Normas de inseguridad - Almu Ballester




Edición: RELEE (Red Libre de Ediciones. Mayo 2017
Páginas: 221
ISBN: 978-84-946478-3-3
Precio: 16,00 €
Calificación: 10/10

Lo que más me ha gustado: La facilidad con la que la autora nos introduce en el microcosmos que representa cada uno de sus cuentos. Con dos líneas, ¡chas!, ya te ha atrapado. Y lo consigue porque ella, gracias a su peculiar forma de observa el entorno, capta situaciones y mensajes que normalmente nos pasan desapercibidos, ya sea por costumbre, indiferencia, cansancio o aburrimiento. Tras leerla, los viajes en metro, los paseos por el parque o la visión de dos personas hablando adquieren una mayor profundidad y, por supuesto, una mayor belleza.

Lo que menos me ha gustado: Lo sé. Sé que una de las peculiaridades del cuento es su corta extensión pero es que algunos se me han hecho demasiado cortos. Un párrafo más, pedí en alguna que otra ocasión. Quizás en su próximo libro...
«Los recuerdos son esos vecinos que te cruzas casi a diario en el ascensor y que, aunque hayas tratado de hacerte el loco, siempre te ven y te saludan.» (Pág. 43. Todo se congela)
Foto: Chus Martin. (@lankara) Historias del andén
Hubo una época en la que me parecía impensable montar en el metro o pasear por la calle si no era con los auriculares en los oídos disfrazando el caos callejero de sonidos melodiosos. Sin embargo, desde hace algún tiempo, como si el transcurrir de los años hubiese aumentado mi curiosidad, no encuentro un placer mayor que el de ir robando diálogos por la calle o entre mis compañeros de vagón. Palabras, frases sueltas, cuyo sentido intento completar por medio de mi imaginación y lógicas particulares. Leyendo este primer libro de la gran cuentista Almu Ballester, me he sentido enormemente pequeña al darme cuenta de que, por mucho que me haya esforzado en dar vida a esos diálogos robados, ella da varios pasos más allá y no solo los revive sino que les da el color, la armonía y los contornos que necesitan, como si fuese esa música que sonaba por mis auriculares de antes.
«—Bueno. Contra eso no podías hacer nada. Nadie se espera un ERE.
—Ni una depresión.
«Ni unos cuernos» quiero decirle más bien.
» (Pág. 23. Impulsores químicos)
Almu Ballester. Foto de la solapa del libro.
No hay ninguna duda. Tras leer esta colección de treinta y tres cuentos (unos de apenas una página, otros que llegan a diez) confirmas, o mejor dicho, entiendes, dos cosas. La primera, que cuando dicen que el relato breve y el cuento está viviendo una pequeña edad de oro en nuestro país es gracias al buen hacer de autores como ella. Si bien en un estilo diferente al del ya prestigioso Eloy Tizón (quien, por cierto, celebra ahora los veinticinco años de la publicación de la pequeña joya La velocidad de los Jardines) o al de la sensacional Almudena Sánchez (su Acústica de los iglús es simplemente deliciosa), Almu Ballester sigue la estela del gusto por la narración diferente y rompedora, colocando a los personajes en distintos momentos del conflicto que han vivido y que les lleva, en unas ocasiones, a comportarse de forma ruin, otras de forma tierna; a veces, siendo conservadores, a veces, transgresores, mostrando un complejo mosaico de las distintas facetas de la personalidad, algunas de las cuales arrastramos de forma inconsciente e incluso indiferente. Y para ello recurre a situaciones cotidianas. ¿Qué habrías hecho tú en su lugar? Te pregunta. Y claro, tienes que parar y responderte.
« (...) mejor será disfrutarlo sin más. Con todo, le cuesta entender y por otro lado piensa que tendría que saludar a Karl. Lo mejor será romper ya ese hielo y quitarse de encima la impaciencia. los nervios. Los síes y los noes.» (Pág. 31. Weimar)
Foto: Chus Martin (@lankara). Historias del andén
La segunda, que un buen escritor además de ser inteligente debe tener el suficiente respeto por el lector como para considerarle inteligente también. Almu confía plenamente en la capacidad para leer entre líneas del lector a fin de que rellenemos esos huecos que a veces deja y que, lejos de ser frustrantes como sucede con otros autores, en su caso son pequeños cajones sorpresa, escondites secretos en escritorios, para que el lector pueda depositar ahí deseos inconfesables o velados que prefiere que no toque el viento. La sutileza con la que Almu Ballester va desgranando sus personajes deslumbra al mismo tiempo que causa estupor en quien la lee. La capacidad de precisión que tiene al ensamblar una frase dentro de un párrafo, un párrafo dentro de un cuento, un cuento dentro del imaginario del lector, es sublime. Nada está dejado al azar. Cada palabra, cada imagen, cada movimiento de sus personajes, encuentra un respaldo inquebrantable en su contexto, facilitando que la trama fluya de forma natural. Almu Ballester es el tronco del árbol, robusto, experimentado, firme, siendo cada uno de sus cuentos una rama que se agita al compás de la respiración del lector. Siguiendo con esta imagen, sus personajes serían esas hojas que, adheridas a las ramas, adquieren una vida propia. La belleza de su estilo no precisa de barroquismos ni adornos innecesarios y no los necesita porque la mejor ficción de la que se sirve la autora es esa realidad que normalmente, entre paso y paso del segundero del reloj, nos pasa desapercibida
«Desde esa imagen, la mirada de un hombre que sonríe (a ella a, a su cámara, a su instante) sí podría estar dándole una réplica. Una de peso, tal vez. Pero las miradas congeladas no bastan. No muestran manos a las que agarrarse. Y ni siquiera sonríen el tiempo suficiente para que se puedan contar secretos». (Pág. 49. Nubes eléctricas)
Un hombre que sube las escaleras del metro, unas amigas que se reencuentran tras un tiempo sin verse, una mujer que recuerda a su ex, otra que se reencuentra con él, un hombre que abre la puerta de un coche, un marido que amasa el pan mientras intenta olvidar una infidelidad de su esposa... Bajo una aparente armonía siempre hay una calma tensa que nos eriza la piel porque intuimos que, de repente, al dar la vuelta a la página o al saltar de párrafo, un diálogo nos va a trastocar todos los castillos que habíamos armado con nuestras piezas de lego de lector. Diálogos o pensamientos directos que tienen una cualidad muy difícil de conseguir y que, sin embargo, Almu lleva adherida en su estilo propio: la de decir mucho, muchísimo en muy poco, poquísimo. Esa habilidad para poder condensar en una frase muchos silencios y en hacer girar las elipsis como si fuesen un disco chino es imprescindible en cualquier cuentista por la necesidad de precisión, economía y espacio, habilidad de la que la autora no nos habla sino que nos muestra de forma directa, con ejemplos y sin rodeos.
«A mí me hubiera gustado ser escritor y dedicar mi tiempo remunerado a esto que hago cuando me muevo en metro, que es cazar vidas ajenas.» (Pág. 55. Aprovecha y vete en paz)
Foto: Chus Martin. @lankara. Historias del metro
Toda una declaración de intenciones que en esta obra va más allá y queda plasmada en sus páginas con esos personajes. Todos ellos tienen una historia detrás que Almu desengrana con compasión y empatía, permitiendo que todos nos reconozcamos en cada uno de ellos. Cada cuento que ella nos tiende podría ser nuestro cuento. Cada personaje del que ella habla lleva, sin que lo sepamos, un poquito de todos nosotros. Y ahí radica la magia de estas Normas de inseguridad porque nadie hemos nacido con manuales de instrucciones y la vida tampoco se ha dignado a tendernos uno cuando lo hemos necesitado. Sobrevivimos, improvisamos, razonamos, explosionamos. Todos con heridas antiguas en nuestra espalda, como la protagonista de Herida (uno de mis favoritos), que a veces sangran, y otras cicatrizan. Amamos, trabajamos, sufrimos, olvidamos, recordamos, tenemos hijos, nos desenamoramos, todos, igual que los personajes de estos cuentos, caminamos sin una norma de seguridad. Ni falta que nos hace. Para eso ya están escritores como Almu que nos hacen sentir un poco más humanos y un poco menos solos en nuestras miserias, escarbando entre los muros de nuestra casa y dando, al más puro estilo de Chéjov o Munro, magia a lo cotidiano, convirtiendo lo que parece gris y hecho de una horizontalidad mediocre, en cordilleras donde confluyen toda una amalgama de sensaciones, emociones, sentimientos y melancolías.
«Lara piensa en su amigo. En la presentación decía al público que a él siempre le había gustado observar a la gente. Observarla y romperla.» (Pág. 68. Piel o no)
Almu Ballester es una fotógrafa de lo cotidiano. Capta retazos de la realidad atrapándolos para observarlos y romperlos; los disecciona meticulosamente estudiando qué se esconde detrás de cada palabra y de cada pausa, de cada gesto expresado y de cada movimiento contenido, generando una tensión que domina la narración y la hace avanzar a través de frases repletas de contenido y de silencios que hablan por sí solos. En conclusión, treinta y tres cuentos que conforman cada uno por sí solo una historia redonda, un microcosmos, y que funcionan de forma natural gracias a la enorme sensibilidad lingüística de la autora. Un libro para leer, releer y regalar. 


