El amor molesto - Elena Ferrante


Título original: L´amore molesto [incluido en el libro Crónicas del desamor]
Traducción: Juana Bignozzi

Edición: Lumen (Enero 2011).
Páginas:19-176
ISBN: 978-84-264-1845-6
Precio: 25,90€
Calificación: 9/10
«Miré la foto tamaño carnet de mi madre. Los largos cabellos barrocamente dispuestos sobre la frente y alrededor del rostro habían sido cuidadosamente raspados. (...) Con el mismo lápiz alguien había endurecido levemente las líneas del rostro. La mujer de la foto no era Amalia: era yo ». (Pág. 82)
Dice José Saramago en El Viaje del Elefante: «El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas. A veces les salen alacranes o escolopendras, pero no es imposible que, al menos una vez, aparezca un elefante». En cualquier caso el pasado siempre vuelve, por más que huyamos de él tarde o temprano tendremos que mirarle a los ojos y cerrar capítulos. Estas ideas son parte del mensaje que Elena Ferrante nos transmite en su primera novela, El amor molesto, publicado en 1992, y que aunque pasó por nuestro país sin pena ni gloria nos sirve para entender no sólo el arrollador éxito que ha tenido con su tetralogía napolitana de Las dos amigas sino para descubrir dónde se encuentran las raíces del mismo.  
"Mi madre se ahogó la noche del 23 de mayo, día de mi cumpleaños". (Pág. 23)
Delia, una mujer de cuarenta y cinco años, soltera y sin hijos, reside en Roma tras su huida de Nápoles. Sin embargo, la noticia de que su madre, Amalia, ha fallecido la obliga a regresar a esa sucia, bulliciosa y decadente ciudad con la que mantiene la misma relación amor-odio que toda la vida ha mantenido con su madre.  A diferencia de la saga de Las dos amigas que se trataba de una novela río donde transitábamos corriente abajo por la vida de las dos protagonistas, esta obra aborda la técnica in media res, donde comenzamos desde el principio, la muerte de la madre, para ir descubriendo, no tanto el misterio de dicha muerte, sino el misterio de su propia vida. Delia recuerda los celos enfermizos del padre que prohibía a Amalia reírse, mirar a su alrededor por la calle, soltarse el pelo. Los intentos por ser sumisa de la madre que, sin embargo, llevada por su naturaleza alegre y vivaz, una mujer que baila con lobos, se ponía el vestido que Caserta le regalaba y colocaba en jarrones con agua las flores que le enviaba, desatando la ira furibunda del padre. Caserta, nombre del tercer miembro de este triángulo, es también el nombre de un palacio ajardinado barroco (el equivalente a nuestro Aranjuez), como si Amalia cada vez que veía a Caserta se sintiera como una niña corriendo por esos jardines, abriendo puertas de ese palacio, curiosa, decidida, libre, feliz.
«Caserta era un lugar donde no debía ir, un bar con un cartel, una mujer morena, palmeras, leones, camellos. Tenía el sabor de los confites en la bomboneras, pero estaba prohibido entrar. Si las niñas lo hacían no volvían a salir de allí. Tampoco mi madre debía entrar, pues mi padre la mataría». (Pág. 51)
Nápoles es una ciudad de una agresividad bestial, en la que la violencia habita en cada una de sus esquinas: violencia en su dialecto, obsceno, directo y cortante; violencia en las relaciones entre los hombres, que se ven a sí mismos como machos alfa, obligados a proteger y defender a sus mujeres-propiedad pero que, al mismo tiempo, se hermanan y solidarizan entre ellos porque la culpa siempre es de ellas: de esas melenas gitanas provocadoras, de esos andares sinuosos, de esas risas pecaminosas, de esas caderas que se curvan bajo la falda; violencia entre las mujeres, que desconfían, se ven entre ellas como rivales y eventuales quebradoras de la paz familiar, al mismo tiempo que toman café unas en casas de las otras para ponerse hielo en los ojos morados y contarse confidencias; y violencia, por supuesto, en las relaciones entre los hombres y las mujeres, en una muestra de esa contradictoria cultura napolitana (no difícilmente traspolable a la nuestra) en la que resulta indecente que una mujer sea rozada o tocada por un desconocido pero se acepta que el hombre maltrate, azote y humille a su mujer, hija o sobrina a fin de "educarla y reformarla". Esas contradicciones adquieren una fuerza brutal en la imágenes que usa Ferrante en la novela y, sobre todo, en el cuadro de las gitanas que tan famoso ha hecho al padre, un cuadro que ha pintado, y sigue pintando, hasta la saciedad. La modelo del cuadro era la propia Amalia, su cuerpo desnudo, su melena al aire, su postura contoneante. El padre no permite que nadie mire a su mujer pero vende el retrato de ella a turistas y a locales, la expone públicamente, y de la venta de esos cuadros come la familia.
«Durante el entierro me sorprendí pensando que, finalmente, ya no tenía la obligación de preocuparme por ella. Después advertí un flujo tibio y me sentí mojada entre las piernas». (Pág. 28)
Por si esa violencia intracontextual no fuera suficiente, Ferrante da una vuelta de tuerca tirando más del lector, con una violencia extracontextual en su hiperrealismo lingüístico: nadie como Ferrante habla con tanta naturalidad de menstruaciones, manchas de semen en el vestido, bragas sucias, masturbaciones... Crea así un ambiente de melancolía claustrofóbica que logra transmitir no sólo la complejidad de los sentimientos que invaden a Delia ante la muerte de su madre sino también la ambivalencia ante todos los frentes que mantiene abiertos en su Nápoles natal y que, con su huida a Roma (de cuya vida allí, por cierto, no sabemos absolutamente nada más que su profesión) no hizo sino agrandarlos más.
«La infancia es una fábrica de mentiras que perduran imperfectamente; la mía, al menos había sido así» (Pág. 164)
Delia, por ser la mayor de las tres hermanas, fue testigo de toda esa violencia hasta el punto de que su tierna mentalidad de niña de cinco años se vio contagiada de ella, especialmente de ese amor obsesivo que el padre sentía por la madre y que ella también reproducía. Delia lloraba cuando se quedaba en casa temerosa de que su madre no regresaba. Delia sospecha que su madre juega a cosas con Caserta y en un intento de imitarla, de acercarse a ella mediante la suplantación, de entenderla, comienza a jugar a esas cosas con Antonio, el hijo de Caserta, bajo la sombra de su abuelo. Delia, intentando vengarse de su madre, en una supuesta lealtad al padre, manipulada por toda la violencia que hay a su alrededor, inventa una mentira que acaba creyéndose y que marcaría la vida de su madre para toda la vida, involucrándola en una espiral de violencia de tal magnitud que un día Amalia, harta de ella, decide abandonar a su marido e irse con sus tres hijas. Las hermanas pequeñas apenas aparecen en la novela más que como sombras en el entierro. Es Delia, quien recurriendo a su tío materno, a Antonio, a su padre, a una vecina y al propio Caserta, comenzará a levantar piedras, hablar con alacranes y enfrentarse a elefantes.
«Dos mujeres, cuyos perfiles casi se superponían por lo cerca que estaban y entregadas a los mismo movimientos, corrían con la boca abierta, de derecha a izquierda de la mesa. No se podía saber si seguían a alguien o si las seguían». (Pág. 76)
Dicen que solemos odiar de los demás aquello que no nos gusta a nosotros mismos y en ese cierre de capítulos Delia toma conciencia de algo que la horroriza: se ha convertido en aquello que toda su vida más ha odiado: a su padre (él, pintor, ella, dibujante de tebeos) y a su madre. El vínculo con ellos no estaba roto. La huída a Roma no quebró el cordón umbilical. ¿Conseguirá con su regreso pasar página por fin?

