Las pequeñas virtudes - Natalia Ginzburg
Título original: Le piccole virtú.
Edición: Acantilado. Febrero 2002 (1ª ed. Séptima reimpresión Junio 2016).
Traducción: Celia Filipetto.
Traducción: Celia Filipetto.
Páginas: 164
ISBN: 978-84-95359-66-7
Precio: 14,00€
Calificación: 10/10
«Las relaciones humanas deben descubrirse y reinventarse todos lo días. Debemos recordar siempre que toda clase de encuentro con el prójimo es una acción humana y, por lo tanto, es siempre mal o bien, verdad o mentira, caridad o pecado.» (Pág. 143. Las relaciones humanas)
Te leo, mi querida Naty, te leo atentamente y es como si estuviese sentada a tu lado en el despacho de tu casa de Roma, en Piazza in Campo Marzio, 3. Las ventanas están abiertas y la brisa mueve los visillos del balcón, bailando al ritmo de tu voz. Tú recostada en tu diván, con un montón de folios sobre tu regazo. La pluma reposa en el apoyabrazos porque has dejado de escribir para reflexionar en voz alta mientras contemplas esa tela que se mueve, el aire que entra y que sale. Te enciendes un cigarro y el humo comienza una danza intentando ponerse al son de los visillos. La tarde comienza a decaer en la ciudad y una perezosa quietud domina la estancia. Tu gato se deja llevar por ella y cae en otra de sus reconfortantes siestas. Es 1962, año en el que publicas este pequeño libro en los que recopilas once textos, a caballo entre el ensayo y el relato breve, sobre recuerdos y reflexiones de tu vida. Cada uno de los textos es una pequeña joya por lo que es un auténtico regalo el que nos haces ofreciéndonos los once aquí reunidos. La obra se estructura en dos grandes bloques: para la primera parte me has servido un café italiano espresso (bueno, varios) para así despertarme mientras compartes conmigo confidencias sobre tu vida. Sé que para ti no es fácil y por eso agradezco aún más esta muestra de confianza. Para la segunda parte has abierto una botella de vino y me has servido una copa, caldo idóneo con el que filosofar sobre lo divino y lo humano, in vino veritas.
Natalia, nos cuentas las cosas como en un susurro, abrazándonos desde la distancia con tu voz ronca, que no frágil, y llena de experiencias. Experiencias que has encerrado dentro de ti y que, en muchas ocasiones, has llorado a destiempo, conteniendo el aliento ante el dolor y soltando las lágrimas de forma catártica ante una discusión cotidiana con Gabriele, tu segundo marido, tal y como nos cuentas en Él y yo. Con melancolía, oculta tras el humo del cigarrillo, recuerdas lo feliz que te sentiste con tu primer marido, Leone Ginzburg, durante el confino al que Mussolini os condenó en los Abruzos, perseguidos por ser judíos; esa época la viviste con inquietud e incertidumbre y ahora te arrepientes de no haberla disfrutado más porque no sospechabas, quién podría saberlo, que esos serían tus últimos momentos al lado de Leone, antes de que muriese torturado. No te culpes. A todos nos ha pasado por ese defecto que nos caracteriza a muchos humanos de no saber valorar el presente y vivir anclados en un pasado o soñando con un futuro mejor. Viuda y sola lograste salir adelante en Roma con Los zapatos rotos y en la compañía inestimable de tu amiga Angela y de una pobreza de la que tanto aprendiste. Porque tú eres inteligente y práctica, una luchadora, y no te permitiste darle al fascismo una nueva victoria sobre ti. Nunca te hundiste. Siempre luchaste con una fobia brutal a sentir pena por tí misma, la autocompasión no tenía cabida en tu vida y en cambio te aferraste a ella de una forma desesperada, a diferencia de Cesare Pavese, de quien hablas en Retrato de un amigo, quien no pudo sobrevivir a la horrible tragedia que el acto de vivir le suponía.
