De bisontes y corazones

  "Bisonte en la cueva de Altamira (Cantabria)". Paleolítico superior.


Pintando aquellos extraños bisontes como cuando de estudiante pintaba corazones en los margenes de su libro de Prehistoria. Queriendo recordar para esquivar al olvido que acecha desde hace meses su frágil memoria. El único momento en el que domina su mente es mientras dibuja esos garabatos que sólo ella sabe con seguridad que se tratan de bisontes mientras que para el personal de la residencia es un síntoma más de su demencia cabalgante, de la enfermedad que arrasa su mente galopando a lomos de uno de esos bisontes  que pisoteaban cuanta hierba encontraban a su paso; el resto del día es oscuridad plena, negrura absoluta, emulando la que en su momento debió reinar en esas cavernas a cuyo estudio ha dedicado toda su vida. Desde que tiene uso de razón se recuerda a si misma con la nariz metida entre las páginas de los libros de su padre, literalmente metida, pues debido a su miopía no había otra forma de poder acercarse a la lectura, hasta que ya a una edad madura decidió operársela y prescindir de las gafas que habían sido su única compañía durante más de cuarenta años. Aún a día de hoy, cuando la memoria le falla, lo que sucede la mayor parte del tiempo, recupera el tic de ajustarse las gafas invisibles sobre el puente de su afilada nariz. Cuando recupera la memoria abandona ese tic para sustituirlo por el de apartarse el pelo de la cara.

Siempre ha sido una mujer obsesiva con el orden, con su propia imagen, con la forma de tomar apuntes durante las innumerables conferencias sobre arqueología y excavaciones a las que ha asistido, así como en la preparación de las también innumerables conferencias y clases que ha impartido. Llegó a ser una auténtica referencia en esa materia, especializada en el estudio de las cuevas de Altamira, lugar donde se enamoró de los extraños bisontes que decoraban su pared y donde adquirió el hábito de dibujarlos una y otra vez de forma compulsiva en un intento de introducirse en la mente de sus habitantes prehistóricos.

Ahora, con sesenta y cinco años, en su exilio autoimpuesto en la residencia situada en las afueras de Santander, aún sigue recibiendo visitas de investigadores y estudiosos del tema a los que las enfermeras despachan en un par de minutos repitiendo una y otra vez la excusa de que la Profesora Musgo necesita reposo completo. Lo cierto es que esas visitas no habrían podido ser fructíferas en absoluto. El alzheimer ha ocupado descaradamente cada una de las neuronas de la Profesora arrebatándola de cada recuerdo almacenado, de cada experiencia vivida, de cada sensación impresa.


Sólo mientras dibuja esos extraños bisontes rescata del baúl del olvido vagas imágenes como las de los corazones pintados con su nombre, Musgo, al lado de la pluma de la flecha y el nombre de ÉL al lado de la punta. ÉL, así, en mayúsculas, el único hombre al que, aparte de su padre, llegó a amar. ÉL, el único que logró sacarla a rastras de la bibilioteca para que asistiera a guateques y el único que consiguió que sustituyese su perenne coleta por su melena ondulada al aire. ÉL, el que le prometió amor eterno y duradero y con el que soñó al pie de los castaños de la Universidad de Salamanca viajes felices al Templo de Lúxor, a la Acrópolis griega, a los Moáis de Rapa Nui, a la pirámide de Chichén Itzá...


ÉL, el que la convenció para meter todas sus cosas valiosas en una maleta, libros mayormente, para embarcarse juntos en un recorrido en tren por toda Europa con visitas improvisadas sobre la marcha a las cuevas de Lascaux, a las tumbas de Oberkassel, al Stonehenge, a Ostia Antica... Pero nunca llegaron a ir a Francia, ni a Alemania, ni a Inglaterra, ni a Italia, ni a ningún sitio porque nunca llegaron a coger ese tren. ÉL, el hombre por el que estaba dispuesta a creer en el amor a algo que no fuesen los libros y los restos arqueológicos, nunca se presentó. En su lugar le hizo llegar a través de su mejor amigo una escueta carta disculpándose por no presentarse.

Mi amada Musgo, mi musgo verde, frondoso y aromático.


Lamento no poder acompañarte en este proyecto con el que tanto hemos soñado y que durante tantas luminosas noches hemos planificando pero me temo que de ir contigo yo dejaría de ser yo para convertirme en el hombre que tú quieres que sea, o mejor dicho, en el hombre que yo quiero ser para ti pero que no soy. Sé que nunca me has presionado, sino todo lo contrario, he sido yo el que he insistido una y otra vez en que salieses a la luz de la vida conmigo, en que abandonases la oscuridad de tu biblioteca para que el aire orease tu hermosa piel. No, nunca me has presionado, ni has intentado cambiarme, más bien te has dejado llevar por mi locura de vivir, meciéndote a mi ritmo de jazz, dando todo sin pedir nada a cambio, amoldándote a mis extrañezas y mis rarezas, riendo mis tonterías y llorando mis neuras.

Te engañaría si te dijera que no te amo, porque te amo como sé que nunca amaré a nadie. Pero también te engañaría si cogiese ese tren contigo porque sé que en ese viaje verías mi auténtico yo, el que nunca a nadie he dejado ver, mi yo oscuro y escondido en las cavernas de mi alma que de vez en cuando sale a gritar para hacerse ver y hacer valer su presencia frente al amable yo que hasta ahora te he enseñado. Un yo edulcorado, endulzado para ti, un yo húmedo para que tu musgo trepase por mi alma. Un yo falso.
He sido un excelente actor, demasiado bueno. Por eso, y por respeto a ti y al amor puro que te profeso, prefiero que no volvamos a vernos y que siempre me recuerdes como un hombre que puso una nota de alegría en tu vida y un hombre que resucitó los huesos que tanto te gusta buscar en tus excavaciones.
No me busques. Estaré lo suficientemente cerca como para que tu olor musgoso me llegue con la brisa del atardecer pero lo suficientemente lejos como para que nunca puedas encontrarme.

Hasta hoy tuyo. Y siempre tuyo en la ausencia distante.

Tu castaño.

Y nunca más volvió a saber nada de ÉL. Y nunca más volvió a enamorarse de ninguna persona. Y dejó que su corazón fuese reptando cada vez más hacia las profundidades de su esternón convirtiéndose en un resto arqueológico escondido y sepultado bajo estratos de piedras, de ruinas y de huesos. Sobre él fue construyendo, capa sobre capa, cursos de doctorado, enciclopedias y folios atiborrados de notas hasta que llegó un momento en el que habría sido necesaria una auténtica expedición arqueológica para que su alma volviese a salir a la luz. Expedición que nunca se hizo y que el alzheimer relegó aún más salvo en esos escasos momentos en los que pintaba extraños bisontes y recordaba que hubo una época en la que los sustituyó por corazones con su nombre, Musgo, al lado de la pluma de la flecha y al lado de la punta el nombre de ÉL, Juan... Juan... Juan... ¿o era Pablo?



"Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria"
Joaquín Sabina

"El olvido están tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda
en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede aunque quiera olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinan por el olvido
como si fuese el camino de Santiago"
Mario Benedetti





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