 17 págs. Una joya)
ISBN: 84-89852-02-2
Precio: Sacado en préstamo de la Bibioteca Pública Municipal
Calificación: 7/10

Lo que más me ha gustado: El tono de denuncia y reivindicación de los derechos de la mujer. Natalia no lo hace de forma directa, con discursos, sino a través de sus personajes, quienes a través de sus cortas frases y sus escuetos diálogos nos transmiten la impotencia, el desamparo y la resignación con la que viven. Menos es más.

Lo que menos me ha gustado: Se me ha hecho muy corto. Si bien el cierre es perfecto porque Natalia en pocas palabras nos deja claro qué va a pasar con la protagonista me habría encantado, por mi espíritu cotilla y curioso, haber sabido un poco más de los pensamientos de sus personajes. 
"Me parecía mentira salir y verme delante la ciudad, sin haber andado mucho tiempo por el camino lleno de polvo y de carros, sin llegar despeinada y cansada, con la pena de tenerla que dejar en cuanto oscureciera, cuando interesaba más". (Pág. 97)
Una chica pasa todos los días por delante de la ventana de su casa. Natalia Ginzburg la observa coger el camino a la ciudad a primera hora de la mañana y regresar al pueblo a la casa de su madre a última hora de la tarde. Ginzburg vive en ese mismo pueblo de la chica, obligada a ello, alejada de su amado Turín, de su familia y de sus amigos, acompañada sólo por su marido y sus dos hijos pequeños: Carlo y Andrea. Natalia, a diferencia de lo que suele hacer en otras novelas con un alto contenido en contexto político y social (Léxico Familiar) aisla a ese pueblo hasta el punto de no darnos ningún dato sobre el año, la época, la situación política del país, que nos sirva de referencia para situarla en el tiempo. Asimismo, Natalia, fiel a esa repulsa que tendrá siempre por citar los nombres de las ciudades en los que transcurren sus novelas, no nos indica de qué ciudad y de qué pueblo se tratan. De esa manera es como si nos dijera: "podría ser tu pueblo", "podría ser tu ciudad". Pero indagando un poco en la biografía de Natalia no resulta difícil adivinar que ese pueblo es Pizzoli y esa ciudad es Aquila, ambas en los Abruzos. Llevan allí más de un año castigados por el confino, el destierro al que su marido, Leone Ginzburg, ha sido condenado por ser considerado por las autoridades fascistas de Mussolini " un peligroso conspirador". Y ve a la chica subir y bajar, ir y volver por ese camino que va a la ciudad. ¿Qué hace esa chica en la ciudad todos los días? ¿La espera allí alguien? ¿Trabaja, tiene un amante, tiene sueños e ilusiones?

Este es el punto de partida de esta pequeña novela, la primera que escribe Ginzburg, muy corta, que se lee del tirón, porque el mayor temor de la autora era que resultase un libro aburrido y largo, de esos que su madre consideraría "un tostón". Natalia está triste cuando lo escribe, llena de nostalgia, tiene veinticinco años y vive aislada en un pequeña aldea rodeada de mujeres desdentadas, hombres que trabajan de sol a sol, jóvenes sin esperanzas y que integran los habitantes de un pueblo que ama y odia a la vez. Por eso esta novela es triste, desesperanzada, gris. Apenas hay en ella risas o carcajadas. Tampoco profundiza en sentimientos dado que su protagonista carece de un profundo sentido analítico ni reflexivo.

Esta ambivalencia de sus sentimientos intenta encerrarla en un rincón de su estómago y por ello escribe esta historia fría, árida e incluso seca en la que nos cuenta una historia de esta chica llamada Delia, rodeada de once personajes más, perfectamente esbozados y definidos no por largas y tediosas descripciones sino por cortos y contundentes diálogos. Y es que Natalia tenía claro al escribir ese libro que quería que cada frase fuese un latigazo o una bofetada. Y lo consigue. Con ese estilo aparentemente llano, casi básico, como si la historia realmente la estuviese contando una joven pueblerina sin estudios ni cultura, Natalia define ya aquí las bases de lo que será su estilo narrativo propio, su voz. Su estilo, conciso y poético, exento de toda alharaca ornamental como atravesado por ese humor casi invisible que destilan los objetos y situaciones cotidianas, ya da pruebas de una madurez y exigencias poco frecuentes en una primera novela.

Delia es una joven de dieciséis años cuya única ambición en la vida es casarse con un hombre que la mantenga. Eso es lo que han hecho todos las mujeres que tiene como referencia: su hermana Azalea, casada con un hombre de buena posición, infeliz en su matrimonio pero que tiene una criada que es la que se encarga de la casa y de los niños mientras ella va enlazando una relación extramatrimonial con otra presumiendo de abrigo de pieles y de vivir en la ciudad. Ése es el ejemplo a seguir para Delia y, probablemente, en lo que se convierta en el futuro. Su propia madre, al poco tiempo de casarse y teniendo ya hijos, abandonó a su familia por un amor fugaz que tras desencantarse de ella la obligó a regresar. El futuro de cualquier mujer está clara y unánimamente definido: casarse y tener hijos. Estudiar o trabajar para ser independiente económicamente no es una opción.
"Mi madre decía que los hijos son como el veneno y que no habría que traerlos nunca al mundo". (Pág. 11)
Por eso Delia recorre durante una hora el camino que va a la ciudad un día tras otro para pasar el tiempo y no aburrirse. En la ciudad no hace nada especial: come naranjas con su amiga, visita a su hermana, da vueltas por la ciudad... Pero ese trayecto representa algo superior a lo soñado durante el camino y a lo efectivamente logrado cuando llega a la ciudad: la libertad, la alegoría del transitar joven e ingenuo por la vida antes de que se tomen decisiones irreversibles. Por cierto, que el tema del aburrimiento, de cómo invade el carácter de una persona, es una obsesión en la propia vida de Natalia ya que en su gran libro autobiográfico Léxico Familiar, Natalia explica que su padre echaba en cara a sus hijos que "se aburrían porque no tenían vida interior".