Con el paso de los años recuperaste la ilusión en el amor y te casaste con Gabriele Baldini, ese hombre que unos años antes, cuando le conociste, te recordó a un actor de cine pero que se asemejaba más a Balzac cuando contrajistéis matrimonio. Con él te fuiste a Londres, tras lograr sacar adelante con esfuerzo a vuestra primera hija, pero con la imagen de vuestro segundo hijo recién fallecido con un añito de edad. A Gabriel le habían nombrado director de L´Istituto Italiano di Cultura. La muerte no se despegaba de tu familia, Natalia y eso se percibe en la forma en la que observabas Londres con tus ojos que desmenuzan la realidad, que la diseccionan, buscando respuestas y consuelo en cosas tangibles, realidades sensibles. Elogio y lamento de Inglaterra y, en concreto, La Maison Volpé, son las imagines de las que te serviste para hablarnos de tu estancia en ese país al que, por más que lo intentaste, no consiguiste amar, a pesar de que reunía, en teoría, todos los requisitos para que fuese amado.
Natalia, ya está anocheciendo. Nos sirves otra copa de vino y con ella en la mano te recuestas en el sofá, para reflexionar sobre cómo el dolor se ha convertido en tu inseparable sombra. Tú también eres El hijo del hombre, y como él, una vez que han aporreado en medio de la noche tu puerta y has tenido que vestir a toda prisa a tus hijos en medio de la oscuridad para huir sin ser vistos, ya no puedes volver a dormir con la placidez, con la ingenuidad, con el abandono y la despreocupación con la que lo hacías antes; el desosiego es un aviso para la supervivencia; sobrevivir, de eso trata la vida. El Silencio es también culpable de las desgracias de ese hijo del hombre, el silencio cómplice, el silencio enmascarado con palabras que no dicen nada y que marcan Las relaciones humanas a fuego. Porque somos palabra pero también somos actos y con esos actos educamos y el día de mañana nos convertimos en madres/padres-trampolín para que nuestros hijos puedan alcanzar su vocación, adquirir una vida plena, con poco apego a lo material y una búsqueda ansiosa de la felicidad dentro de ellos mismos. Y para ello hay que educarles en Las pequeñas virtudes.
Afortunadamente, Natalia, contaste con un poderoso aliado para poder salir adelante en ese camino tan complicado que fue para ti tu vida; un compañero fiel que te dio la alegría de vivir y que te permitió poder transmitírsela a todos cuantos te rodeaban y a todos cuantos te leemos y escuchamos: tu Oficio.
Natalia, nos cuentas las cosas como en un susurro, abrazándonos desde la distancia con tu voz ronca, que no frágil, y llena de experiencias. Experiencias que has encerrado dentro de ti y que, en muchas ocasiones, has llorado a destiempo, conteniendo el aliento ante el dolor y soltando las lágrimas de forma catártica ante una discusión cotidiana con Gabriele, tu segundo marido, tal y como nos cuentas en Él y yo. Con melancolía, oculta tras el humo del cigarrillo, recuerdas lo feliz que te sentiste con tu primer marido, Leone Ginzburg, durante el confino al que Mussolini os condenó en los Abruzos, perseguidos por ser judíos; esa época la viviste con inquietud e incertidumbre y ahora te arrepientes de no haberla disfrutado más porque no sospechabas, quién podría saberlo, que esos serían tus últimos momentos al lado de Leone, antes de que muriese torturado. No te culpes. A todos nos ha pasado por ese defecto que nos caracteriza a muchos humanos de no saber valorar el presente y vivir anclados en un pasado o soñando con un futuro mejor. Viuda y sola lograste salir adelante en Roma con Los zapatos rotos y en la compañía inestimable de tu amiga Angela y de una pobreza de la que tanto aprendiste. Porque tú eres inteligente y práctica, una luchadora, y no te permitiste darle al fascismo una nueva victoria sobre ti. Nunca te hundiste. Siempre luchaste con una fobia brutal a sentir pena por tí misma, la autocompasión no tenía cabida en tu vida y en cambio te aferraste a ella de una forma desesperada, a diferencia de Cesare Pavese, de quien hablas en Retrato de un amigo, quien no pudo sobrevivir a la horrible tragedia que el acto de vivir le suponía.
