Los restos del día - Kazuo Ishiguro


Título original:  The Remains of the Day
Traducción: Ángel Luis Hernández Francés

Edición: Anagrama Compactos (10ª edición. Octubre 2016). 
Páginas: 253
ISBN: 978-84-339-1429-3
Precio: 9,90€
Calificación: 8/10

Lo que más me gustó: el lenguaje preciso, elegante, correcto sin resultar sobrecargado, formal pero cercano, sereno aunque directo, con el que Kazuo Ishiguro hace hablar a Mr. Stevens, el mayordomo narrador de esta historia. El cuidado con el que el autor trata cada frase nos permite comprender por qué es considerado uno de los mejores narradores contemporáneos. Los diálogos entre Mr. Stevens y Miss Kenton también son épicos y le dan un ritmo a la narración necesario y también bello.

Lo que menos me gustó:  el ritmo de la narración es lento, igual que el transcurrir de ese viaje que Mr. Stevens hace a través de la campiña inglesa. Hay párrafos enteros dedicados al concepto de «dignidad», por ejemplo, que pueden hacer de la lectura algo engorroso. Pero si tenemos paciencia, si bajamos el ritmo de nuestros sentidos y lo acomodamos al del motor de ese Ford en el que viaja el protagonista, lograremos disfrutar de un paisaje que no nos decepcionará.
«Ahora relájese y disfrute. Eso es lo que pienso. Pregunte usted a cualquiera, y verá como le aconsejan lo mismo. La noche es mucho mejor que el día.» (Pág. 252)
Cuando comienzas a leer este libro y por la página cincuenta te das cuenta de que estás asistiendo al monólogo de un hombre, mezcla de robot y gentleman inglés, que habla hasta la extenuación sobre las responsabilidades que conlleva ser un mayordomo, el sacrificio casi monacal de su existencia y la obsesión con pequeños detalles como la colocación de un florero, es inevitable preguntarse: ¿pero qué demonios hago yo leyendo la historia de un snob que ni siente ni parece, que está continuamente autojustificándose, y cuyo ego rebosa hasta llegar al Támesis? Bien, paciencia. Todo tiene un por qué: mientras que en otros libros el momento de clarividencia, de epifanía, de «Clash», como lo llama el propio Kazuo Ishiguro, tienen lugar al comienzo del libro, en Los restos del día el Clash tiene lugar dentro de la imaginación del lector en el mismo momento en el que sucede en la mente de Mr. Stevens, casi al final de la novela. Por lo tanto, la obra es una excusa para ir desprendiendo, como si de capas de cebolla se tratasen, una a una, las vicisitudes de la vida del mayordomo y sus reflexiones sobre ella. 
«La dignidad de un mayordomo está profundamente relacionada con su capacidad de ser fiel a la profesión que representa (...) Los grandes mayordomos adquieren esta grandeza en virtud de su talento para vivir su profesión con todas su consecuencias, y nunca les veremos tambalearse por acontecimientos externos, por sorprendentes, alarmantes o denigrantes que sean». (Pág. 51)
Pongámonos en antecedentes: Mr. Stevens en el clásico mayordomo inglés que ha servido toda su vida a casas señoriales. Flemático, pragmático y reservado se encuentra tan alejado del contacto con sus propios sentimientos que para él le resulta más sencillo hablar de qué método es mejor para limpiar la plata que hacer un chiste en mitad de una conversación. Su humildad, por tantos años trabajando al servicio de los grandes del país, está disfrazada de una dignidad muy útil para el desenvolvimiento de sus tareas pero terriblemente inútil para relacionarse con los demás. Es el típico hombre monotemático que no es capaz de llevar a buen puerto una conversación si ésta no versa sobre la colocación de la vajilla de gala o la contratación de una ama de llaves. Su padre también fue mayordomo y lleva grabada en su educación la creencia de que el gobierno de una casa está por encima de la vida privada de uno mismo, incluso en casos tan extremos como puede ser la muerte del propio padre.
«—¿Sabía que en mi relación con esta persona ha tenido usted un papel muy importante?
—¿En serio?
—Sí, mister Stevens. A menudo, pasado el tiempo riéndonos con anécdotas sobre usted. Por ejemplo, esta persona siempre quiere que le enseñe cómo se aprieta usted la nariz cuando echa pimienta en la comida. Le da mucha risa.
—Claro.
» (Pág. 226) 
Esta falta de sensibilidad de Stevens tiene su contrapartida en la ama de llaves, Miss Kenton, una mujer perfeccionista, intuitiva y responsable capaz de vislumbrar más allá del brillo de la plata cosas importantes en la vida, formando así una de las parejas más interesantes de la literatura contemporánea, protagonistas de escenas tan inolvidables como la disputa entre ellos dos sobre qué libro se encontraba leyendo Mr. Stevens en un determinado momento. Miss Kenton, con su peculiar sentido del humor y su sinceridad aplastante, intenta arrancar a Mr. Stevens de ese aletargamiento emocional en el que vive sumergido, sin conseguirlo. Hasta tal punto pone su empeño en despertarle algún sentimiento humano que transcendiera la lealtad incondicional a Lord Darlington, el noble para el que ambos trabajan, que al no conseguirlo, decide contraer matrimonio por despecho y abandonar Darlington Hall. Sin embargo, la correspondencia entre ellos continuará. Es sin duda, Miss Kenton, quien da una réplica precisa al frío Mr. Stevens. ¡Cómo me hubiese gustado saber más de ella! ¡Con cuántas ganas me he quedado de conocer su versión de la historia! Otro de esos personajes que se merecerían una novela propia. Inolvidable.
«Una de las frases (de la carta que Miss Kenton le envía a Mr. Stevens) empieza así: "Aunque no tengo la menor idea de qué utilidad puedo darle a lo que me queda de vida..." En otro párrafo dice: "...sólo veo el resto de mis días como un gran vacío que se extiende ante mí".» (Pág. 59)
