Leonora - Elena Poniatowska



Edición: Seis Barral. (Quinta impresión: Octubre 2014)
Páginas: 508
ISBN: 978-84-332-1403-5
Precio: 21,00€
Calificación: 9/10

Lo que más me ha gustado: la vida de Leonora fue apasionante por sí misma pero Elena Poniatowska logra algo a lo que aspira cualquier buen narrador, a saber, hacer vibrar al lector con lo que transmite. Leer este libro es hacer un recorrido lleno de claros y sombras a través del siglo XX visto con los ojos artísticos, entusiastas y vitalistas de Leonora. Un consejo: ir leyendo el libro con la Wikipedia al lado. Los nombres y obras que se mencionan en él son tan claves que hacerlo es como ir galopando por un atlas histórico-artístico.

Lo que menos me ha gustado: al tratarse de un libro extenso de narración densa es inevitable que, en ocasiones, se repitan algunas ideas. Que Leonora se siente yegua más que persona, que habla el lenguaje de los animales, que el caballo blanco de sus cuadros simbolizan su libertad y que las ventanas representan su deseo de huir queda claro ya en las primeras páginas. Aun así, son ideas que se repiten una y otra vez a lo largo del libro. Pequeñas redundancias que son fácilmente perdonables.

La posada del Caballo del Alba. Autorretrato. (1936-1937)
Leonora Carrington no camina por la vida, trota como una yegua, devorándola y viviéndola intensamente. Es la flor del cerezo que explosiona en primavera y el carámbano de hielo que se descuelga de un tejado en invierno. Todo lo que sucede a su alrededor la deja huella y ella, allá por donde trota, deja a su vez una imborrable huella también. Como cuando lees esta obra en la que Elena Poniatowska (Paris, 1932; Premio Cervantes 2013) hace una biografía apasionada y lírica de su vida e intuyes ya desde las primeras páginas que la historia de esta mujer se te va a quedar tatuada en la piel. Este libro no se lee. Este libro se vive, se respira, se huele, se contempla. Conocemos a Leonora Carrington (Lacanshire, Inglaterra, 1917- Ciudad de México, 2011) de niña con su desbordante imaginación, alentada por las historias de su nanny y su abuela materna, impregnada de mitos celtas sobres shides, hadas y grifos, leyendas de brujas, animales que le hablan y a los que ella responde en su mismo idioma y, sobre todo, un ímpetu vital innato que la empuja a rebelarse contra los cánones de las mujeres de su época. Desde pequeña ya es una feminista nata, aunque aun no lo sepa. No quiere casarse, no desea cumplir las expectativas de sus padres sobre un buen matrimonio, odia comportarse como una "dama de su clase", añade día tras día nuevos «capítulos a su manual de desobediencia» pues ella solo anhela una cosa: que la acepten tal y como es. Que la dejen volar, pintar, plasmar en lienzos sus ensoñaciones, mancharse de pintura, disfrutar del sol, trotar...
«—Papá, no me importa si me arrugo toda antes de cumplir los veinte, lo que quiero es ir hasta el estanque cuando se me antoje, hablar con el pez grande y subirme a los árboles como los hombres». (Pág. 20)
Leonora en La Luz de la Mañana. (1940)
Desobedeciendo los deseos de una madre de espíritu sensible pero resignada al destino de su condición y de un padre autoritario que la trata de forma diferente a como lo hace con sus hermanos varones, Leonora huye de las comodidades de su familia inglesa para instalarse por su cuenta en Paris a estudiar Arte. Allí absorberá, como si de oxígeno se tratase, el ambiente bohemio e inconformista de los artistas de esa época de entreguerra, su particular forma de ver el mundo que les rodea y de expresarse a través de una nueva corriente artística: el surrealismo, el vehículo ideal a través del cual dar vida a sus visiones y sus sueños. Duchamp, Éluard, Breton, Erno y Ursula Goldfinger, Picasso, Dali, Miró (de quien, por cierto, cuenta una anécdota que la define a la perfección: Miró le tiene un billete para que vaya a buscarle cigarros y ella le contesta: «tú eres perfectamente capaz de ir por tus propios cigarros», dejándole con el billete en la mano) y sobre todo Max Ernst, serán sus compañeros vitales de esta época, su nueva familia, en la que se refugia y encuentra comprensión y aliento para que trote y trote. Hará suya la máxima de Lee Miller que le decía: «la locura te abre las puertas de tu interior (...) saltar por encima de tu propia mediocridad». 
«—Todo ese endiosamiento de la mujer es puro cuento! Ya vi que los surrealistas las usan como a cualquier esposa. las llaman sus musas pero terminan por limpiar el excusado y hacer la cama». (Pág. 91)
Pájaro superior: Max Ernst. (1939)
