Diario de un ama de casa desquiciada - Sue Kaufman


Lo que más me ha gustado: Tina Balser, la protagonista de esta novela, es una auténtica «mujer desesperada» que al mismo tiempo que se queja de la presión diaria a la que está sometida, no solo por su marido sino por ella misma y por esa sensación de estar continuamente en deuda con él, pues es él quién «la mantiene», lanza también un dedo acusador contra la alta sociedad neoyorquina dominada por la hipocresía, la superficialidad de las relaciones, la imposibilidad de crear vínculos auténticos de amistad o sororidad, la rigidez de las clases sociales (ni siquiera con la asistenta de hogar a la que ve más que a su propio marido puede sincerarse) y el consumismo más brutal.

Lo que menos me ha gustado: Si bien me ha recordado al «El devorador de calabazas» (escrito por la inigualable Penelope Mortimer en 1962) por su sentido del humor ácido y descarnado a medio camino entre las lágrimas y la risa de desahogo lo cierto es que carece, en mi opinión, de esa patina literaria que Mortimer sí sabe manejar al crear microescenas inolvidables llenas de significado y al hacer que las imágenes y metáforas creen una atmósfera envolvente para quien la lee. Esto me plantea un duda: ¿Porqué muchas mujeres al hablar de la tragedia que supone para ellas el día a día recurren a la ironía y al sarcasmo, al reírse de sí mismas y de lo demás? ¿Es porque en el fondo no se toman en serio sus propias preocupaciones por aquello de haber oído tan a menudo que son unas histéricas, unas caprichosas, unas inmaduras y que deben estar agradecidas a sus maridos, a esa vida que llevan privilegiada? Ahí lo dejo.
«Un hombre totalmente masculino que tiene clarísimo cuál es el papel de la mujer en el matrimonio (...) Ya sabes, ¿no?, lo del macho dominante y enérgico y la mujer sumisa. El cabeza de familia que tiene derecho a esperar que su obediente esposa siga todas sus órdenes... Le encantará. » 
Sue Kaufman (EEUU, 1926-1977) es una de esas escritoras desconocidas en nuestro país de cuya vida privada poco se sabe. Colaboradora de prestigiosas publicaciones como The Paris Review, alcanzó un gran éxito con la publicación de este libro en 1967, del cual se hizo incluso una versión cinematográfica en 1970. Casada con un dentista, surge siempre la duda, usual al leer este tipo de obras de carácter intimista, de hasta qué punto lo que ella cuenta está inspirado en su propia vida real o es pura ficción. Como si de un apéndice de la obra puntera del feminismo estadounidense se tratase, Sue Kaufman pone nombre y ejemplos concretos de ese «malestar que no tiene nombre» que Betty Friedan exploró en «Mística de la feminidad» [Ed. Cátedra. 1963] y es que, si algo distingue esta novela de otras de temática similar son dos características propias: la primera, su redacción a modo de entradas en un diario de la problemática de una mujer que se ve absorbida por las obligaciones domésticas hasta el punto de olvidarse de si misma; la segunda, ese apuntalamiento de la cotidianidad que echa por tierra esa creencia tan difundida, especialmente por los hombres de familia, de que las mujeres en la casa no hacen nada (todo aquel trabajo que no genere un beneficio económico no se ve, no se valora, no es trabajo). 
«Siempre me han gustado las personas brillantes y talentosas y divertidas, y siempre las he tratado de tú a tú, pero ya no soy un "yo", soy un "nosotros"». (Pág. 54)
La autora, a través de la protagonista, Tina Balser, nos sumerge en un ritmo frenético de tareas de limpieza, compromisos sociales, cuidado de las niñas enfermas, compras de todo tipo, preparación de comidas, viajes en taxi y autobús de acá para allá que nos desmitifica esa vida del ama de casa distendida, relajada y ociosa y que en su lugar se ve dominada por lo que ella llama «Esta Cosa» que absorbe su identidad propia y la diluye en la de ama de casa-madre-esposa. Y no es para menos. Tina Balser fue una vez una joven que soñaba con ser pintora; una joven que fue acusada de ser rebelde y que lejos de buscar la estabilidad sentimental temprana aspiraba a ser independiente, libre, creativa. Un colapso nervioso sufrido en la universidad la llevó a iniciar terapia con un psiquiatra que la «ayudó» a descubrir qué necesitaba realmente. No es difícil imaginar qué era eso que necesitaba, ya saben, un marido, una casa, unas hijas, un hogar que la permitiese reconciliarse con su madre ludópata y su padre ausente, plasmar en su propia vida aquello de lo que careció en su infancia. La aparición de Jonathan, un ambicioso abogado con una prometedora carrera política fue providencia, la persona oportuna en el momento exacto. Ya pueden imaginar qué viene a continuación. Nacimiento antes de tiempo de la primera hija, llegada de la segunda, mejora económica, ascenso en la escala social neoyorquina y pistoletazo de salida para que Jonathan estuviera cada vez más tiempo fuera de casa ganando el pan (gourmet, por supuesto) para su familia, escondido detrás de papeles, inversiones teatrales, reuniones, fiestas, trajes de doscientos euros y ciento veinte corbatas, «¿Estás ahí, Jonathan? Si es así, sal. Por favor. Sal, sal estés donde estés», mientras que Tina, la que una vez soñó con ser pintora, se ve cada vez más encerrada entre unos horarios claustrofóbicos repletos de encargos y de mil ojos siempre pendientes de los demás y ninguno para cuidar de ella misma.
