Cuestión de respeto



El otro día una amiga puso un estado en su Facebook que me dio mucho que pensar. En él expresaba su desacuerdo con la opinión de ciertas personas de su entorno que tendían a hacer algo que todos inconscientemente hacemos y que es generalizar. Clasificar, engrupar, ordenar, categorizar todo lo que nos rodea es una cualidad innata del ser humano útil para poder organizar la cada vez más numerosa información que recibimos a lo largo del día. Si no lo hiciéramos, si analizáramos cada uno de los estímulos e inputs que llegan a nuestro cerebro, no sólo nos veríamos desbordados hasta el punto de llegar a enloquecer sino que además no sobreviviríamos porque nuestra capacidad de reacción se ralentizaría hasta tal extremo que actividades como conducir o caminar por la calle podrían llegar a poner en riesgo nuestra vida. De la misma manera, una vez que hemos clasificado nuestros inputs ahorramos tiempo en el procesamiento de la información y nos facilita de forma intuitiva la forma en la que nos tenemos que comportar según la persona que tenemos frente a nosotros, el modo de resolver un problema o incluso desempeñar nuestro trabajo de forma eficaz.

Sin duda alguna a priori parece que la formación de categorías es una herramienta muy positiva pero como toda moneda también tiene su reverso y este lado oscuro sale a la luz cuando creamos categorías negativas y en ella incluimos a todo un colectivo de personas en función de su sexo, raza, religión, ideología política, forma de vestir o procedencia social. Y aquí es cuando empieza el problema. ¿Dónde ponemos el límite? ¿Cómo decidimos incluir a unas personas en una categoría u otra? ¿Es este procedimiento infalible o adolece de fallos?. En mi opinión si perteneces a un grupo social bien visto en tu comunidad, te sometes a sus reglas y sigues con tu vida sin levantar la vista del suelo y sin molestar ¡estás de suerte! pues no tendrás que estar a cada rato justificándote ni demostrando a todo el mundo que tú eres una persona respetable, honrada y decente. Ahora bien, si por el color de tu piel, o por el Dios al que rezas o dejas de rezar cada noche, o por tu condición sexual o por tu carácter reivindicativo e inconformista no encajas en esa comunidad en la que vives, agárrate que viene curvas. Atrinchérate con miles de argumentos, cientos de referencias bibliográficas, kilos de honradez demostrable, y toneladas de paciencia porque te va a tocar justificar cada paso que des, cada palabra que pronuncies, cada acto que realices.

El estado del Facebook de mi amiga venía a colación de los atentados de París que se iniciaron con el ataque a la sede de la revista satírica Charlie Hebdo y cómo desde ese momento había oído a infinidad de personas de su entorno decir de forma alta y clara, sin miedo a que les acusasen de racistas o de intolerantes (qué valientes se vuelven a veces los cobardes), que todos los musulmanes son iguales, que no hay diferencias entre los talibanes y los musulmanes, y ya de paso, como se crecían ellos solos, hablar de que si los ecuatorianos son tal, los cubanos pascual y los colombianos mengual. Y claro, de ahí a hablar ya de cómo son las mujeres, y los gays, y las rubias, y los camareros, y los cocineros sólo hay un pasito pequeño pequeñito.

Los prejuicios... ese proceso que todos realizamos de forma más o menos consciente, tan productivo unas veces, tan destructivo otras, con el que debemos ser sumamente cuidadosos siempre a fin de no pillarnos las manos y caer en una intolerancia e intransigencia que rozaría la violencia de pensamiento y de palabra. Claro, que hay gente a la que no le importa ser intolerante y que incluso se enorgullece de serlo. Yo misma, por ejemplo, presumo de ser intolerante con los intolerantes, un error, lo sé, me pongo a su altura, lo sé, pero hay situaciones en las que creo que es de obligado cumplimiento alzar la voz, no callar, no agachar la cabeza ni escudarnos en el "no va a servir de nada porque no va a cambiar de opinión" para evitar que el intolerante se crezca, se venga arriba y salga impune.

A veces pensamos que los únicos casos de intolerancia punible son los que salen en los medios de comunicación, cuando hay insultos, agresiones y violencia física por medio, pero tenemos que pensar que una persona no llega a ese nivel de un día para otro sino que es un proceso evolutivo lento. Yo lo imagino como un grifo que gotea. Si pones el tapón al lavabo al final éste se acabará desbordando. Tardará un día, o un mes, o un año, pero al final se desbordará. Así nace el odio, el racismo, el miedo al que es diferente a nosotros. Gotita a gotita, con nuestros pensamientos y los de aquellos que nos rodean, podemos ir acumulando una serie de prejuicios que pueden derivar en una actitud intransigente que se manifestará en nuestro entorno familiar, laboral , personal, en nuestro día a día en definitiva.

Por eso creo que es tan importante hablar, discutir, poner en su sitio a aquel que falta el respeto a otra persona por ser diferente, a otra persona cuyo único delito es tener un color de piel distinto o un sexo distinto o una nacionalidad distinta. Lo hago por esa persona "diferente" porque no quiero que se sienta abandonada en su diferencia; lo hago por la persona irrespetuosa porque nunca pierdo la esperanza (ingenua e infanti) de que quizás algo de lo que yo le diga pueda hacer brotar una pequeña flor en su estercolero pero sobre todo y ante todo lo hago por mí, porque de vez en cuando necesito quitar el tapón al lavabo o arreglar el grifo para que el agua no se desborde.

Y es que sin saberlo somos esclavos de nuestros prejuicios...
http://www.psicologia-online.com/movil/articulos/2012/esclavitud-de-nuestros-prejuicios.html

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