Buenos días, guapa - Maxie Wander


Título original: Guten Morgen, Du Schone
Edición: Errata Naturae (1ª ed. Febrero 2017).
Traducción: Ibon Zubiaur
Páginas: 342
ISBN: 978-84-16544-31-8
Precio: 19,90€
Calificación: 8/10
«Buscamos nuevos estilos de vida, en lo privado y en la sociedad. No podemos emanciparnos contra los hombres, sino sólo en la confrontación con ellos. Y es que aspiramos a liberarnos de los viejos roles de género, a la emancipación humana en general». (Nota Preliminar de Maxie Wander. Pág. 17)
Cuando en 2015 se concedió el Premio Nobel a Svetlana Alexiévich se alzaron algunas voces en contra de esta adjudicación alegando que lo que ella escribía no era Literatura sino Periodismo, del bueno sí, pero que al fin y al cabo se limitaba a transcribir conversaciones mantenidas por diversas personas sobre determinados temas. Tras leer Voces de Chernóbil conseguí entender el porqué de ese premio pues no es difícil valorar que la autora no se limita a una transcripción, a un "voy a encender la grabadora y paso todo a máquina", sino que hay mucho más de ella misma de lo que pueda parecer. Pues eso mismo sucede con la autora del libro que aquí se reseña, Maxie Wander, quien en la década de los setenta recibió el encargo de escribir un reportaje sobre qué significaba ser mujer en la RDA.
«Mis padres serán muy progresistas, la verdad, pero a la hora de educarnos... ¡un desastre! Las chicas tenían que currar y los chicos vivían como reyes». (Ute, veinticuatro años, obrera especializada, un hijo, soltera. Pág. 103)
En 1969 la familia había sufrido una tragedia terrible: su hija Kitty murió al caerse a una zanja sin señalizar. Maxie se refugió entonces en sus otros dos hijos, en su casa y en su escritura de tal manera que cuando recibió este encargo se entregó a él en cuerpo y alma. La tremenda sensibilidad que mostraba la escritora en sus entrevistas a las mujeres de todas las edades, ideologías e historias vitales facilitó un flujo de empatía tal entre ellas que no son pocas las veces que las propias mujeres se sorprenden por hablar sin tapujos de temas tan personales como el sexo, el adulterio, los abortos o sus ideas sobre el comunismo o el nazismo. Se nota que Maxie caía bien a sus entrevistadas de tal forma que se sinceraban con ella como con lo harían con una psicóloga, una confidente, una íntima amiga. Detrás de cada testimonio hay un trabajo herculiano, horas de conversaciones, pero Maxie supo seleccionar con gran brillantez qué era aquello que hacía a cada mujer diferente y qué parte de su historia merecía ser contada.
«El matrimonio lo percibo com compañía de seguros, como pensión o como cementerio, depende. Me siento más satisfecha si sé que estoy sola y tengo que ser fuerte». (Petra, dieciocho años, recién acabado el bachillerato. Pág. 88)
El libro tuvo tanto éxito que tras publicarse en 1977 no tardaron en llegar al domicilio de Maxie cartas de cientos de mujeres, no sólo de la RDA sino de la RFA y de otros países europeos, agradeciéndole todos estos testimonios que a muchas de ellas, aseguraban, les habían cambiado la vida. Y es que no deja de sorprender, efectivamente, el clima de libertad que se deprende en cada entrevista. Se las nota cómodas, como si estuviesen sentadas en el salón de su casa tomando café con una amiga de toda la vida, aunque también es cierto que no difícil encontrarse en la paradójica situación de que una se abra más a personas que son desconocidas por aquello de que su opinión nos importa menos, nos sentimos menos juzgadas, quizás más valoradas. Pero para ello no cualquier desconocido vale. Ese desconocido debe tener una cualidad fundamental: ha de saber escuchar, leer entre líneas, saber dirigir la conversación hacia eso que realmente es importante para la interlocutora pero que no se atreve a abordar. No en vano, la propia Maxie dice en la nota preliminar: «quizá este libro haya surgido sólo porque yo quise escuchar».
«Recuerdo mi infancia como una calle repleta de carteles de prohibido y mandamientos, ni el menor caminito por el que desviarte sin tener mala conciencia». (Ruth, veintidós años, camarera, un hijo, soltera. Pág. 75)
Maxie Wander lo borda. Hay dos características que unifican todos estos testimonios aparentemente tan dispares: la primera la enorme fuerza vital de todas sus protagonistas; la segunda, la soledad que las invade. Respecto a la primera, son mujeres que a pesar de haber sufrido todo tipo de peripecias durante su vida, tanto políticas (algunas sufrieron la Segunda Guerra Mundial, otras pertenecen a familias que fueron fascistas, otras se sienten incómodas en el comunismo, otras, por el contrario, admiran este sistema político) como personales (infidelidades, abandonos, crianza en solitario de hijos, malos tratos), presentan unas ganas de vivir increíbles a través de sus reflexiones, algunas realizadas a bote pronto mientras hablan con Maxie, sus proyectos de futuro, su reconciliación con el presente.
«Ya sabes que hay padres que, con la mejor de las intenciones, les recomiendan a sus hijos que hagan todo como los demás, para no señarlarse. Es una irresponsabilidad». (Rosi. Treinta y dos años, secretaria, una hija, casada. Pág. 19)