«Es curioso cómo las parejas casadas pueden vivir en un estado de tregua armada y, sin embargo, para salvar las apariencias, seguir comportándose con el decir y la cortesía de los personajes de una comedia de salón». (Pág. 237)
Anuncio de los años cincuenta.
Una novela de lectura fluida, con ratos de ritmo frenético paralelos a ese estrés de tareas inabarcables y acompañados de los sudores fríos, los temblores de manos y los ataques de ansiedad y pánico que de forma recurrente sufre Tina. La pobre Tina, la frágil Tina que sufre agorafobia, ignofobia, entomofobia, acrofobia y cuanta fobia sea imaginable; la histérica Tina, la vulnerable Tina, es, sin embargo, la que tira de esa familia, la que les cuida cuando los virus de la gripe les ataque, la que les guarda la ropa de invierno y coloca en los armarios la de verano, la que cocina e intenta que sus platos sean deliciosos para que ellos los disfruten, la que se encarga de que la casa esté bonita, limpia, encerada, resplandeciente; la que llama al médico, al dentista, a la tienda de abastos, al limpiacristales; la que tiene que esconderse bajo llave en su habitación, extraer de debajo del montón de combinaciones su cuaderno para escribir a escondidas sus «informes» como llama a esas entradas en el diario en un intento de darles la misma seriedad y contundencia que los trabajos (remunerados, reconocidos y valorados) de su marido. Es Tina, la sensible, la que al final resuelve todo, la que sostiene a todos, de la misma forma que también lo hace la señora Armitage en «el devorador de calabazas» de Mortimer o las millones de mujeres que atrapadas en un destino que le prometieron feliz se encuentran como esa cucaracha de una de las escenas finales del libro, atrapada en el reloj (carísimo y lujosísimo, de diseño) de la cocina a punto de ser decapitada por la aguja del segundero. Cómo no acordarse aquí de la protagonista de una de las grandes obras maestras de Clarice Lispector, «La pasión según GH» [Ed. Siruela. 1964] en la que la cucaracha también aparece de forma reveladora.
«Mientras estoy allí, tumbada, intentado respirar y relajar las manos, y preguntándome qué es lo que me ha despertado, me asaltan los sentimientos de culpa y la vergüenza, un sentido de culpa y una vergüenza sin razón de ser, lo cual, claro, es lo peor». (Pág. 80)
Culpa, vergüenza, exceso de perfeccionismo, sentimiento de inferioridad... es Sue Kaufman una narradora de lo cotidiano que describe a la perfección la presión a la que la mujer se ve sometida cuando depende económica y emocionalmente de un marido, y que si quiere que su marido no se divorcie de ella debe «bailar al son que él tocara». Esa dependencia económica es el terreno perfecto para que él abone y recoja sus exigencias, las de que ella vaya siempre vestida y peinada comme il faut, como un ser humano, le repite varias veces; que ella se encargue de educar a las niñas, pelearse con ellas, meterlas en la cama, crearles un hogar seguro; que sea ella también la que le atienda, comida de calidad y moderna en la mesa, camisa planchada, maleta de viaje hecha;  la que esté siempre de buen humor para recibirle con una sonrisa y los abrazos abiertos, prohibido quejarse; y, por supuesto, la que esté siempre a su plena disposición para satisfacer sus apetitos sexuales cuando a él le venga bien y que deja claros cada vez que pronuncia esa frase que ella tanto teme con su tono jovial y distendido, como quien pide la hora, de forma que no parezca una orden aunque realmente lo sea: «Eh, Teen, ¿qué te parece si nos damos un pequeño revolcón?». En definitiva, una novela que aparentemente es de agradable lectura, a pesar de su final con ciertos toques naïve, ideal para las tardes de verano, pero que esconde un trasfondo trágico que nunca debemos olvidar aunque, a veces, gracias al espíritu luchador y pragmático de la narradora, se nos olvide. 

Título original: Diary of a Mad Housewife
Traducción: Milena Busquets
Edición: Libros del Asteroide (5ª edición. 2013)
Páginas: 330
ISBN: 978-84-92663-18-7
Precio: 21,90€
Calificación: 8/10

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