Al faro - Virginia Woolf
Título original: To the Lighthouse
Traducción: José Luis López Muñoz
Edición: Alianza Editorial (3ªed. 2012)
Traducción: José Luis López Muñoz
Edición: Alianza Editorial (3ªed. 2012)
Páginas: 286
Precio: 11,20€
Calificación: 9/10
Lo que más me ha gustado: La forma única y personalísima en la que Virginia ahonda en la mente humana. Con un lenguaje hermoso y transparente se sirve de objetos y de imágenes que nos visten a los lectores con los trajes y la conciencia de sus personajes. Con ellos odiamos, a los dos minutos amamos, a los cinco lloramos, a los diez deseamos gritar de alegría. El análisis de conciencia que realiza es tan exhaustivo que es imposible no verse atrapado en su lectura por su ola expansiva de humanidad, sensibilidad y emotividad acompañada de esa naturaleza tan bucólica a la par que destructiva.
Lo que menos me ha gustado: Es un libro para leer con calma y reposo, bajar el ritmo. Por ello hay que buscar el momento adecuado para poder degustarlo con deleite y extraer todo su sustento psicológico. De lo contrario puede pasar, como he leído por ahí, que resulte «aburrido» por su falta de acción y su minuciosidad en las pinceladas.
«Pero, igual que antes de hundirnos en el sueño la realidad se simplifica, de manera que, entre una multitud de detalles, sólo uno tiene capacidad para imponerse, del mismo modo, le pareció, mirando, soñolienta, hacia la isla, todos aquellos senderos y terrazas y dormitorios se desvanecían y desaparecían, y no quedaba más que un pálido incensario azul balanceándose tibiamente en el interior de su mente.». (Pág. 280)
Newhaven Lighthouse. Vanessa Bell. (1938) |
«La sinceridad de su espíritu hacía que cayera a polo como una piedra, que se posara con la exactitud de un pájaro; le daba, de manera natural, aquella impetuosa aprehensión de la verdad por el espíritu; aprehensión que deleita, consuela y sostiene, equivocadamente, quizá.» (Pág. 46)
Virginia escribe Al faro en 1927. Tiene cuarenta y cinco años. Muchos de los personajes que aparecen representados, bajo nombres ficticios, en esta obra de toques autobiográficos han muerto ya: su madre, su padre, su hermanastra Stella, su hermano Thoby... Pero de todas estas muertes fue sin duda la de su madre, Julia Prinsep Jackson, la que la dejaría marcada de por vida. Julia fue, al igual que su alter ego en la novela, la señora Ramsey, una mujer de belleza notable que posó como modelo para pintores prerrafaelitas como Burne-Jones. Su temprana muerte, cuando Virginia tenía trece años, la dejó no solo huérfana de madre sino sola en plena adolescencia con un padre autoritario pero con un ego inseguro que precisaba de atención y reconocimientos constantes. La figura de la madre, por lo tanto, levita endiosada y embellecida en la vida de Virginia quien en esta obra exorciza tanto la figura materna como paterna.