Max Ernst será su gran amor. Con él aprenderá a arriesgar en su desarrollo artístico, probará nuevas técnicas (el pentimento, el grattage), se servirá de materiales poco convencionales, dará rienda suelta a su estallido emocional poblándose de imágenes potentes que reflejarán toda la anarquía de su mente, su incansable imaginación, su desbordante necesidad de exorcizar sus sueños y sus miedos, sus pasiones y sus secretos inconscientes. Pero también comprobará que Max, un hombre casado aun con Marie- Berthe Aurenche, jugará a dos bandas. Este sufrimiento le ayudará paradójicamente a liberarse aun más, a forjar su identidad como mujer autosuficiente y adelantada en la carrera de su época. Con Max amará, pintará, respirará, eclosionará todos sus sentidos, en una carrera de yegua desbocada que desembocará cuando estalle la Segunda Guerra Mundial en un destino imprevisto que marcará un antes y un después en su vida: un sanatorio mental de Santander para clases pudientes donde recibirá electroshocks y tres inyecciones de Cardiazol. Del cielo al infierno, de la rebeldía a la sumisión, de la libertad a la peor de las cárceles. 
«—¿Qué es la virtud?
—La virtud es la ejecución de acciones placenteras.
—¿Y el vicio?
—El vicio es no ejecutar acciones placenteras.» (Pág. 114)
Leonora Carrington.
Pero Leonora es fuego griego, fuego que nunca se apaga, y su ardor resurge con fuerza cuando, ya dada de alta en el sanatorio, su padre decide enviarla a otro en Sudáfrica. Otro padre habría dejado todo para estar con su hija, protegerla y cuidarla. El suyo, sin embargo, decide enviarla aun más lejos, al otro extremo del mundo. Que su reputación no manche el buen nombre de su empresa Chemical, que su locura no embadurne el buen hacer de su familia. Leonora huye en Portugal donde se reencuentra con Max Ernst y su nueva amante, la filántropa del arte Peggy Guggenheim y se embarca a un nuevo destino en compañía de su marido, Renato Leduc: Estados Unidos. Allí hace un alto en su trotar para recorrer la Quinta Avenida con Breton y Jacqueline Lamba, Duchamp, Buñuel, Ozenfant, Peggy y por supuesto, Max Ernst. Pero ella es indomable, es la novia del viento, su único deseo es ser libre y no se deja someter ni siquiera por la pasión de su amor por el pintor, un amor que sabe que la hace daño, la degrada y la empequeñece y toma una decisión definitiva: irse a México. 
«Max es su maestro pero dentro de ella algo o alguien le repite: "si permaneces aquí cometerás un acto de cobardía, te paralizarás a la sombra de Max y a la de Peggy hasta que una de las dos reviente». (Pág. 279)
Night nursery everything. (1948)
En México le costará integrarse. Su marido, Renato, apena pasa tiempo con ella. El círculo artístico de Frida Kahlo y Diego Rivera la aburre. Todo parece empujarla para salir trotando de nuevo... hasta que se reencuentra con su gran amiga Remedios Varo. Los búhos de Remedios calman el ímpetu de la yegua de Leonora. Ha encontrado su hogar y gracias a ella se sumerge en el colorido de la cultura mexicana, sus rojos, amarillos y verdes, sus dioses, Quetzalcóatl, Tecuahuatzin, Xiconténcatl, los mercados de Jamaica, de la Merced y la Sonora, el mundo de hierbas, murciélagos y calaveras, el psicoanálisis, el tarot, lo esotérico... Todo ello impregnará la obra de esta época en la que conserva, sin embargo, sus orígenes celtas, sus shides, sus verdores irlandeses e ingleses. «El mundo mágico de los mayas se funde con el mundo mágico de los celtas». Abandona a Renato y se une a Emerico Weisz (Chiki), fotógrafo checo, refugiado en Mexico tras lograr escapar con la ayuda de Robert Capa de un campo de concentración francés en Marruecos. Con Chiki tendrá dos hijos, Gaby y Pablo y la maternidad dispara su creatividad: «La voz de Gaby y Pablo es el hilo que la saca del laberinto. La pintura en el caballete la llama». Un instinto maternal de cuya existencia ella no era conocedora (su madre, como todas las mujeres de su época y clase social, usaban a las niñeras como intermediarios de la crianza) la llevará a volcar sus miedos y su nueva forma de amar en lienzos que colorea una y otra vez. 
«El sentimentalismo es una forma de cansancio (...) En la vida uno debe hacer lo que le da la gana porque frase que comienza con "hubiera querido" vale para una chingada.» (Pág. 402)
Elena Poniatowska.
En conclusión, un libro absolutamente recomendable en el que la autora, Elena Poniatowska, nos da un auténtica lección de maestría narrativa. No existe distancia entre la narradora y el personaje porque Elena se funde con Leonora, Elena es Leonora y trota con ella a través del lenguaje, de las imágenes, de las historias que va desengranando por un lado, y engalanando por otro, como a una de esas muñecas que Leonora vestía como forma de meditación. Su lenguaje recargado y barroco es una extensión de esos cuadros surrealistas en los que Leonora viajaba al inflamundo para luego alzarse sobre las nubes para atravesar Andrómeda. Trotando con Elena/Leonora viajamos en el tiempo sumergiéndonos en los círculos surrealistas parisinos, en los neoyorquinos, en los de Ciudad de México; pintamos con Leonora sus cuadros llenos de contenido mágico y escribimos con ella sus historias surrealistas (La dama oval, La trompeta acústica, La puerta de piedra...). El trabajo de investigación realizado por Elena Poniatowska, de una intertextualidad brillante perfectamente acoplada a la narración, es también un trabajo lleno de amor pues no solo llegó a conocerla y entrevistarla en varias ocasiones sino que se percibe que también llegó a admirarla. Gracias a Elena, leyéndola nos sentimos, como Leonora, un poco novias del viento

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