Querido Miguel - Natalia Ginzburg


Título original: Caro Michele
Edición: Acantilado. Noviembre 2003 (1ª ed).
Traducción: Carmen Martín Gaite
Páginas: 215
ISBN: 978-84-96136-09-0
Precio: 11,50€
Calificación: 9/10

«Te deseo la mayor felicidad, caso de que la felicidad exista, posiblidad que tampoco hay por qué descartar del todo, a pesar de que bien pocas huellas de ella podamos encontrar en este mundo que nos ha tocado en suerte». (Pág. 130)
Si hay una escena de una cotidianiedad contundente ésa es la de una persona al levantarse. El comenzar del nuevo día, el café con galletas del desayuno, la apertura de ventanas para que la casa se ventile, el reflejo de uno mismo en un espejo... y el sentarse a escribir una carta a un hijo al que hace tiempo que no ve y al que, aún no lo sabe, nunca más verá. Así es comienzo del día de Adriana y así comienza también esta deliciosa novela. Si Querido Miguel resulta ya de por sí una narración que respira melancolía, con el paso del tiempo esta melancolía se ve reforzada por el carácter epistolar de la obra. Leyéndola recordamos esa época en la que, ansiosos, abríamos el buzón a cada momento en la espera de esa carta deseada. El olor de los sellos, el sabor amargo de ese pegamento que nos dejaba un regusto a esperanza cuando cerrábamos el sobre y lo timbrábamos, el paseo hasta el buzón más cercano donde a veces con dudas, a veces con seguridad, introducíamos ese papel doblado y cruzábamos los dedos para que no se extraviase, para que llegase a su destino lo más rápido posible, cálculo de días: envío dentro de la provincia, dos o tres días, envío fuera de la provincia, cuatro o cinco días ¿qué día es hoy? Llegará entonces... Y recibiré respuesta, si contesta inmediatamente el... 
«Pero no se apega uno solamente a los recuerdos felices. Al llegar a cierta edad, nos damos cuenta de que a lo que se tiene apego simplemente es a los recuerdos». (Pág. 59)
Natalia juega en este libro de forma magistral con las distintas voces de los protagonistas. El narrador es prácticamente invisible, un cientifíco riguroso que como si de un ensayo clínico se tratase, se limita a describir de forma minuciosa los comportamientos de los personajes, ese estiramiento de las mangas del jersey, ese gesto displicente, ese andar inseguro... Son los miembros del elenco los que tienen la voz a través de diálogos cortos pero contundentes y de la correspondencia que se mantiene entre ellos. Adriana, el alter ego de Ginzburg en muchos aspectos, el espejo que la refleja, es una mujer de cuarenta y cuatro años que se ha recluido en una preciosa pero solitaria casa en las afueras de Roma. Tiene cinco hijos: Angélica (otra de las autoras de la correspondencia que se transcribe), Viola (quien apenas aparece por estar ocupada «con sus cosas»), dos gemelas adolescentes (que se tiran toda la novela saliendo de la casa en moto o de excursión con amigos y que no prestan atención a la madre, típico de su edad) y el famoso y enigmático Miguel. A raíz del divorcio Miguel se quedó con su padre (las niñas con la madre) comenzando una vida que resulta, con el transcurso de los años, cada vez más misteriosa para el sector femenino de la familia que se relaciona con él a base de impulsos y encuentros esporádicos.
«Tus hermanas puede que sean menos calamitosas que tú, pero también ellas han salido bastante raras y despistadas, cada una en su estilo. Tampoco a ellas las he educado ni las educo, porque muchas veces, demasiadas, me sentía y me sigo sintiendo como una persona que no me cae simpática. Para educar a otro, hay que tener un poco de confianza en uno mismo, tenerse por lo menos algo de simpatía». (Pág. 62)
El hijo perdido se convierte, por tanto, en sujeto de la devoción y de la preocupación constante de la madre quien ve cómo ha ido creciendo hasta convertirse en un desconocido para ella. Las noticias de que se relaciona con grupos comunistas y anarquistas radicales, y que por ello se ve oblígado a huir a Londres, le encumbra a una posición de inalcanzable iniciándose una carrera epistolar por convencerle de su regreso, o al menos, de que les permita, a ese sector femenino, ir a visitarle a Londres. Miguel no acude a casa de su madre a hacerle las jaulas para los conejos; Miguel se va de Roma sin despedirse de ella; Miguel hereda un torreón de su padre a la muerte de éste del que se desentiende completamente; Miguel no asiste al entierro de su padre; Miguel no les invita a su boda en Londres; Miguel es un desapegado, un joven inconsciente y egocéntrico que cree que va a vivir eternamente y que no cuida de su familia, no les dice que les quiere, no cuenta con ellos en su día a día. La manera que tiene Ginzburg de retratar esa distancia intransitable que les separa es relatando cada detalle cotidiano de la vida de Adriana, de Angélica y de Mara. Miguel no aparece en ninguno de esos momentos. Sólo es un fantasma ausente, que sin embargo está más presente en sus vidas y en su pensamiento que muchos que les rodean. La sombra de Miguel es alargada...