Respecto a la segunda, la mayoría reconocen, probablemente a una pregunta de Maxie, que no tienen amigas íntimas; algunas porque nunca las tuvieron, otras porque los vericuetos de la vida las ha alejado de ellas. La opresión a la que han sido sometidas tanto por su propia familia como por la sociedad por el mero hecho de ser mujeres les ha generado una desconfianza no sólo en sí mismas sino también en las otras mujeres, replegándolas en un aislamiento dentro del binomio casa-trabajo-casa (las que trabajan) del que, sin embargo, intentan salir con el paso de los años. Esa soledad que rodea a la mujer de la RDA es tan universal que se entiende por qué tantas mujeres de tantos países se sintieron identificadas con ellas. Las experiencias personales que cuentan tampoco son tan distintas de las que puede haber vivido una francesa o una italiana pero sí sorprende el desparpajo con el que, por ejemplo, y seguramente también a instancias de Maxie, hablan de la liberación sexual que les supuso la píldora, la descreencia del "amor para toda la vida", el deseo de sentirse tan libres como los hombres, las relaciones extramatrimoniales que algunas viven sin remordimientos.
«Gracias a Dios, la gente conserva más tiempo en la memoria lo bueno que lo malo. Es lo que se llama falsificación retrospectiva». (Doris. Treinta años, maestra de primaria, un hijo, casada. Pág. 51)
Cada testimonio sabe a poco. Te gustaría saber más de todas y cada una de ellas. Todas nos caen simpáticas porque Wander consigue algo que tiene un mérito impresionante: sacar lo mejor de ellas mismas, y lo que es todavía más difícil, sin postureos, sin artificios, sin situaciones forzadas.
«Algunos dicen que los hijos no les devuelven nada a los padres. Ni tienen por qué. Lo que tienen que hacer es ir hacia adelante. Las madres que se sacrifican y están pensando en que les devuelvan no son madres, harían mejor en ir a trabajar». (Steffi, treinta y siete años, ama de casa, un hijo de su primer matrimonio, casada. Pág. 201)
Turguénev, Dagerman, Dieter Noll, Rilke, Ringelnatz... son algunas de las lecturas de estas mujeres que sirven para relacionar con sus propias ideas. La literatura está también muy presente en este libro habida cuenta de que algunos eran lectura obligatoria en los planes de estudios. Desde Rosi, una mujer liberada sexualmente y para la cual es sexo es tan natural como el beber hasta Doris, que confiesa no sentir ningún placer con el sexo y para la cual el flirteo es lo realmente gratificante, cada una de las mujeres hablan sin tapujos de un tema que sigue siendo tabú, especialmente cuando algunas de ellas confiesan alejarse del concepto de pareja estereotipado que incluye monogamia y durabilidad de por vida e incluso encontrarse frustradas por un matrimonio aburrido y sin pasión.
«Muchas personas no tienen fuerza como para darles algo a otros, levantan en torno a sí mismos la frialdad y sufren terriblemente bajo su aislamiento» (Margot, cuarenta y seis años, científica, dos hijos, casada. Pág. 262)
Pero también hay un fresco de la vida en la RDA: cómo puestos de responsabilidad están ocupados por personas colocadas ahí a dedo y cuyo único mérito es pertenecer al partido; los trabajos que debían realizar los estudiantes de forma gratuita para el estado a fin de devolver lo que se invirtió en ellos en educación; la espera a que se les asignase una vivienda; la solicitud de permiso para tener un vehículo propio; la negativa de muchos médicos a realizar abortos; la imaginación que tenían para conseguir estirar la vida útil de una falda o un abrigo; la forma en que las instituciones favorecían a los hombres en el acceso a puestos de responsabilidad... son sólo algunos de los temas de la vida cotidiana que también influían en el sentir de estas mujeres.
«Si has entendido que la vida no supone sólo diversión, sino también tristeza, angustias, impotencia y miedo, un día llegarás a aceptarlo todo». (Lena, cuarenta y tres años, docente, tres hijos, casada. Pág. 252)
Soledad, frustración, represión de género, represión sexual versus promiscuidad sexual, maternidad, hombres que abandonan a  amantes, hombres que se desentienden de los hijos, amistad, amor y desamor, temas todos ellos universales que se recogen en diecinueve testimonios abarcando distintos puntos de vista todos respetables, todos entendibles, todos reconocibles...  Es imposible que ninguna mujer (e incluso algún hombre) que se acerque a este libro no se sienta identificado o al menos no se sienta encariñado con alguna de estas mujeres. Yo, personalmente, sentí debilidad por Margot y su mandrágora, la mujer en plena crisis existencial que desea dar un cambio a su vida pero no sabe cómo;  me reí con Karoline, la del tejado de cobre, que cuenta cómo al escribir una carta a su amante (con el que se lió por despecho ya que su marido le había engañado) y pedirle a su marido que la echara en el buzón éste escribió en el remite ¡Y YO, Richard, el marido!, me encariñé con Lena, una mujer brutalmente honesta que se entrega a la gente y me burlé junto con reí con Erika, la de Scheherezade, de ese marido que le regaló las obras completas de Marx cuando firmaron el divorcio.