Nota (1): Relee, Red Libre de Ediciones, es un proyecto colaborativo cuyo mayor empuje es el entusiasmo y la ilusión de quienes lo conforman y eso se nota en la calidad de sus textos y en el cuidado de sus ediciones. Además de un proyecto novedoso, liderado por Eloy Tizón e Isabel Canelles, añadiría que es necesario como forma de dar a conocer voces nuevas. Os dejo el link del proyecto por si os animáis a echarle un vistazo (y, quizás, colaborar): https://relee.es

Nota (2): Fotos de Chus Martin (@lankara) pertenecientes a sus series Historias del metro e Historias del andén. Gracias por permitirme usarlas para ilustrar de forma tan gráfica y expresiva esta reseña. 

Comentarios

  1. Una reseña magnífica, Raquel. Con ganas de leer el libro, desde luego.

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    1. No te va a decepcionar, Carlos. Ya verás qué maravilla de libro...

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  2. Imposible contarlo mejor, Raquel.Leyéndote a ti vuelvo a disfrutar de cada momento de inseguridad. Consigues que lo vea con nuevos matices y me entren ganas de releerlo una y otra vez.

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    1. Oooh, muchísimas gracias. Es verdad. Es un libro que cuando relees gana aun más si cabe. A veces lo abro al azar para descubrir una nueva sorpresa, un nuevo matiz, como tú bien dices.
      Un abrazo.

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