El hijo cambiado - Joy Williams
Título original: The Changeling
Traducción: David Paradela López
Edición: Alpha Decay (1ª edición. Febrero 2017).
Traducción: David Paradela López
Edición: Alpha Decay (1ª edición. Febrero 2017).
Páginas: 277
ISBN: 978-84-946442-0-7
Precio: 23,90€
Calificación: 6/10
Lo que menos me ha gustado: No existe distancia entre el narrador y el personaje principal. En un estilo que los críticos denominan de discurso indirecto libre, el narrador adopta el punto de vista del personaje para contar su historia en un intento de, o bien, buscar la empatía del lector, o bien, encontrar sentido a su comportamiento. Sin embargo, en Williams este punto de vista se lleva al extremo más anguloso. No hay distancia. A pesar de estar narrado en tercera persona solo conocemos lo que ve Pearl, la protagonista, lo que oye, piensa, hace, siente, y esto puede resultar frustrante por momentos: ¿qué es real y qué es producto de la mente alcoholizada de Pearl? ¿Qué ha soñado y qué ha sucedido? ¿Que forma parte de una realidad mágica y qué de la realidad palpable?
«Una mujer joven estaba sentada en el bar. Se llamaba Pearl. Estaba bebiendo gintónics y tenía un bebé acunado en el interior del brazo derecho. El bebé tenía dos meses y se llamaba Sam.» (Primeras líneas de la novela. Pág. 19)
Hay libros ante los cuales al terminar de leerlos piensas: «tenía algo importante que decirme pero no se muy bien qué». Bien, pues este es uno de esos libros. Comienza con una huida: la de una madre y su hijo de dos meses que vuelan a Florida con el deseo de empezar una nueva vida. Pero este principio de lo que parece ser una road movie de una mujer que huye, woman-on-the-run, es engañoso pues pronto es atrapada de nuevo por su marido para llevarla de regreso a su casa. Esas escasas horas de libertad de las que disfruta Pearl sirven para ponernos en antecedentes de cómo ha llegado a esa situación y también para adelantarnos qué se va a encontrar a su regreso: una isla en el norte de Estados Unidos cuyos únicos habitantes son cinco adultos (cuatro de los cuales son hermanos multimillonarios gracias a la herencia de sus antepasados) y doce niños (algunos son hijos naturales de los hermanos y otros son adoptados). Al regresar a la isla el avión se estrella y sólo sobreviven Pearl y el bebé de dos meses pues Walter, el marido de Pearl, fallece. Sin embargo, Pearl tiene dudas, ¿es ese niño que le han entregado en el hospital Sam, su hijo, o es «un hijo cambiado»? Aun así Pearl regresa a la isla y ahí transcurre la mayor parte de la novela, en ese lugar donde no pasa nada, absolutamente nada, ¿seguro?
«El aire, pesado y blanco, se acumulaba formando capas visibles. Pearl podía distinguir claramente las capas. La capa de en medio era toda sueño e incomprensión y responsabilidad. En la parte superior, las cosas se movían con algo más de arrogancia y brío, pero debajo estaba el presente siempre mudable. Era el presente, había sido el presente y siempre iba a ser el presente». (Pág. 19)
Vemos a Pearl, capítulo tras capítulo, sentada a la orilla de la piscina de la casa de la isla. La docena de niños juega salvaje, libre y espontáneamente durante todo el día, regulándose a sí mismos. Infancia en estado puro, si bien esos niños son autosuficientes y saben cuidarse de sí mismos, como en El señor de las moscas de Golding. Thomas, el "padre" adoptante de esos niños se encarga de mantenerlos económicamente y de cultivarlos intelectualmente, como un buen "padre de familia", es quien les sostiene y les da alimento, pero el afecto y la transmisión de valores no entra en su plan paternal. Miriam, la tejedora de historias, la hermana de Thomas y madre de tres hijos, es una esposa que tras haber sido abandonada por su marido y ver morir a su hijo mayor dedica su tiempo a cocinar, limpiar y tejer faldas con trozos de telas e hilos que le mandan desde distintas partes del mundo, cada uno con una historia que a veces recuerda a los cuentos de las mil y una noches, a veces las leyendas de los indios americanos, a veces mitos griegos. Shirley, la mujer voluptuosa, su otra hermana, es una mujer que apenas aparece en la novela pues está todo el día persiguiendo como una gata en celo a su marido Lincoln, un onanista cruel y despiadado que la rechaza a cada momento. Y Pearl bebe de forma continua pero organizada (vino blanco por la mañana, ginebra por la tarde) mientras cuida de los niños y participa de sus juegos desde esa mentalidad nublada pero lúcida a la vez que le otorga el alcohol.
