Los peligros de fumar en la cama - Mariana Enríquez



Edición: Anagrama (Febrero, 2017)
Páginas: 199
ISBN978-84-339-9824-8
Precio: 16,90€
Calificación: 8/10

Lo que más me ha gustado: Mariana Enríquez nos habla con una voz aterrada, asustada, que reacciona con estupor ante lo que observa y lee. No, Mariana no recurre a la ciencia ficción, ni a elementos sobrenaturales para horrorizar al lector porque para ello su principal fuente de inspiración es ni más ni menos que lo que le rodea, la vida cotidiana. Y eso es lo que la hace tan especial.

Lo que menos me ha gustado: algunos relatos se me han hecho cortos, demasiado cortos, con numerosas preguntas en el aire que uno tiene que contestar por sí mismo. Mariana no siente remordimientos a la hora de apretar la tecla de publicar justo cuando se encuentra en mitad de un conflicto, de una historia que nos ha atrapado, lo cual puede provocar a veces admiración, y otras cabreo. ¡Cuéntame más, Mariana, cuéntame un poquito más!
«Estábamos asustados pero el miedo no se parece a la desesperación.» (Pág. 50. El carrito)
Entrar en el mundo de Mariana Enríquez supone sumergirse en un lado oscuro, tenebroso y turbio del ser humano que no es en absoluto agradable. El terror en el que ella se balancea no tiene nada que ver con fantasmas ni con eventos sobrenaturales, si bien las supersticiones, las religiones indígenas y las leyendas folklóricas dan un halo de misterio que incita al tartamudeo del lector, a ese no saber bien si lo que nos está contando es real o, por el contrario, una mala pasada de la mente. Mariana sabe jugar muy bien sus cartas y en un estilo que nos recuerda en unas ocasiones a Cortázar y en otras a Carol Oates avanza como una experta equilibrista entre los límites de la razón y la locura, la depresión y la cordura, las obsesiones y la mente sana, como una alumna avanzada de Shirley Jackson. Sólo así puede explicarse cómo desde las primeras líneas de cada uno de los doce relatos que conforman este libro intuimos que algo va a pasar y que ese algo no nos va a gustar; y lo que es aún peor, ese algo nos va a dejar un poso de amargura tan pegajoso que aunque pasen semanas desde que la hemos leído seguimos recuperando fácilmente esa sensación de desasosiego, de desconcierto ante determinados comportamientos del ser humano.
«Como vivía sola no tenía quién me señalara mi depresión o intentara levantarme el ánimo. Era lo mejor que me había pasado en años.» (Pág. 139. Ni cumpleaños ni bautizos)
En muchos relatos hay un punto en común: la existencia de un patio en la vivienda. Al igual que en su otro libro de relatos, Las cosas que perdimos en el fuego, cada vez que aparece esa estructura tenemos que echarnos a temblar. Mariana Enríquez no deja nada al azar. Uno de los motivos por los que me gustan tanto sus narraciones es porque en ellos todos los detalles están perfectamente cerrados, colocados ahí por un motivo que es de todo menos casual. Es en uno de esos patios, que normalmente asociamos con un lugar de recreo de los niños, de punto de reunión de la vivienda para comidas con amigos, de oasis para leer y desconectar, donde aparecen, como si fuese la cosa más normal del mundo, los huesecillos de una bebé que resulta ser una tía de la protagonista de El desentierro de la angelita. En otro patio, en el de una curandera, está El aljibe, y así se llama precisamente el relato, el punto donde mueren los sueños y viven los demonios y por culpa del cual una niña sana y fuerte, valiente y decidida, recibe todos los males de su madre, de su abuela y de su propia hermana, la miseria de tres generaciones de mujeres que no tienen ningún reparo en enfermarla a cambio de sanar ellas mismas; una terrible herencia no querida que tendrá que soportar toda su vida porque ni suicidarse puede.
«Los seres como ella no se entusiasmaban, no se excitaban. Sólo estaban seguros.» (Pág. 105. El mirador)
En La Virgen de la tosquera, la autora coloca a unas adolescentes en el punto álgido de sus emociones madurativas. Lo que comienza siendo una pandilla de chicas bien compenetrada termina degenerando en una orgia de envidia, de celos y de odio desdemedido hacia una de ellas tras la aparición de un atractivo chico. Esta misma línea finísima que separa la adolescencia de la adultez, la locura de la cordura, aparece también en las fanáticas groupies de Carne, obsesivas, enfermizas, radicales y en las jóvenes sin miedo que atraviesan límite de Cuando hablábamos con muertos. Los niños que se convierten en adultos encerrados en torres con sus propios fantasmas aparecen también en El mirador, un relato claustrofóbico al más puro estilo Shirley Jackson, en el que el ambiente pertubador contrasta con la belleza del mar.
«Los chicos no te dejan salir. No podemos irnos del Rava. Los chicos fueron infelices, no quieren que nadie se vaya, quieren hacerte sufrir. Te chupan.» (Pág. 91. Rambla triste)
La crítica a la situación política, económica y social de Argentina, cala también muy hondo en el transfondo de sus relatos. No es difícil encontrar entre las líneas terribles de Mariana Enríquez referencias a abusos a niñas, asesinatos y maltratos de todo tipo sin ahorrarnos en muchos casos detalles porque así es su forma de denunciar la brutal inseguridad que vive su país como consecuencia de la ineficacia de la clase dirigente. Como en Chicos que faltan, donde la gente está tan habituada ya a ese tipo de noticias como uno se acostumbra al ruido de una autopista o al ruido blanco, white noise, del que habla Don DeLillo. Una ineficacia que, por supuesto, tiene entre sus víctimas a los más débiles, a los niños, a las mujeres, a los drogadictos, a los desequilibrados mentales. Así, en El carrito, la mala suerte, la maldición de un mendigo, asola un barrio que se ve aislado del resto de la ciudad. Mientras ésta continúa próspera y segura el barrio, situado al otro lado de la Avenida principal, se ve sumido en la más absoluta pobreza, desempleo y miseria de forma incomprensible. De esta misma crítica no se libra ni Barcelona, que en su relato Rambla Triste aparece como un escenario de inframundo en el que unos inmigrantes argentinos no pueden regresar a su país y ni siquiera mudarse a otra ciudad por las poderosas fuerzas que les paralizan, les impiden ir hacia delante, un "irse para no volver", el drama del emigrante, encarnado por tenebrosos niños secuestradores. 
«En el baño de un local de Buzarco conoció a Julieta, la más célebre de las espinosas porque se había tuado el nombre del ídolo en el cuello; de lejos, las letras parecían una cicatriz, como si la cabeza estuviera cosida al cuello.» (Pág. 129. Carne)
Personas con tendencias suicidas, inestables, desequilibradas por las mismas pasiones que les permiten vivir, obsesivas y fetichistas, como la protagonista de Dónde estás corazón. O el voyeur de Ni cumpleaños ni bautismos que hace de su curiosidad morbosa una profesión dedicándose a grabar encargos de lo más insólitos. Personas aisladas, solas en la más absoluta de las soledades, apáticas, indolentes, desilusionadas, autodestructivas, como la muchacha de Los peligros de fumar en la cama. 