«La última vez que lo vi (...) le pregunté que qué había comprado. «Un pollo asado», me dijo. Ésas son las últimas palabras que me dijo. Ya ves qué poca cosa. Lo vi alejarse con su bolsa de cartón en la mano. Un extraño». (Pág. 209)
Y en medio de esta dinámica familiar, arquetípica y tensa, surgen otros tres personajes: Osvaldo, íntimo amigo de Miguel, al que se aferran por ver en él una prolongación del mismo, Mara, una joven inmadura e impulsiva que cree, aunque a veces duda, que su hijo recién nacido es fruto de la relación intermitente que tuvo con el propio Miguel y Ada, un personaje sin voz que se convierte en una especie de "veladora a distancia" de los intereses de la familia y de la que Adriana, la protagonista dice con su peculiar sentido del humor que se la encuentra «hasta en la sopa, así la partiera un rayo». Los caminos de todos ellos se cruzan y a través de esa correspondencia epistolar de encuentros puntuales Ginzburg va perfilando, como sólo ella sabe hacerlo, de forma minimalista pero directa a la diana, las personalidades complejas y la forma de ver la vida de cada uno de ellos.
«Le había pedido que le acompañase por miedo de que a su madre le diera un ataque de llanto. Qué estúpido. A ella crisis de llanto no le daban casi nunca. Pero (...) cuando Felipe se marchó se había quedado tumbada llorando un rato en aquel dormitorio de los arcos mientras Angélica le cogía una mano». (Pág. 70)
Si hay algo que no deja de sorprenderme en Ginzburg es esa ausencia de personajes grises y planos. Su capacidad de observación es tan aguda y afilada con unas pocas líneas consigue hacer lo que otros autores hacen en párrafos enteros. Un simple gesto, una sencilla frase, nos dice más de un carácter que una descripción minuciosa. Porque los personajes de Ginzgurg están vivos. Ni más ni menos. Hablan, se mueven, carraspean, insultan, lloran, gritan, se contradicen, mienten, dudan... Sí, mienten. Mara es un ejemplo claro del narrador no fiable y también del personaje que evoluciona a través de las páginas pero, paradójicamente, a pesar de las mentiras y del autoengaño, manifiesta una honestidad tan brutal que la antipatía que se puede sentir por ella al principio deriva finalmente en un cariño hacia su persona. Es entrañable. Todos los personajes tienen algo que contarnos. Incluso aquello que no parece importante, lo es. Y ahí está el motivo por el que esta novela me parece tan maravillosa, porque su aliento, su historia, su complejidad no es un reflejo de la vida misma; es la vida misma.
«Yo te hablaba y tú por toda respuesta carraspeabas, pero sin abrir la boca. Ahora, cuando quiero acordarme de ti, carraspeo un poco y me parece que te estoy viendo». (Pág. 94)
Natalia publica este libro en 1973. Su segundo marido, Gabriele Baldini, había fallecido en 1969 y tras su muerte, con la que Natalia se quedaba viuda por segunda vez, se refugió en dos ámbitos que siempre habían estado presentes en su vida: la escritura y la política. Mientras que el primero, la escritura, había sido un continuum, un inseparable de su nombre, con el segundo, la política, había mantenido una relación de amor-odio con alejamientos y acercamientos intermitentes debido a diferencias con el Partido Comunista. En 1970 su compromiso adquiere forma y comienza pequeñas colaboraciones con el Partido Comunista Italiano, del que posteriormente sería diputada en 1983. Pero en 1973, cuando escribe Querido Miguel, esta colaboración está en ciernes aún. Sin embargo, este acercamiento tiene reflejo en la novela donde hay guiños como la colaboración del propio Miguel con el comunismo y su lucha, el profundo sentimiento antifascista de la propia Adriana o ese ¡Ay Carmela!, una canción recuperada por el bando republicano en la Guerra Civil española, y que el padre cantaba por costumbre cada vez que pintaba.
«—Se acostumbra uno a todo—dijo Angélica—. Cuando ya nos hemos quedado sin nada». (Pág. 211)
Antes de terminar no puedo dejar de mencionar la maravillosa traducción del libro, realizado por la mismísima Carmen Martín Gaite, una gran admiradora de Ginzburg, que hace de esta edición una joyita inmejorable. Y también un apunte sobre lo que Italo Calvino dijo de ella: «Natalia expresa su lirismo en el ritmo y en el corte de sus historias, construye la psicología de sus personajes a través de su comportamiento y nunca comenta o interpreta por el lado de lo intelectual, aunque sus historias se desarrollan casi enteramente en el ámbito de los intelectuales». Absolutamente recomendable.


Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?

Comentarios

  1. Me gusta conocer a Natalia a través de tu mirada, Raquel. Sin duda, tus reseñas son toda una persuasión para los que te seguimos. Quiero leer/conocer a Naty aunque a través de lo que nos cuentas de ella, creo que ya la conozco. Me parece muy atractiva la estructura epistolar de esta novela. En fin, que ya toca leerla. Un abrazo!

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    1. ¡Anímate, Pilar! Tengo muchísima curiosidad por saber qué te parece pues yo la miro con mis ojos subjetivos de la admiración, por esa capacidad que tiene para atrapar lo cotidiano de una forma tan elevada. Sería genial saber tu opinión sobre esta mujer tan auténtica. Un abrazote!

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  2. Bueno, pues lo prometido es deuda, café en mano y preparada!
    Qué bien que Naty está de vuelta, ya la echaba de menos.
    Me ha gustado muchísimo tu forma de hablarnos sobre esta lectura, creo que es imposible no querer conocer a ese "querido Miguel" tan desaparecido, y a la vez tan presente.
    Además, me gusta mucho el formato epistolar, uno de mis libros favoritos es 84, Charing Cross Road, (si no lo has leído te lo recomiendo)
    Justamente, ahora que se acerca el LeoAutorasOct, había pensado en seleccionar libros de las autoras adoptadas que voy siguiendo, y Naty (modo spoiler) está entre ellas jejeje, ahora dudo si leer este Querido Miguel o Léxico familiar, que tenía ya localizado en la biblioteca, (el de Las pequeñas virtudes no está).
    ¿Cuál me recomiendas?

    Es genial pasar por aquí en mis descansos, aunque a veces la lista de pendientes me mire diciendo "¿en serio, otro más? jijijij ayyyy qué sería de nuestras vidas lectoras sin más autoras maravillosas que añadir y blogueras incitadoras como tú! xDDDD

    ¡Un besazo Raquel!

    PD Qué ganas de seguir conociendo a Naty ^^

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    1. ¡MI amiga bloguera! Si es que nuestros blogs están llenos de tentaciones jajaja. Me apunto en mi lista 84, Charing pues el estilo epistolar si está bien hecho, me parece realmente interesante y además da mucho juego. ¡Otro más a la lista! Y respecto a incorporar a Ginzburg a tu LeoAutorasOct, ¡me parece genial! Es una ocasión perfecta para conocerla personalmente. Te aconsejo que empieces por Querido Miguel o Y esto fue lo que pasó pues ambos son cortitos, perfectos para incorporar a nuestras largas listas de pendientes y no requieren conocer tanto de la biografía de Naty como Léxico Familiar, que siendo su obra insignia, es más largo y denso. Dichoso tiempo que nos falta para leer todo... ;-)
      Ya nos contarás qué te parece. Naty bien se merece una de esas reseñas tuyas tan maravillosas.
      Un besote y te mando también un rico café cargado!!

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