En conclusión, un libro escrito por mujeres para mujeres que aconsejo que leáis para así comprobar cómo a pesar de las diferentes culturas o sistemas políticos, del tiempo transcurrido o de las diferencias de edad las mujeres seguimos siendo muy parecidas en nuestras inquietudes. Desgraciadamente Maxie Wander no pudo disfrutar mucho tiempo del éxito conseguido con esta obra. Pocos meses después de su publicación, en noviembre de 1977, falleció de cáncer. 

Comentarios

  1. ¡Hola, Raquel!

    He visto tu reseña publicada en Twitter y no he podido evitar meterme.

    Me parece un libro con un mensaje muy interesante que deberíamos leer para concienciarnos como sociedad.

    Muchas gracias por compartir este título que va a mi lista de pendientes ya mismo.

    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. ¡Hola Santiago!

    Eres más que bienvenido a este mi pequeño rincón lector. Espero que te sientas a gusto y apuntes unos cuantos libros a tu lista de pendientes, esa lista que nunca se acaba y que por cada título que tachas como "leído" añades tres más... Yo también la tengo y, como acabo de ver que tú también tienes blog, se está echando a temblar ;-)

    ¡Un abrazo y gracias por la visita! Maxie Wander es encantadora, tenaz y firme pero muy empática. Ya me contarás qué te parece si te decides a leerla.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Él y yo - Natalia Ginzburg

Retrato de un amigo - Natalia Ginzburg

Puñal de claveles - Carmen de Burgos «Colombine»

Invierno en los Abruzos - Natalia Ginzburg