En conclusión, adoro a esta autora. Me encanta, de vez en cuando, abrir al azar este libro o Las cosas que perdimos en el fuego (su libro posterior de relatos aunque en España fue el primero que se publicó de ella) y sumergirme en alguno de esos oscuros pasajes con esos personajes borderline heridos por las obsesiones, miedos, paranoias. Personajes que sangran de dolor y de imposibilidad para manejar al yo oscuro que les ha poseído. De fondo, mitos de religiones indígenas, supersticiones, atmósferas donde la línea que separa lo real de lo onírica se difumina. Mariana no tiene pelos en la lengua y con sangre en los dedos nos habla de los abusos a niños, de los amores enfermizos mezclados con la muerte, de los odios aún más enfermizos, conformando un conjunto de relatos no aptos para espíritus delicados que, sin embargo, tienen un encanto narrativo que atrapa y te hace tartamudear una y otra vez, no puede ser..., una y otra vez...



Comentarios

  1. Me encantan tus crónicas. Si leyera el libro ahora mismo, estoy seguro de qué me encontraría en él.

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    1. ¡Muchas gracias, Carlos! A pesar de mis intentos de ser objetiva, los libros siempre dejan una huella en nosotros que provoca que, cuando hablamos de ellos sea, como si estuviésemos hablando también de nosotros mismos. Si algún día te asomas a Mariana cuéntame qué te has encontrado ;-)
      Abrazos

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  2. Muy buena reseña, no soy muy fan de los libros de relatos (dejando aparte a Murakami), siempre me dejan una sensación como de que me falta algo, pero has hecho una reseña tan interesante que me han dado ganas de probar... Un beso.

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    1. Jo, muchísimas gracias. Murakami es una apuesta segura aunque, fíjate, salvando las distancias, hay cierta similitud entre Mariana y él por esa recurrencia al mundo casi onírico, visto a través de una niebla de incertidumbre que ambos usan así que creo que Mariana te puede gustar. No dudes en decirme qué te parece si al final te decides a probar.
      Un abrazote ¡y gracias por pasarte por aquí!

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  3. Yo lo estoy leyendo y tengo que decir que no me está gustando, no me gustan los temas y tampoco la forma de contarlo. Algunos están mejor que otros y cuando crees alcanzar un climax de inquietud lo termina. Lo terminaré a pesar de todo, no me gusta dejar libros sin leer.

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    1. Hola Rosa,
      efectivamente Mariana es una escritora muy especial. O la amas o la odias. Los temas son muy incómodos de leer, no es una lectura enriquecedora ni amable aunque a mi personalmente me encante leer sobre ellos por su oscuridad y por hablar de lo que tantas veces se calla.
      Espero que encuentres por este blog otras lecturas que sí te atrapen ;-)
      Un abrazo y gracias por pasarte por aquí.

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