«Debió de ser una mujer la que, allá por el principio de los tiempos, decidió que la muerte debía ser parte de la vida. A un hombre nunca se le hubiera ocurrido. Las mujeres eligen la muerte para poder lamentarse eternamente.» (Pág. 38)
Joy Williams (EEUU, 1944) consiguió el apoyo abrumador de crítica y de lectores con su primera novela, Estado de Gracia en 1974. El hijo cambiado, escrita en 1978, no fue recibida con entusiasmo y se la cubrió de esa famosa maldición de las "segundas novelas" de autores que consiguen el éxito con su primera obra. Sin embargo, con el paso de los años se ha ido convirtiendo cada vez más en una novela de culto, motivado principalmente por la consideración de Joy Williams como una de las principales figuras de las letras norteamericanas contemporáneas. Esta alegoría post-feminista escrita en los años 70 nos viene a decir algo así como: si eres madre y no encuentras tu hueco en esta sociedad capitalista dominada por el patriarcado sólo tienes una opción, a saber, beber sin parar, a fin de aislarte en tu propia isla. Puesto que no puedes destruir aquello contra lo que luchas, destrúyete tú misma. Me ha recordado un poco en este mensaje nihilista y deprimente (y hasta cierto punto, terriblemente conformista, pasivo y determinista) al de La Vegetariana, de Han Kang, también de gran actualidad hoy, donde la protagonista protesta contra la violencia que inunda el mundo ejerciendo esa violencia contra sí misma, autodestruyéndose.
«—Ya sabes lo que dicen de la eternidad —dijo él—: hay una roca que mide cien kilómetros de alto y cien de ancho. Cada mil años, un pajarito se posa sobra la roca para afilar su pico.
—Que no soy ninguna niña —dijo Pearl.—» (Pág. 46)
La isla, «el lugar donde se originan los niños, la tierra adonde van a parar los muertos», es el mundo aislado en el que viven las mujeres cuyo único fin es cuidar de los niños, un fin que aceptan de forma resignada pero contra el cual también luchan aunque sin saber cómo hacerlo, encontrándose atrapadas en una indolencia, una desesperanza, en un ánimo depresivo que las ahoga. Los únicos que viven de verdad en esa isla son los niños cuyo destino es cruel: cuando llegan a la adolescencia y se convierten en proyectos de adultos son enviados a un internado y se les prohibe regresar al que fue su hogar. En ese sentido la isla cumple también con otro papel, el de representar la infancia en estado puro, la capacidad de supervivencia de esos seres mucho más inteligentes de lo que pensamos pero que una vez llegados a la etapa adulta pierden la ingenuidad, la capacidad de creer y de imaginar que le es propia durante la niñez, convirtiéndose en adultos grises y complacientes.
