El club de los mentirosos - Mary Karr


Título original:  The Liar´s Club.
Traducción: Regina López Muñoz
Edición:  Periferica y Errata Naturae (1ª edición. Octubre, 2017). 
Páginas: 517
ISBN: 978-84-16291-53-3 / 978-84-16544-45-5
Precio: 23,00€
Calificación: 7/10

Lo que más me ha gustado: el esfuerzo que Mary Karr ha tenido que hacer al contar el período de su vida transcurrido entre los ocho y los diez años debió ser hercúleo. La mejor terapia para lograr superar el torrente de cosas que ninguna niña (y ninguna persona) debería vivir, y menos con esa edad, ha sido la de vomitar todo cuanto lo que le sucedió. Sí, uso este verbo con toda la intención, vomitar, porque su infancia no fue fácil, máxime cuando en su familia existía una norma no escrita de que aquello de lo que no se hablaba, no existía. Bravo por Mary Karr, y bravo porque su testimonio conmovedor y honesto es todo un ejemplo de que la mejor manera de caminar por la vida es librarse de equipaje, dando voz a muchas realidades silenciadas.

Lo que menos me ha gustado: me costó hacerme con su estilo descarnado, caótico por momentos en las primeras páginas, turbio en su planteamiento. Así mismo, el relato de algunos de los acontecimientos, tan frío y distante, con un estilo casi de testigo de juicio o de reportera de prensa, ha provocado que haya tenido que parar en ese momento la lectura para poder rellenar yo los huecos que faltaban. ¿Quizás era eso lo que ella buscaba: no ser una narradora omnisciente? Pero es un libro de memorias y me habría gustado, para conocerla un poco mejor, que hubiese añadido, aunque solo fuese una línea, algo de sus sentimientos. 
«Qué raro», le señalé a mi hermana una noche en la bañera, «que pensemos que lo "normal" es que los árboles tengan hojas, cuando en realidad durante seis meses al año están completamente pelados». (Pág. 374)
Hay libros de memorias que cautivan por la formas, por ese narrar poético cargado de imágenes que transportan y acarician, por su estructura limpia y fluida, por su olor a magdalena que nos abre puertas de nuestra infancia que creíamos atascadas. Me viene a la mente, como ejemplos de esta clase de libros del género de memoir, La Plenitud de la Vida de Simone de Beauvoir, Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado de Maya Angelou o Cuatro Hermanas de Jetta Carleton.
«(...) cuando eres una niña y ocurre algo gorodo el personal te hace el mismo caso que si fueras un mueble.» (Pág. 23)
Otros libros, sin embargo, cautivan por el fondo, por las historias que cuentan con un estilo seco y minimalista, despojado de adornos y centrado en diálogos repletos de latiguillos y frases hechas propias de cada entorno doméstico. Los personajes aparecen con ojeras, melenas despeinadas por acabar de levantarse y gritando, llorando, abrazando y peleando con un sentido del humor irónico que ayuda a romper tensiones, aligerar ambientes y tomar distancia de situaciones dramáticas. El ejemplo más prototípico es, sin duda, Léxico Familiar, de mi querida Natalia Ginzburg, e incluso Tú no eres como otras madres, de Schrobsdorff o Apegos Feroces, de Vivian Gornick, que logran sacarnos una sonrisa ladeada mientras leemos sus tragedias.
«Lo peor no fue el desbarajuste que trajo consigo, sino el silencio que cayó sobre nosotros. Nadie comentaba nada acerca de nuestra forma de vida anterior. Era como si los propios cambios nos hubiesen engullido igual que una gran ola, arrasando con todo cuanto habíamos sido.» (Pág. 88)
Mary Karr.
¿Y El club de los mentirosos? ¿A qué grupo pertenece? Pues es una mezcla de ambas. Confieso que me costó entrar en el libro. Al principio, la profusión de nombres, los saltos en el tiempo hacia delante y hacia atrás, las referencias a personajes que no acaban de tener trascendencia en la historia más allá de crear un boceto de atmósfera (vecinos, compañeros de clase...), el lenguaje insolente plagado de tacos, hizo que en alguna que otra ocasión me plantease dejar el libro de lado y pasar a otra cosa. Sin embargo, resistí porque una voz interior me decía que merecía la pena darle una oportunidad y que lo mejor aun estaba por llegar. Y, efectivamente, así fue. Una vez que te adaptas al estilo de Mary Karr es fácil deslizarse por él como si estuvieses aprendiendo a patinar y, después de darte unos cuantos culazos, lograses mantener el equilibrio y empezar a disfrutar del paisaje.
«Entonces dije algo que provocó que Lecia me diera un pellizco en el tobillo: «Me da mucha pena que estés encerrada [en el psiquiátrico]». Ella se echó a reír. «Qué coño, cariño mío», respondió, «vosotros también estáis encerrados. Sólo que en un cuarto más grande». (Pág. 280)
