Tábula rasa





8am. Como cada día suena la alarma de mi móvil. Resisto la tentación de posponerla cinco minutos una vez más y con un gesto rápido y decidido aparto de mi el edredón y me siento en la cama apoyando los pies en el suelo. Noto algo raro en mi cabeza, no es dolor, ni jaqueca sino algo anómalo, diferente, una sensación extraña. Salgo al pasillo y me dirijo al baño sintiendo la cabeza tremendamente ligera y despejada, como si hubiese tenido un sueño profundo y reparador. Enciendo la luz del baño y al mirar mi reflejo en mi espejo compruebo a qué se debe esa sensación que lleva acompañándome los pocos minutos de este nuevo día. La parte superior de mi cabeza se ha convertido en un libro, un libro abierto para ser más exactos. El cabello de los laterales forma las tapas negras y el resto del cabello son las páginas. Ladeo mi cabeza hacia la izquierda y las páginas se mueven hacia esa dirección, pero no la tapa que permanece pegada a mi cabeza. La ladeo luego hacia la derecha y hacia allí se dirigen las páginas también. Inaudito.
Me acerco al espejo y con mis manos procedo a tocar las páginas. Son suaves, de un papel satinado y con un montón de letras negras escritas en él. Intento cerrar el libro pero tal y como sospechaba no es posible hacerlo porque las tapas definitivamente están como pegadas cada una al lado de cada oreja al contrario que las páginas que sí son movibles. Intento leer lo que hay escrito en ellas y compruebo que prácticamente todas están en blanco. Sólo algunas de mi lado derecho están escritas de tal manera que a través del reflejo puedo leer su contenido: "Ufff. Son las 8 de la mañana ya... venga... no seas perezosa y levántatate de la cama. ¡No!, no des al botón de posponer la alarma y levántate ya que tienes que hacer un montón de cosas hoy. Joder, vaya día me espera...".
Mis pensamientos. Todo lo que he ido pensando en el día de hoy aparece ahí escrito. Pero ¿cómo ha pasado esto? ¿Qué hice ayer que provocase este apéndice en mi cuerpo tan indeseado como inesperado? Superado los primeros segundos de incertidumbre decido seguir con mi día a día como si nada de esto estuviese pasando porque quizás de esa manera mi cabeza vuelva a su estado normal. Ya se sabe que si a veces ignoras un problema éste es como si nunca hubiese existido y acaba desvaneciéndose. Me lavo la cara, me aplico mis cremas y me maquillo concentrándome en mis acciones y no en ese libro abierto a pesar de que de vez en cuando le echo un vistazo de reojo, no lo puedo evitar, para comprobar cómo poco a poco se sigue rellenando con mis pensamientos. Cada vez que una página se acaba de escribir automáticamente se pasa y continua por la siguiente. Mi cerebro es una impresora y el caso es que no me veo fea.
Voy a la cocina y mientras dejo el café haciéndose en la cafetera eléctrica regreso al dormitorio a vestirme. Rojo. Hoy voy a ponerme algo rojo para darme energía y a través del espejo del armario veo cómo una página entera se pinta de ese color. Sonrío. No es para menos. Me he convertido en una persona de la que se puede decir literalmente que es un libro abierto.
No pierdo el tiempo degustando mi café como suelo hacer normalmente porque estoy impaciente por salir a la calle y ver la reacción de la gente al verme. ¿Se asustarán? ¿Creerán que voy disfrazada? ¿Levantaré pasiones? En el ascensor decido que dedicaré las últimas diez páginas de mi libro para que aquellos que lo deseen estampen en ellas su firma, como si fuese un libro de agradecimientos o de visitas. Seguro que algún medio de comunicación se pondrá en contacto conmigo para entrevistarme pues no es muy común ver a una persona cuya cabeza lleva anexionada un libro, y encima un libro que pone por escrito sus pensamientos. Más original imposible. Me siento afortunada de que mi apéndice sea un libro autorellenable. ¿Te imaginas que en su lugar hubiese aparecido un ejemplar de la abominable "Cincuenta sombras de grey"? ¿O un libro de Dan Brown o de Julia Navarro o aún peor, de Manuel de Prada? ¡Qué horror!