Con el paso de los años recuperaste la ilusión en el amor y te casaste con Gabriele Baldini, ese hombre que unos años antes, cuando le conociste, te recordó a un actor de cine pero que se asemejaba más a Balzac cuando contrajistéis matrimonio. Con él te fuiste a Londres, tras lograr sacar adelante con esfuerzo a vuestra primera hija, pero con la imagen de vuestro segundo hijo recién fallecido con un añito de edad. A Gabriel le habían nombrado director de L´Istituto Italiano di Cultura. La muerte no se despegaba de tu familia, Natalia y eso se percibe en la forma en la que observabas Londres con tus ojos que desmenuzan la realidad, que la diseccionan, buscando respuestas y consuelo en cosas tangibles, realidades sensibles. Elogio y lamento de Inglaterra y, en concreto, La Maison Volpé, son las imagines de las que te serviste para hablarnos de tu estancia en ese país al que, por más que lo intentaste, no consiguiste amar, a pesar de que reunía, en teoría, todos los requisitos para que fuese amado.
Natalia, ya está anocheciendo. Nos sirves otra copa de vino y con ella en la mano te recuestas en el sofá, para reflexionar sobre cómo el dolor se ha convertido en tu inseparable sombra. Tú también eres El hijo del hombre, y como él, una vez que han aporreado en medio de la noche tu puerta y has tenido que vestir a toda prisa a tus hijos en medio de la oscuridad para huir sin ser vistos, ya no puedes volver a dormir con la placidez, con la ingenuidad, con el abandono y la despreocupación con la que lo hacías antes; el desosiego es un aviso para la supervivencia; sobrevivir, de eso trata la vida. El Silencio es también culpable de las desgracias de ese hijo del hombre, el silencio cómplice, el silencio enmascarado con palabras que no dicen nada y que marcan Las relaciones humanas a fuego. Porque somos palabra pero también somos actos y con esos actos educamos y el día de mañana nos convertimos en madres/padres-trampolín para que nuestros hijos puedan alcanzar su vocación, adquirir una vida plena, con poco apego a lo material y una búsqueda ansiosa de la felicidad dentro de ellos mismos. Y para ello hay que educarles en Las pequeñas virtudes.
Afortunadamente, Natalia, contaste con un poderoso aliado para poder salir adelante en ese camino tan complicado que fue para ti tu vida; un compañero fiel que te dio la alegría de vivir y que te permitió poder transmitírsela a todos cuantos te rodeaban y a todos cuantos te leemos y escuchamos: tu Oficio.
Nota 1: La traductora, Celia Filipetto es, curiosamente, la misma traductora de la tetralogía de Las dos amigas de Elena Ferrante. Una traductora de prestigio para dos obras escritas por dos autoras italianas en distintos momentos históricos pero con muchos elementos en común como el estilo sencillo y fluido y la pasión, casi obsesiva, por los pequeños detalles del día a día, por la cotidianiedad que a veces se escurre entre los dedos de nuestra mano como el agua pero que ellas agarran a puñados con una visión de cámara fotográfica y una agudeza certera y limpia.
Nota 2: Para la reseña de esta obra he decidido comentar cada relato uno a uno para así poder profundizar en ellos individualmente y que la heterogeneidad de su temática no oscurezca este libro que, repito, es una pequeña joya. Colocaré los relatos no en el orden de la edición de Acantilado sino por orden cronológico a fin de tener una visión lineal en el tiempo del contexto en el que Natalia escribió cada uno de ellos y de la evolución de su estilo a la vez que nos facilita pasear cronológicamente por la vida de la autora:
1962. Él y yo
Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?
Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?
Lo estoy leyendo y no puedo esperar a terminarlo para compartir mis impresiones contigo. Me está gustando mucho, mucho. Vaya con NAtalia. Casi lloro esta mañana en el tren leyendo sobre el relato Mi oficio. Sigo leyendo...Un abrazo!
ResponderEliminarAy, Pilar, no te imaginas la ilusión que me hace leer tu comentario. Yo me emocioné mucho con este librito en particular porque me pareció tan sentido, tan íntimo, y eso que Natalia no recurre a florituras ni lirismos pero aun así emociona tanto... El último, el de Las pequeñas virtudes, lo he releído en innumerables ocasiones cuando he tenido dudas sobre cómo desenvolverme en mi maternidad y siempre, siempre, me saca esa lagrimita. Ya me contarás.
EliminarUn abrazo