Una muerte muy dulce - Simone de Beauvoir



Lo que más me ha gustado: creo que es, sin duda, el libro más honesto, y eso que todos lo son, de los que llevo leído de sus Memorias. Aquí vemos a una Simone que no es filósofa, ni cronista, ni socióloga, ni investigadora. Aquí Simone es, simplemente, y no es poco, hija. A pesar de que se nota que su dolor está contenido como si fuese el agua de un embalse, éste desborda las compuertas y se percibe en cada línea, en cada reflexión, en la descripción de su madre, en sus recuerdos compartidos. Françoise de Beauvoir falleció en 1963. Simone escribió este libro en 1964, un año después. Su narración concisa no logra esconder la desolación. Su carácter a veces reflexivo es la máscara tras la que se esconde el dolor, asumible desde la lógica, inabarcable desde la emoción.

Lo que menos me ha gustado: los que tenemos madres ya mayores no podemos evitar sentir la congoja y el aliento de la muerte casi fantasmal al leer este relato. Mi madre tiene cinco años menos que Françoise al morir. Recientemente he hablado con amigas sobre ese momento que llegará porque es ley de vida y nos consolamos hablando de que hemos disfrutado mucho de ellas, aunque nunca nos parecerá el suficiente, de que aunque hayamos pasado tiempo distanciadas, nunca nos hemos perdido de vista, de que estos últimos años nuestras madres están teniendo una vida plena. Pero nada será un consuelo cuando llegue el momento. Eso he aprendido de Simone. A pesar de que sea esperada, la muerte de una madre nunca será aceptada; aunque sea conocida o natural, siempre será «una violencia indebida».
«Cuando desaparece un ser querido, amamos el pecado de existir con mil añoranzas desgarradoras. Su muerte nos desvela su singularidad única; se torna vasto como el mundo que su ausencia hace desaparecer para él, y que su presencia hacía existir en su totalidad».
Lo primero que llama la atención sobre este libro respecto a los tres volúmenes anteriores de las memorias de Simone de Beauvoir (París, 1908-1986) es su brevedad. Mientras que «Memorias de una joven formal», «La plenitud de la vida» y «La fuerza de las cosas» sobrepasan holgadamente las quinientas páginas, este librito no llega a las ciento veinte. El segundo aspecto que destaca también en él es su tono sobrio y escueto. Si en los volúmenes anteriores Simone nos acribillaba con nombres de personajes que vienen y van, títulos de las lecturas y películas que la acompañaron en esos años, ciudades que visita en su andar incansable, en «Una muerte muy dulce» se reduce a tres los personajes que aparecen: su madre Françoise, su hermana Hélène (a la que cariñosamente llama Poupette, muñeca en francés) y ella misma y a uno solo el escenario: la habitación 114 de un hospital. Y es que Simone tuvo muy claro qué quería contar en este libro: la muerte de su madre, y a ello se limita. Sin rodeos, sin artificios, con toda la crudeza de la realidad que nos cuenta, y es en esa templanza en la que se percibe lo doloroso que tuvo que ser para ella escribir este libro. 
«No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida».
El libro es tristísimo y, a pesar de que por el propio título conocemos de antemano el desenlace, no podemos evitar sentir la angustia que ella nos transmite desde las primeras páginas. Todo comienza con una llamada que le informa de que su madre ha sufrido una caída. Lo que en un primer momento no parecía ser más que una sencilla rotura de fémur va derivando, tras la realización de varias pruebas, en un cáncer fatal. Simone nos narra las últimas semanas de vida de su madre en el hospital y la acompañamos por esos asépticos pasillos dirigiéndonos a la habitación 114, abrimos con ella la puerta sin saber muy bien qué vamos a encontrar cada mañana, si su madre estará lúcida o desorientada, clamando su pasión por la vida o rogando por una muerte rápida, con una nueva escara supurante o con un color de tez rejuvenecedor. Annie Ernaux en «No he salido de mi noche» relata también la muerte de su madre, enferma de Alzheimer, con esa misma mezcla de estupor al comprobar que esa mujer que está al otro lado del ascensor cuando se cierran las puertas no es ni de lejos la que ella recuerda como su madre, y de dolor profundo por el paso inevitable del tiempo que conlleva ya pérdidas. Simone intenta racionalizar lo que siente, se aferra a ese dogma de que la vida es así y que la madre, con setenta y siete años «ya tiene edad para morir», pero estos pensamientos, lejos de darle consuelo, la hunden aun más es la resignación desesperada de saber que no se puede hacer nada.
«Como nunca se hace todo lo que se puede hacer, por nadie, nos queda todavía muchos reproches por hacernos. Estos últimos años sobre todo, nosotras éramos culpables, con respecto a mamá, de negligencias, de omisiones, de abstenciones. Nos pareció haberlas compensado con las jornadas que le dedicamos, con la paz que le daba nuestra presencia, con las victorias libradas contra el miedo y el dolor».
Simone, Françoise y Poupette.
En esos momentos, inevitablemente, Simone recuerda cómo era su madre cuando ella era niña. Esa infancia lleno de dulces momentos en los que a ella se le consentía todo, forjando así su carácter seguro y decidido, pero también la necesidad de la madre de acaparar a sus dos hijas con un ansia por amar y ser amada que se reforzó a medida que la relación con el marido se debilitaba y era cada vez más evidente que él le era infiel. La madre amorosa pero también posesiva que hubiera querido mantener a sus hijas «en la palma de la mano», la madre que disfrutó por primera vez en su vida de auténtica libertad cuando se quedó viuda y gritó a los cuatro vientos: «He vivido demasiado para los demás. Ahora me voy a convertir en esas viejas egoístas que viven sólo para ellas mismas», la madre a la que todo el mundo amaba porque era alegre, es hoy un cuerpo a cuya desnudez Simone comienza a acostumbrarse cada vez que le hacen las curas o la bañan y que sufre de forma terrible como consecuencia de la enfermedad. Su preocupación es darle todos los cuidados paliativos posibles que le permitan una muerte digna, sin alargar su agonía, sin operaciones innecesarias, sin falsas esperanzas de recuperación. Poupette y ella se vuelcan en cuidarla, se turnan, y ambas le leen y la hablan en esa habitación 114. Es por ello, porque no murió sola y porque ambas tuvieron la oportunidad de reencontrarse con su madre en sus últimos momentos, por lo que Simone da la razón a una enfermera y coincide en que, en verdad, tuvo «una muerte muy dulce», con un reencuentro dejando atrás los reproches ya perdonados y con los silencios de lo que nunca será hablado:
«Un día me dijo: "Los padres no comprenden a los hijos, pero es recíproco...". Hablamos de esos malos entendidos pero de un modo general. Y nunca volvimos a tocar el asunto».

Ficha técnica
Puntuación: 10/10
Título original: Une mort très douce
Traducción: María Elena Santillán
Editorial: Pocket Edhasa (2ª ed. 1979)
ISBN: 84-350-0179-2
Precio: 3€ (comprado en librería de segunda mano)


Comentarios

  1. Hola!te seguimos por instagram y ahora nos sumamos a tu maravilloso blog.que lindas lecturas muy a lo que nos gustan a nosotras. Que dejen huella o pocito en el alma y conocer tantas vidas!! Gracias y te esperamos de vuelta con las alas abiertas. Saludosbuhos

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  2. Gracias por esta reseña, me ha encantado.

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