«Nunca había sentido mucha curiosidad por las cosas. Ella, en cierto modo, se tomaba eso como un don, como un talenteo que le había sido concedido. De esa manera, se ahorraba desengaños e incluso penas.» (Pág. 53)
Eso es lo que tú quieres creer, Pearl, que dejando de tener curiosidad por las cosas y sustituyendo tus neurotransmisores por gotas de ginebra dejarás de sentir, de sufrir; un buen analgésico, o mejor aun, una anestesia general para todos tus sentidos. Pero Pearl sigue sufriendo y lejos de evaporarse su cuerpo es cada vez más sensible y firme. Es por ello que la importancia argumental de esta novela se va difuminando mientras vamos avanzando por sus páginas a favor de una prosa recargada, riquísima en imágenes y metáforas, y onírica, donde se entremezclan diálogos de besugos, monólogos de borrachos con observaciones muy interesantes sobre la maternidad, el significado de la infancia, los orígenes salvajes del ser humano en el que convivía con la naturaleza más virgen y con los animales y que hoy ya se ha perdido en las civilizaciones llamadas desarrolladas.
«Mi segunda esposa nunca tuvo hijos. Estaba un poco ida, ya me entiendes. Le tiraba más el vino que las rosas, como dicen algunos». (Pág. 223)
Joy Williams procede de una familia creyente con un padre predicador, de ahí las continuas referencias bíblicas y apocalípticas. En una conferencia la autora citaba a Mark Twain al decir que los escritores debían escribir «con una pluma calentada en el infierno» y eso hace ella. Recomendable si se desea degustar un estilo narrativo preciosista, barroco y elaborado pues Joy Williams tiene tantos recursos narrativos y lingüísticos que hace lo que le da la gana. No recomendable si se busca una trama lineal al uso o "una buena historia".
No creo que me animase en este momento, no me veo leyendo un libro tan denso, pero me guardo la sugerencia porque creo que buscando el momento, puede ser una lectura interesante.
ResponderEliminarTe entiendo. Es un libro complicado, de esos que nos buscan. Sin embargo, como una alternativa diferente y aunque solo sea por el estilo Joy Williams creo que merece la pena. Tiene también varios libros de relatos. Creo que mi próxima lectura será de alguno de ellos: menos denso y quizás igual de hermoso.
EliminarMuchas gracias por pasarte por aquí.
Un abrazo
Voy sobre aviso sobre que tal vez la trama pueda fallarme, pero creo que el estilo narrativo de la autora y lo que esconde detrás podría gustarme.
ResponderEliminarNo lo conocía, así que gracias por la recomendación.
Besos
¡Hola Lorena! Pues fíjate que por la sensibilidad que desprenden tus reseñas y por tus gustos creo que podría llenarte mucho este libro. Lo de la trama, afortunadamente, es lo menos importante y como el estilo es tan lírico nada en él está cerrado. Sería muy interesante leer tu punto de vista sobre él y ver cómo lo enfocas, es más ¡me encantaría! Tiene también relatos por si te interesa acercarte a ella empezando por algo menos concentrado. Ya me contarás.
EliminarY mil gracias a ti por leerme.
Un besote
Por fin tengo un ratito para comentar!! Aiiins últimamente me come el tiempo .... Peeero como es costumbre, café preparadito y a leer jejej
ResponderEliminarDe Joy Williams tenía en la pila de pendientes "Los vivos y los muertos" y tengo que decirte que después de leer El hijo cambiado no sé por cuál empezar!!! El estilo estoy convencida que me va a fascinar completamente, pero es que la historia tiene muchísima miga!!! En este pequeño acercamiento al libro, me has transmitido muchísimas lecturas y ganazas de no retrasar más el estreno con Joy Williams!
Un besazo Raquel!!
PD: te superas con cada reseña ;) da gusto leerte!
Ay, mi Ana. Siempre me sacas una sonrisa con tus comentarios. Te imagino con la taza en la mano y por eso antes de contestarte me he preparado yo otro, of course, darling jajaja. De los vivos y los muertos también hablan maravillas. Yo decidí empezar por este por el tema de las Maternidades en la literatura que últimamente me atrae tanto y creo que aun tardaré un poco antes de regresar a Williams. No retrases mucho tu estreno con ella porque, ¿quien sabe? Quizás me convenzas para que vuelva a ella pronto!!
EliminarUn besote y muchas, muchas, muchas gracias por tus palabras. Eres un sol