«Todos acudían a ella, lógicamente, puesto que era mujer, venían a lo largo del día con esto y lo de más allá; un quería una cosa, otro, otra; a menudo le parecía no ser más que una esponja empapada al máximo en emociones humanas. Luego su marido decía: condenada mujer. Decía: lloverá. Decía: no lloverá; y, la intstante, un paraíso de seguridad se abría ante ella». (Pág. 51)
Figure Group with the artist. Vanessa Bell. |
«Era para echarse a llorar. ¡Malo, muy malo, malísimo! Podría haberlo hecho de manera diferente, por supuesto, podría haber adelgazado y difuminado los colores; haber idealizado las formas; así lo habría visto Paunceforte. pero lo cierto era que ella no lo veía así. Lily sentía arder el color sobre un marco de acero; La Luz del ala de una mariposa sobre los arcos de una catedral». (Pág. 72)
Interior with a table. Vanessa Bell. (1921) |
«(...) porque aquel era sin duda uno de los rasgos de la señora Ramsay: compadecer siempre a los hombres como si les faltar algo, aunque nunca a las mujeres, como si poseyeran algo.» (Pág. 121)
La Ventana, contiene una de las escenas mejor construidas que he leído nunca: la de la cena. Ya, al final de la tarde, los personajes de la casa se reúnen en torno a la mesa pues era el dedo de la Señora Rayley que así fuera. Esa comida compartida saca lo mejor y lo peor de cada uno, pero lo más relevante, lo que realmente convierte esta obra en una novela inolvidable, es la forma en la que Virginia consigue que demos cuerpo, palabra y forma a cada uno de los personajes; el árbol de Lily, el broche perdido de Minta, el faro de James, las botas del Señor Ramsey... Gracias a los diálogos interiores y a las breves pero luminosas conversaciones entre ellos observamos nítidamente la volatilidad de las emociones. El tránsito de la tristeza a la esperanza, del amor al encono, de la idealización a la denigración que todos hacemos de forma natural y espontánea en nuestra vida diaria lo lleva Virginia a la máxima expresión captando microfotografías de emociones, cambiantes, mudables, etéreas.
«(...) si se pregunta a la gente, nueve de cada diez personas responderán que no quieren otra cosa [que el amor]; mientras que las mujeres, a juzgar por su propia experiencia, pensarían todo el tiempo: "No es esto lo que queremos; no hay nada más tedioso, pueril e inhumano que el amor, si embargo también es hermoso y necesario". ¿En qué quedamos entonces?» (Pág. 144)
View into a garden. Vanessa Bell. 1926 |
«Nada e movía ni en el salón, ni en el comedor, ni en la escalera. Tan sólo a través de goznes oxidados y de revestimientos de madera, hinchados por la humedad del mar, ciertos aires, separados de la masa central del viento, se deslizaron por los rincones aventurándose en el interior.» (Pág. 176)
En la tercera parte, El faro, la familia, incompleta, azotada por la muerte, regresa a esa casa y se cumple el sueño de James de su infancia: ir al Faro, pero como comentaba antes ese ya no es su sueño sino un empeño del padre por continuar la vida en ese instante narrado en la primera parte. Es aquí la figura del padre la que Virginia intenta conjurar, liberar de su memoria, buscando una explicación a su carácter que le acerque más a él o le libere definitivamente ya de él una vez muerto.
«En el fondo del bote habían muerto los peces. Su padre seguía leyendo y James lo miraba y también ella lo miraba, y los dos prometieron de nuevo luchar contra la tiranía hasta la muerte». (pág. 279)
Retrato de Virginia Woolf. Vanessa Bell. 1912 |
En conclusión, una novela escrita a fuego lento donde sus personajes no hacen sino que viven; no se mueven con el cuerpo sino con el corazón, la mente y el estómago; se siente más que se habla; se reflexiona y analiza más que se dialoga. Una novela hacia dentro donde los personajes viven hacia fuera con el eje en su propio ombligo. Una obra impresionista donde lo subjetivo campa a sus anchas gracias al monólogo interior, a su estilo poético y a ese flujo de pensamiento que Virginia logró aunar en su obra caracterizándola de ese estilo tan inconfundible que la ha convertido en una de las mejores narradoras de todos los tiempos. No hay uno sino varios protagonistas todos bien definidos por la maestría narrativa de Virginia Woolf y a través de ellos profundiza en el inexorable paso del tiempo, los sentimientos tan efímeros «como un arco iris». El feminismo ya tiene su hueco en el Faro gracias a esa Lily que busca su cuarto propio e incluso a través de la convencional Señora Ramsey, esa mujer que en aras de la paz familiar cede ante su marido, se esconde y se neutraliza pero que a veces también se cuestiona si la vida para una mujer debe ser sólo eso: casarse, embarazarse, cuidar de la casa y aplazar su propia vida hasta que todos se hayan emancipado, algo que en su caso no llega a suceder debido a su muerte prematura. Otra lectura que debería ser obligatoria, como todo lo escrito por esta excepcional mujer, Virginia Woolf.
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