Años después, cuando Lord Darlington ya ha fallecido y la mansión pasa a ser propiedad de un norteamericano frívolo y guasón se le plantea a Mr. Stevens la posibilidad de coger unos días de vacaciones por primera vez en su vida y recorrer los paisajes ingleses, lo cual aprovecha para viajar hasta Cornualles a visitar a Miss Kenton y tantear un posible regreso a Darlington Hall. Durante ese trayecto, que podríamos definir como un viaje más que de iniciación, de terminación, iremos comprobando cómo Mr. Stevens ha ido construyendo su identidad en torno a un único factor: su profesión, y como en la más elegante tradición británica va desplegando un flujo de conciencia hacia unas conclusiones que le van a sorprender y desestabilizar. Alejado de su profesión por este viaje vacacional comienza, por primera vez, a reencontrarse consigo mismo sin su uniforme y se plantea: ¿cómo podría haber sido mi vida si hubiese dejado mi trabajo? ¿hice lo correcto dejando marchar a Miss Kenton? ¿me ha compensado sacrificar mi existencia por un Lord que parece no ser tan digno como pensaba? Y, conjuntamente con él, llegaremos a dos conclusiones, a cada cuál más inquietante: la primera, que su anterior patrón, Lord Darlington, colaboró con el gobierno nazi para intentar llegar a una acuerdo entre Inglaterra y Alemania en aras de un supuesta paz común; la segunda, que renunció a cualquier posibilidad de tener vida propia, relación sentimental con Miss Kenton, incluida, por servir a un Lord al que por más que lo intente a lo largo de todo el libro, es imposible de justificar a esas alturas sabiendo a posteriori todo lo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial.
«—Entonces quizá pueda sernos de agua Eno otro problema. ¿Cree usted que la situación monetaria de Europa mejoraría o empeoraría en caso de llegarse a un acuerdo militar entre franceses y bolcheviques?
—Lo siento mucho, señor, pero es un problema en el que tampoco puedo ayudarle
». (Pág. 96)
Esta doble historia de fracaso y devoción mal enfocada sume a Mr. Stevens en una sensación de vacío, futilidad y tristeza que sólo logra vencer aferrándose a la voluntad de disfrutar "Los restos del día", a la creencia de que la noche es mejor que el día. La frustración que siente sólo puede ser enfrentada por una gran honestidad con uno mismo que consiga salva un poco de su "dignidad", de su autoestima. En definitiva, los restos del día es la historia de cómo afrontar los errores cometidos en el pasado que ya son imposibles de enmendar y cómo aprender a sobrevivir lo que queda de vida con ellos. Una historia profunda, llena de matices, «hermosa y cruel» como la definió Salman Rushdie.
«Pues eso es lo que he observado, mister Stevens. No le hace ninguna gracia que haya chicas guapas entre el personal. ¿Teme acaso que le distraigan? ¿No será que no tiene demasiada confianza en sí mismo? Después de todo, también usted es de carne y hueso.» (Miss Kenton a Mr. Stevens. Pág. 166)
Como curiosidad, decir que el autor, Kazuo Ishiguro, nació en Nagasaki en 1954 pero con seis años se trasladó a vivir a Inglaterra. Lo que en principio iba a ser una estancia provisional para realizar su formación académica se convirtió en una estancia definitiva, de tal manera que Kazuo tiene nacionalidad británica aunque siempre ha conservado sus raíces japonesas, con esa forma de observar lo que le rodea con la sutilidad y la delicadeza que caracteriza a su cultura natal. Para escribir esta novela confiesa que devoró todo cuanto cayó en sus manos relacionado con las tareas de los mayordomos ingleses, su personalidad, su organización y sus deberes encontrando, inesperadamente, dos fuentes de inspiración distintas: la película The Conversation de Francis Ford Coppola y la canción de Tom Waits titulada Ruby´s arms. En la primera fuente encontró la inspiración sobre cómo tareas en las que uno pone todo su empeño y profesionalidad pueden desembocar en hechos trágicos; en la segunda encontró la inspiración necesaria para dotar a Mr. Stevens de esa personalidad tan poco acostumbrada a traslucir sus emociones, tan en dominio de sí mismo, que sin embargo, en un momento determinado colapsa y explota.
«Harry siempre anda por ahí intentando que l agente del pueblo se interesemos todos los problemas actuales, pero la vedad es que la gente lo único que quiere es que la dejen tranquila». (Pág. 217)
Un último apunte antes de acabar: reflexionando sobre muchos pasajes del libro en los que se habla sobre el sufragio universal, la necesidad (o no) de que los ciudadanos se involucren en la toma de decisiones políticas o la validez de la democracia como sistema político así como sobre las jerarquías sociales, las "buenas intenciones" de actos que tienen consecuencias dramáticas o el disimulo inquebrantable de opiniones y sentimientos, me ha sido inevitable cuestionarme, ¿no somos todos y todas un poco mayordomos? ¿no nos comportamos en ocasiones así como ciudadan@s? ¿qué importancia tiene realmente una profesión en nuestra identidad? ¿nos define nuestra supuesta profesionalidad o la supuesta bondad de nuestros actos? En conclusión, un libro muy interesante, de los que, como podéis comprobar, plantea más preguntas que respuestas da y que lo ilumina todo con una ligera luz de esperanza como el atardecer del resto del día. 


Nota: fotos correspondientes a la excelente adaptación cinematográfica rodada por James Ivory en 1993 con Anthony Hopkins y Emma Thompson como protagonistas. Sin ninguna duda, papeles hechos a medida para estos brillantes actores.

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