Comentarios

  1. No sé qué ha pasado con el comentario que he escrito pero se ha perdido por el agujero negro de internet jejeje. TE decía que con las amigas estupendas no me uno, pero este me ha parecido la mar de interesante porque ciertamente, algunos vínculos con los padres son molestos.

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  2. Es interesantísimo, Pilar. Más que recomendable. Incluso te digo que, puestas a comparar, me ha gustado muchísimo más esta recopilación de novelas que la tetralogía de las Dos Amigas. Aunque ésta también es maravillosa, es cierto que al ser tan larga y con tanto que leer cueste animarse a ir a por ella. Pero Crónicas del Desamor es el germen de la fiebre Ferrante y una excelente forma de acercarse a ella. <33

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  3. Ufff ¡qué intensidad!, he estado desde el principio con el corazón en un puño... Mira que a mí la fiebre ferrante no acaba de llamarme, tengo una amiga loca por esta serie de libros, pero a mí no termina de llamarme..Creo que parte de culpa la tiene precisamente todo ese boom entorno al misterio de quién está detrás de Elena Ferrante...no lo sé, lo que no puedo negar es que tu reseña me ha embaucado de una manera tremenda!!
    Si me decido a contagiarme de la fiebre jejeje no sé si empezaría por este o la serie de Las amigas estupendas... ¿cuál recomendarías?
    Un besazo Raquel!

    PD: Me ha encantado tener un ratito para escribirte (el otro día no pude), mi café de lunes sabe mejor así! xDD muaaaaks

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    Respuestas
    1. ¡Qué alegría que sacases ese ratito para dejarte contagiar por la Fiebre Ferrante! Me consta que es difícil, así que ¡gracias! Si decides acercarte a ella te recomiendo, sin duda, que comiences por estas "Crónicas del Desamor". Quizás porque no se ha visto alterada por todo es hype que sí tuvo la saga de "Las Dos Amigas"; quizás porque son más breves aunque más intensas... a mí me han gustado más. Son Ferrante en estado puro, concentrado como una pastilla de caldo de pollo jajaja. Una maravilla. Además, al ser tres relatos, puedes leerlos con calma y a destiempo, algo que con la saga no se puede hacer. Ya me contarás y ojalá te animes a leerla. Te la recomiendo con pompones y fuegos artificiales.
      Un besazo

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Acabo de leer El amor molesto y, tal como su nombre y la capacidad de la autora, me tuvo molesta e incomoda en todo el transcurso. Fascinante relato, descubrimientos, un verdadero psicoanalisis a lo largo de las páginas.

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