Mary Karr, haciendo alusión a la numerosa aparición de armas varias que aparecen en el libro, es una metralleta. Ráfagas de insultos, malas noticias y hechos de gran gravedad rociaron de casquillos la infancia de la autora que, en este libro, se centra en un período concreto de su vida entre los ochos y los diez años. Una madre alcohólica, amante de los libros, que va encadenando un matrimonio tras otro y que esconde un secreto que solo conoceremos al final de la obra y que nos ayudará a encajar las piezas de su personalidad; un padre que se reúne con un grupo de amigos formando el famoso "Club de los mentirosos", con el que pesca, caza, organiza barbacoas, todo regado de historias (muchas de ellas exageradas o inventadas) y alcohol; una hermana, Lecia, dos años mayor que ella que demuestra una madurez y un pragmatismo insólito para su corta edad, obligada por las circunstancias de su familia; una abuela desquiciada y amargada que cree en las palizas reparadoras y en la necesidad de controlar todo cuanto le rodea...
«Ahora lo imagino leyendo esto y me dan ganas de salirme de la página y agarrarlo por las solapas para que lo rememoremos juntos. Qué pasa, chaval. Seguramente ni leas, pero alguien habrá que lo haga por ti (...) Si cuento esto ahora, con la perspectiva de décadas y les de kilómetros, es para recordarte que sigo teniendo muy buena memoria, como me decía siempre mi padre». (Pág. 313)
En ese ambiente, tan aparentemente insano, las mentiras que dan nombre al club del padre se expanden como la mala hierba. Los miembros de la familia mienten, no tanto por acción sino por omisión. Aquello de lo que no se habla, no existe. Aquello que no se cuenta, nunca pasó. Es por ello que hay que reconocerle a Mary Karr el mérito de la catarsis personal que ha realizado en este libro autobiográfico contando todo cuanto vio y oyó, con el apoyo de su madre y de su hermana, durante aquella época. Es abrumadora, sin embargo, la frialdad con la que en muchas ocasiones aborda los temas que nos cuenta. Como si de un recorte de un periódico se tratase, a veces nos relata lo sucedido con la distancia de un periodista: pasó esto y aquello, a tal hora, en tal sitio y en tales circunstancias. Punto. ¿Qué sintió al respecto? ¿Por qué no se habló de ello? ¿Qué hizo ella inmediatamente después? Con el pudor que da hablar de una misma, Mary Karr se guarda las respuestas para sí y no las comparte con quienes la leemos. Sin embargo, a pesar de eso, Mary logra reconciliarse con su pasado y la admiración y el amor que siente por su familia, heredando el amor por la lectura de su madre, la capacidad para narrar historias de su padre, y la brújula en su vida que es su hermana, se detecta en cada uno de sus puntos y comas. No en vano, como señala la propia autora en el prólogo del libro: «cualquier familia compuesta por más de un miembro es una familia disfuncional». 
«En cuanto al motivo por el no nos había contado nada hasta entonces (...), su respuesta literal se me ha quedado grabada por ser una de las frases más patéticas que pueda pronunciar una sexagenaria:—Pensé que dejaríais de quererme.» (Pág. 505)
Bayous en Texas.
La acción transcurre a caballo entre el seco Texas y el frondoso Colorado, dos ambientes distintos que se convierten en dos protagonistas más de la historia. Una de las cualidades como narradora de Mary Karr es la gran homogeneidad y coherencia de las imágenes literarias que usa ya que en ellas se recurre a elementos típicos de la cultura tejana y del western de Colorado: botas y sombreros de cowboys, serpientes y huracanes (cambios que arrasan con cuanto uno tiene), escarabajos y bayous (símbolo del fango en el que caminan esas relaciones familiares y esa realidad desestructurada), navajas y pistolas (la violencia como sombra del relato), son el esqueleto de la narración, dándole movimiento, veracidad y armonía. Y no quiero acabar sin mencionar algo que me ha llamado poderosamente la atención. En la faja que cubre el libro, se promete «la risa más sincera» [sic] y en la contraportada se denomina la niñez de Mary Karr como «tragicómica» [sic, sí, otra vez] e incluso he leído navegando por internet que esta obra le ha parecido a alguien «desternillante». Yo no sé qué libro habrán leído estas personas pero a mí, personalmente, no me ha desencadenado la «risa sincera» (en algún caso, alguna sonrisa ladeada al detectar la pauta que sigue Mary Karr para quitar hierro al asunto, como si nos dijera, preocupada por sus lectores: «tranquilos, salí de esta»), ni me ha parecido tragicómica (la única comicidad es la que la propia autora coloca en la narración desde la distancia, en un estilo que recuerda a Lucia Berlin, especialmente cuando habla de su padre) ni, por supuesto, «desternillante». Aviso para que no les pase como a mí, que me pilló desprevenida tanta frivolidad al abordar este libro; no quiero que me metan en el club de los mentirosos...