En el transcurrir de los días, Delia comienza una relación con el hijo del médico del pueblo, Giulio, sin plantearse si de verdad puede o no tener un futuro con él, si le ama o no, simplemente dejándose llevar, como si no tuviera sentimientos propios o capacidad de decisión. Hasta que al final, él, un hombre acostumbrado a seducir a mujeres y sintiéndose seguro por ser el hijo de quien es, abusa de ella. Es el año 1941 cuando Natalia escribe esta novela, por lo que usa palabras sutiles pero claras para describir este episodio:
"Tenía también vino en la cantimplora y me lo dio a beber, hasta que me derrumbé sobre la hierba aturdida y pasó lo que me temía". (Pág. 24)
En mi opinión, esta brevísima descripción, recoge en una sola frase contundente como un latigazo una violación aprovechando que la víctima ha ingerido alcohol. Sin más rodeos, sin más detalles, no son necesarios. Ginzburg ha conseguido aterrorizarnos con esta simple frase como si nos estuviera contando que Delia ha comprado una barra de pan o salido a tomar el sol.

El personaje de Delia, al igual que el de la protagonista de Y esto fue lo que pasó, son mujeres a veces anodinas, con un aparente carácter fuerte que sin embargo no saben usar para tomar las riendas de su vida, que no se ven a sí mismas como mujeres con vida propia sino como títeres de una sociedad y de unas costumbres que las superan y someten. La única vía que tienen para salir de su casa es casándose pero paradójicamente eso supone salir de una cárcel para entrar en una prisión.

El pueblo y sus habitantes son, en su conjunto un personaje más de la novela, un elemento opresor que no permite a las mujeres, especialmente jóvenes, soñar ni rebelarse. Delia recorre cada día el camino a la ciudad huyendo de su casa donde el padre se limita a trabajar y aparece solo para comer y dormir y la madre es la que carga con todo el peso de la educación de los hijos y de las tareas domésticas. La ciudad simboliza para ella la libertad, el tomar un helado en una terraza, ver escaparates con ropa bonita, los cines y los restaurantes. Pero cuando tiene la oportunidad de trabajar acompañando a una mujer mayor enseguida se muestra amargada, desmotivada y se queja continuamente de que se aburre, porque de nuevo se ve envuelta en una realidad hostil de la que desea huír.
"Pero es inútil, -pensaba, - es inútil y nos tenemos que casar, y si él no me quiere mi vida estará arruinada para siempre". (Pág. 70) 
En contraposición al camino de la ciudad está el camino del campo, el camino del pesimismo, de la resignación, de los sueños frustrados. Este camino que también la aleja de casa la dirige hacia un mundo oscuro en el que debe ocultarse para huir de las habladurías, para ocultar su estado, para esconderse hasta que se puedan hacer las cosas "como Dios manda, el camino del retroceso, el que muchas mujeres antes que ella han seguido, el de la destrucción de los sueños y las esperanzas en el futuro. En la más absoluta soledad, con una prima que la envidia porque va a casarse pero que a la vez teme dejar a su madre, sin nadie en quien refugiarse, Delia se deja llevar por las decisiones que otros toman por ella y sin ningún intento por superarse, huír o buscar una alternativa que sabe de antemano ardua e inexistente.
"El Nini u otro es igual. Con tal de tener a alguno, porque la vida es demasiado triste para una mujer si se encuentra sola" (Pág. 92)

El título de este libro se le ocurrió a su marido Leone. Ginzburg escribió este libro en el otoño de 1941 y lo publicó en 1942 con el pseudónimo de Alessandra Tornamparte, de tal forma que nadie en el pueblo se enteró de que lo había publicado. En 1945 lo publicaría ya con su nombre definitivo: Natalia Ginzburg. Natalia nunca regresó a la zona de los Abruzos después de abandonarla, en 1943 para regresar a Turín, a reencontrarse con su marido, recorriendo un camino que aún entonces creía que le llevaba a cumplir sus sueños, a superar obstáculos, a ser feliz. Leone muere en 1944 torturado por los nazis. Como la propia Natalia reconoce, los caminos por los que se llegaba a los Abruzos estaban arrasados y cortados para ella porque durante la época que vivió allí fue feliz y si hubiese regresado, aunque fuese de visita, no habría podido encontrar nada de la persona que entonces era, y nada de la felicidad que allí le había rodeado.




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