Por fin el ascensor llega a la entreplanta y al salir casi me doy de bruces con mi vecina del 5º. Me sonríe mientras me desea los buenos días y entra en el ascensor. Apenas me ha mirado lo cual es algo positivo porque significa que mi nuevo apéndice puede pasar desapercibido a primera vista y de esa forma no llamaré tanto la atención como para sentirme incómoda delante de la gente. Salgo a la calle a enfrentarme a la auténtica prueba de fuego. Estiro mi espalda, echo los hombros hacia atrás y camino con paso firme como si fuese una modelo desfilando sobre sus tacones. Segura de mí misma, orgullosa de mi apéndice recién estrenado. La gente que viene de frente me mira pero no es una mirada llena de curiosidad, ni de temor o de extrañeza. Es una mirada a veces de simpatía, a veces de indiferencia, a veces vacía, igual que las miradas que llevo recibiendo los treinta y ocho años de mi existencia. Frunjo el ceño ante la incomprensión que siento. Me dan ganas de parar a la gente y zarandearla de los hombros para que miren y admiren mi maravillosa cabellera. "¿Acaso no ven lo que tengo aquí arriba? ¿No ven que soy diferente a todos ustedes?" me dan ganas de gritar, pero me contengo. Al pasar ante un escaparate me detengo para contemplar mi reflejo y veo las brillantes páginas cuyas letras brillan ante el reflejo del sol con la tinta aún fresca.
Acelero el paso por la Gran Vía y cinco minutos después atravieso la puerta del restaurante en el que trabajo. Preparo mi entrada triunfal pues no concibo que mis propios compañeros no noten el sustancial cambio que se ha producido en mí pero a medida que recorro las mesas en dirección al vestuario situado al fondo veo que me van saludando uno tras otro exactamente igual a todos los días. Rosalía con una perenne sonrisa que no se quitó ni cuando estaba de luto por la muerte de su perro cocker. Roque con su habitual rictus de enfado que no desapareció ni el día que afirma que fue el más feliz de su vida, el de su boda. Rita con sus profundos buenos días porque ella es tan profunda que incluso cuando habla del tiempo parece que está filosofando sobre lo divino y lo humano. Rosendo con su timbre tan tan bajo que ni cuando grita consigue que se le oiga... Ni una pregunta, ni una exclamación, ni un plato caído como resultado de la sorpresa.
Al llegar al vestuario compruebo alivida que allí está poniéndose el uniforme Regina, la compañera con la que más confianza tengo. Al verme entrar me grita un buenos días en su grave tono de voz pues Regina es la antítesis del susurrante Rosendo y me mira con sus enormes ojos verdes a la vez que exclama:
- ¡Qué guapa vienes hoy! ¿Has ido a la peluquería?
- ¿Peluquería?- contesto con carcajadas, excitada porque al fin alguien se ha dado cuenta del asombroso cambio que ha experimentado mi anatomía- ¿Acaso no ves lo que me ha salido en la cabeza?
Regina se acerca a mi y con sus manos acaricia mis páginas como si tuviese miedo de rasgarlas o de ensuciarlas.
- Chica, yo lo único que veo es que tienes el pelo más brillante que nunca, ¿te has hecho un tratamiento con queratina?.
-(...)
Permanezco callada mientras la observo pausadamente y en ese momento lo entiendo todo. Mi nueva extravagancia corporal, mi reluciente apéndice, es invisible a los ojos de los demas. Al día siguiente cuando salto de la cama a las 8am veo en mi reflejo del espejo del baño que mi libro sigue ahí de nuevo en blanco. Todos mis pensamientos escritos en él el día anterior han desaparecido y tengo ante mi un nuevo libo para rellenar a lo largo del día de hoy. Sonrío y decido que ese día iré vestida de azul mientras confirmo que una página se pinta completamente de ese color.


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