Comentarios

  1. Me encanta que aumentes mi lista de lecturas "familiares" que no de "sagas familiares" (es otro concepto que suele ir envuelto de más glamour literario). Me gusta leer vómitos emocionales. Por lo que has explicado, la escritura de esta novela debió sanar a la autora y como bien dices, no hay nada como liberarse de mochilas del pasado.

    Sobre las fajas: yo ya he llegado a un punto en que ni las miro. Desde luego, no determinan que compre o no un libro.

    Feliz miércoles :)

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    1. ¡Hola Pilar!
      Mujer inteligente que ya no mira las fajas de los libros. Yo ya estoy optando por lo mismo porque no es la primera vez que me llevo un desengaño o una impresión errónea del libro. En este caso, sin embargo, el libro merece mucho la pena, tanto que incluso sin faja lo habría comprado; es más, creo que en este caso en lugar de beneficiarle, le perjudica. Ya solo el relato familiar de esta mujer es un motivo por sí solo para ser leído, no tanto por lo que cuenta (durísimo y no apto para estómagos sensibles) sino por cómo ella a través de la escritura logró enfrentar su pasado y reconciliarse con él.
      A ti que tanto te gustan las historias familiares creo que esta te va a encantar por la voz tan personal con la que la cuenta.
      Un besazo y espero que hayas pasado un buen fin de semana.

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  2. ¡Creo que estamos todas bajo las redes de este Club de mentirosillos tan peculiar!
    Fue mi autoregalo de cumple, no pude resistir la tentación, lo reconozco me encantó la portada y luego ya la sinopsis me conquistó, como tu reseña xD (porque estoy con Zadie, si no...ya estaba enganchada al club)
    La tengo programada, en principio, para el mes de noviembre así que te iré comentando según empiece!
    En cuanto a las fajas, hace mucho que dejé de leerlas, de hecho las tiro sin mirarlas, NO LAS SOPORTO! y no comprendo cómo siguen apareciendo (por no hablar de la contradicción o las salidas de tiesto que alguna suelen tener *ojos en blanco* )

    ¡Muchos besotes! ^^

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    1. ¡Hola Ana!
      Pues creo que vamos a tener que empezar a tomar ejemplo de Pilar y pasar de fajas y reclamos publicitarios definitivamente. La portada es maravillosa, coincido contigo, y la verdad es que es inevitable a medida que vas leyendo el libro ver en esa joven de mirada y gesto despierto y pícaro a la propia narradora de mayor o a su madre. Un libro que atrapa en su red y que no deja indiferente, y si no, ya me contarás. Tengo mucha curiosidad por saber qué te parece cuando lo leas.
      Un besote

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